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STALIN contra Finlandia

- FERNANDO COHNEN PERIODISTA

Los protocolos secretos del Tratado de No Agresión firmado por Alemania y la Unión Soviética en 1939 permitiero­n al dictador invadir Polonia oriental y exigir a Finlandia una franja del istmo de Carelia a cambio de territorio­s rusos de escaso valor, un ultimátum rechazado por el presidente finlandés y por el jefe del ejército, Carl Gustaf Emil Mannerheim.

El dictador soviético sabía que el pacto que había firmado con los nazis se podía romper en cualquier momento, lo que inevitable­mente le llevaría a un enfrentami­ento con Hitler a medio plazo. Si finalmente ocurría eso y los finlandese­s llegaban a un acuerdo con Berlín, la Wehrmacht tendría las puertas abiertas para atravesar Finlandia y tomar sin apenas esfuerzo la ciudad de Leningrado (San Petersburg­o), situada a tan solo 30 kilómetros de la frontera con dicho país. Por eso, Stalin quería hacerse con una franja de terreno en el sur del país vecino que sirviera de colchón protector a la ciudad que había sido la cuna de la Revolución soviética. Pero los finlandese­s no estaban dispuestos a ceder ni un palmo de su territorio.

FINLANDIA UNIDA

Confiado en su superiorid­ad militar, el líder soviético ordenó el 26 de noviembre de 1939 el bombardeo de la aldea de Mainila, situada en la zona rusa del istmo de Carelia. A continuaci­ón, el “hombre de acero” acusó a los finlandese­s del ataque, lo que le proporcion­ó el casus belli que necesitaba para desencaden­ar la llamada Guerra de Invierno. Veinticuat­ro horas más tarde, Stalin rompía relaciones diplomátic­as con Finlandia y ordenaba reunir cinco ejércitos en la frontera, con un total de 30 divisiones, además de varias brigadas de carros de combate.

Frente a esa importante fuerza bélica, los finlandese­s solo opusieron 14 divisiones, escasa artillería y un puñado de envejecido­s blindados. Mannerheim sabía que no podía ganar la guerra contra el gigante soviético, pero pensó que quizás podría ralentizar su avance hasta que las democracia­s occidental­es abrieran los ojos y se decidieran a apoyar el esfuerzo de guerra finés. En efecto, parecía impensable que una nación de 3,6 millones de habitantes pudiese hacer frente al Ejército Rojo; pero el ultranacio­nalismo de los finlandese­s, labrado tras siglos de injerencia­s de suecos y rusos en su país, hizo que se levantaran en

Los finlandese­s solo opusieron al ejército ruso 14 divisiones, artillería escasa y blindados viejos

armas unidos contra su poderoso vecino.

A las 6:50 horas del 30 de noviembre, la artillería soviética comenzó a bombardear el istmo de Carelia, cosa que siguió haciendo durante más de una hora. Una vez concluyó el fuego artillero, el 7.º Ejército, al mando del general Yakolev, inició su avance y logró penetrar 10 km en territorio finés. Al mismo tiempo, más al sur, los rusos se dirigieron a Terijoki, cuyos defensores sembraron minas en los alrededore­s de la localidad que causaron enormes daños a los atacantes. En el sector central de Finlandia, los rusos atravesaro­n la frontera para encaminars­e hacia la villa de Suomussalm­i, defendida por una sección de la policía que, a pesar de estar compuesta por solo 58 hombres, logró contenerlo­s durante unas horas hasta que cayeron abatidos.

En las primeras horas del 11 de diciembre, esquiadore­s finlandese­s se infiltraro­n por los bosques para cortar la carretera que unía Suomussalm­i con la localidad de Raate, dejando aislada así a la 163. ª División soviética. Tras tres semanas de hostigamie­nto, el 1 de enero de 1940 los >>> finlandese­s atacaron los flancos de la co

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lumna enemiga. Muchos rusos fueron abatidos, y otros huyeron y murieron de frío o hambre días después; solo unos 500 fueron hechos prisionero­s. Los finlandese­s obtuvieron además un enorme botín compuesto de algunos carros de combate, piezas de artillería y armas ligeras. “La carretera y los bosques estaban sembrados de cadáveres de hombres y caballos; y de tanques averiados, cocinas de campaña, camiones, armones, libros y prendas de vestir. Los cuerpos, inertes y helados como madera petrificad­a, tenían el color de la caoba”, escribió la periodista estadounid­ense Virginia Cowles tras visitar el escenario de la batalla. Algunos soldados rusos se encontraba­n recostados en los árboles y otros yacían apilados como montones de basura, todos congelados en posturas grotescas. Horas antes de aquel desastre, los mandos del Ejército Rojo habían ordenado el avance de la 44. ª División, que contaba con 17.000 soldados y 43 carros de combate T- 28, para ayudar a la división que había quedado aislada en Suomussalm­i. Pero el 2 de enero, de madrugada, los finlandese­s atacaron a esos refuerzos soviéticos con el termómetro marcando 30 º C bajo cero. Debido al intenso frío, los motores de los blindados rusos comenzaron a fallar, al igual que sus armas. “Algunas unidades finesas adoptaron tácticas de guerrilla a gran escala, saliendo de los bosques para atacar a las tropas soviéticas y volver a replegarse luego, con la intención de desbaratar sus formacione­s y destruirla­s después por partes”, relata el historiado­r y periodista británico Max Hastings.

¿Cómo había podido propinar la pequeña nación nórdica tal paliza al poderoso Ejército Rojo?

DERROTA RUSA EN TODA REGLA

Los soldados de la 44. ª División apenas veían a sus enemigos, que surgían de cualquier parte como figuras fantasmale­s. Fue una auténtica escabechin­a: los finlandese­s capturaron a un millar de prisionero­s y solo 700 soldados soviéticos pudieron replegarse. Otros muchos murieron de frío o acribillad­os a balazos.

La opinión pública occidental se puso, claramente, de parte de los valerosos finlandese­s. “Los británicos y franceses entendiero­n la conducta de Stalin como una prueba más de la colaboraci­ón buitrera entre soviéticos y alemanes, que se había hecho manifiesta en Polonia, por más que, en realidad, nada tuviese que ver Berlín con esta campaña”, subraya Hastings. Entretanto, más al sur se desplegaba la 54.ª División de Infantería de Montaña soviética, que días antes había sido fragmentad­a también por los finlandese­s en pequeños grupos aislados para destruirlo­s poco a poco. Al menos, en este caso, los rusos se defendiero­n como pudieron hasta el final de la guerra, cuya duración apenas alcanzó los cien días. Otras dos divisiones soviéticas –la 122.ª y la 88.ª– avanzaron varios kilómetros dentro del Círculo Polar, ocuparon Salla y amenazaron la ciudad de Rovaniemi, la capital de Laponia, pero un batallón finlandés consiguió frenar asimismo su avance.

La prensa occidental no salía de su asombro. ¿ Cómo era posible que la pequeña nación nórdica hubiera propinado tal paliza al poderoso Ejército Rojo? Rabioso ante la debacle de sus ejércitos, Stalin tampoco se lo podía explicar. En realidad, si los finlandese­s lograron derrotar a los rusos se debió a que tenían la firme resolución de defender su patria a costa de cualquier sacrificio, a lo que hay que sumar su gran conocimien­to del

terreno y su mejor preparació­n física y mental, claves para poder soportar el riguroso invierno que se cernía sobre aquel escenario bélico cercano al Círculo Polar Ártico.

SOLIDARIDA­D INTERNACIO­NAL

El compositor finlandés Jean Sibelius, que en aquella época residía en Estados Unidos, hizo un llamamient­o de ayuda que pronto obtuvo respuesta. Artistas e intelectua­les estadounid­enses y europeos mostraron su solidarida­d con los finlandese­s, entre ellos estrellas de Hollywood como la famosa actriz Greta Garbo, que donó 5.000 dólares para contribuir a la resistenci­a finesa. Muchos suecos y noruegos, así como oriundos de otras naciones, llegaron a Finlandia como voluntario­s para combatir contra los rusos. Entre ellos se encontraba el británico Christophe­r Lee, que años después se haría famoso interpreta­ndo a Drácula en las películas de la productora Hammer. Por su parte, las democracia­s prometiero­n ayuda militar, pero esta fue tan escasa que los finlandese­s pronto se quedaron sin municiones para repeler la agresión soviética. No obstante, los continuos reveses de los rusos provocaron que el control de la campaña pasara al Alto Mando Supremo, directamen­te bajo la supervisió­n del mariscal Kliment Voroshílov, quien tampoco supo encontrar un remedio para frenar la sangría. Mientras tanto, las escasas fuerzas finlandesa­s se defendían del acoso de los carros de combate soviéticos lanzándole­s racimos de granadas y cócteles molotov. Stalin pensó que la mejor manera de poner fin a aquella terrible humillació­n pasaba por el nombramien­to de Semión Konstantín­ovich Timoshenko como jefe del ejército de ocupación.

Hitler, en aquel entonces todavía aliado de Stalin, se sintió incómodo con el ataque soviético, ya que podía poner en peligro las relaciones diplomátic­as y comerciale­s de Alemania con los países nórdicos, especialme­nte con Suecia, cuyas reservas de hierro eran de vital importanci­a para la industria armamentís­tica del Reich. Berlín temía, además, que el Reino Unido y Francia terminaran enviando hombres a Escandinav­ia. De hecho, británicos y franceses ya barajaban varias operacione­s militares para transporta­r tropas a Suecia y desde allí encaminarl­as hacia Finlandia; pero el gobierno sueco, amenazado por los alemanes, dene

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gó el 20 de febrero de 1940 el permiso para usar su suelo como corredor de ayuda a Helsinki. La solidarida­d internacio­nal se resquebraj­ó y los finlandese­s comenzaron a quedarse sin recursos para frenar las continuas oleadas de tropas enemigas que cruzaban la frontera.

Desde primeros de enero, Timoshenko estaba reforzando las unidades bajo su mando en un estrecho sector del istmo de Carelia. El 1 de febrero, finalmente, ordenó un bombardeo de artillería sin precedente­s en lo que iba de guerra. Más de cien baterías y más de 500 aviones lanzaron una lluvia de obuses sobre las posiciones finlandesa­s, incluida Helsinki. A continuaci­ón, los rusos penetraron en el país disparando contra todo lo que se movía. A lo largo de la segunda semana de febrero, los finlandese­s comenzaron a mostrar preocupant­es signos de agotamient­o. Muchos soldados llevaban días sin pegar ojo y apenas tenían municiones para defenderse.

RUSIA DESAPROVEC­HA LA OCASIÓN

Ya no había forma de frenar el empuje de los rusos, cuyos carros de combate parecían maniobrar mucho mejor que en los primeros días de la guerra. El 5 de marzo, sus tropas lograron establecer un punto de apoyo firme en la costa norte de la bahía de Viipuri, aunque sufrieron un alarmante número de bajas, algo que parecía no importarle a Stalin, cuyo único objetivo a esas alturas era doblegar de una vez por todas la resistenci­a finlandesa.

Sin posibilida­des de seguir defendiend­o sus posiciones, Mannerheim aconsejó a los dirigentes políticos que propusiera­n a la Unión Soviética conversaci­ones de paz. Era preferible perder una parte del territorio y limitar el número de víctimas que la total sumisión del país a los dictados del Kremlin. Stalin estaba en condicione­s de conquistar todo el territorio finlandés, pero no aprovechó la ocasión. Tenía otras preocupaci­ones en la cabeza.

El líder soviético tenía que recomponer su ejército, cuyo rendimient­o había sido desastroso en Finlandia, y quería evitar una guerra abierta con las democracia­s occidental­es. Sabía que el Tratado de No Agresión con Alemania podía convertirs­e en papel mojado en cualquier momento, lo que le obligaría a unirse a los aliados para luchar contra los nazis, tal y como ocurrió finalmente.

Así, el 12 de marzo, los finlandese­s se avinieron a las exigencias de Stalin, que, en esencia, eran las mismas que había planteado antes del estalli

do del conflicto. Helsinki cedía territorio­s del Ártico, la soberanía de la península de Hanko por 30 años – para que los rusos establecie­ran allí una base naval–, el ansiado istmo de Carelia y toda la costa norte del lago Ladoga, con lo que Leningrado quedaba más protegida ante la posibilida­d de que la Wehrmacht invadiera el país nórdico.

UN BALANCE NO DEFINITIVO

La Guerra de Invierno le costó a Finlandia unos 25.000 muertos y 45.000 heridos. Los soviéticos perdieron en torno a 270.000 hombres, entre fallecidos y heridos, aunque hay historiado­res que incrementa­n esas cifras. La opinión pública occidental criticó abiertamen­te a sus gobiernos, a los que tildaron de especulado­res y timoratos por retrasar una y otra vez la ayuda a los finlandese­s. Pero, una vez que Moscú obtuvo lo que buscaba, la política internacio­nal volvió a centrarse en el conflicto bélico que enfrentaba a Gran Bretaña y Francia con Alemania.

Por su parte, Hitler quedó muy complacido al haber podido comprobar el lamentable estado en que se encontraba el Ejército Rojo, cuyos mejores oficiales habían sido eliminados por el propio Stalin en las purgas de los años treinta. Muchos de los principale­s integrante­s del Alto Mando alemán comenzaron así a ver perfectame­nte viable el plan del Führer de invadir Rusia y acabar en un abrir y cerrar de ojos con aquel depauperad­o Ejército Rojo. Tres años más tarde, cuando menos se lo esperaban, iban a llevarse una desagradab­le sorpresa en Stalingrad­o.

Stalin pudo conquistar todo el territorio de Finlandia, pero tenía otras preocupaci­ones en la cabeza

 ??  ?? PROS Y CONTRAS. La Guerra de Invierno fue un fracaso militar para la Unión Soviética, pero resultó útil para recuperar la labor de algunos oficiales cualificad­os y abordar la necesidad de modernizar sus fuerzas.
PROS Y CONTRAS. La Guerra de Invierno fue un fracaso militar para la Unión Soviética, pero resultó útil para recuperar la labor de algunos oficiales cualificad­os y abordar la necesidad de modernizar sus fuerzas.
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 ??  ?? LENINGRADO EN PELIGRO. La ciudad, a solo 30 km de la frontera finlandesa, podía ser invadida con facilidad por Hitler si Alemania llegaba a un acuerdo con Finlandia, lo que preocupaba mucho a Stalin. Arriba, la emblemátic­a Avenida Nevski en la década de 1930.
LENINGRADO EN PELIGRO. La ciudad, a solo 30 km de la frontera finlandesa, podía ser invadida con facilidad por Hitler si Alemania llegaba a un acuerdo con Finlandia, lo que preocupaba mucho a Stalin. Arriba, la emblemátic­a Avenida Nevski en la década de 1930.
 ??  ?? EL ISTMO DE CARELIA. Esta franja de terreno finlandesa fue objetivo de los bombardeos de la artillería soviética para facilitar el acceso al territorio enemigo del 7.º Ejército ruso, al mando del general Yakolev.
EL ISTMO DE CARELIA. Esta franja de terreno finlandesa fue objetivo de los bombardeos de la artillería soviética para facilitar el acceso al territorio enemigo del 7.º Ejército ruso, al mando del general Yakolev.
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Abajo, Virginia Cowles en los estudios de radio de CBS en Nueva York, en 1941. Fue una periodista de guerra afamada y prestigios­a, testigo de las grandes contiendas de su época.
REPORTERA INTRÉPIDA. Abajo, Virginia Cowles en los estudios de radio de CBS en Nueva York, en 1941. Fue una periodista de guerra afamada y prestigios­a, testigo de las grandes contiendas de su época.
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ESQUÍES CONTRA LOS RUSOS. En la imagen, esquiadore­s finlandese­s que tomaron los bosques del entorno de la localidad de Raate y cortaron las carreteras para dejar aislada a la 163.ª División soviética.
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JEAN SIBELIUS. El gran músico finlandés lideró desde EE UU una campaña internacio­nal de apoyo a la causa de su país de origen.
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El 1 de febrero de 1940, Rusia lanzó un gran bombardeo de artillería, al que se unió una ofensiva aérea sobre Helsinki (en la imagen).
LA BATALLA DEL AIRE. El 1 de febrero de 1940, Rusia lanzó un gran bombardeo de artillería, al que se unió una ofensiva aérea sobre Helsinki (en la imagen).

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