Historia alternativa
Todos los historiadores coinciden en considerar la Batalla de Salamina como uno de los combates decisivos de la historia de la humanidad. Pero solo unos pocos de ellos consideran que la derrota del griego Temístocles ante Jerjes y la consiguiente conquista persa de Grecia hubieran impedido el desarrollo de la civilización occidental tal y como la conocemos.
Año 480 antes de la era cristiana. Las islas griegas del Egeo son un inmenso campo de batalla entre las ciudades-Estado helénicas y el todopoderoso Imperio persa. Desde Oriente Medio, la dinastía aqueménida ya se ha extendido hasta Afganistán y Asia central; y en Mesopotamia, hacia Turquía, Siria, Chipre, Líbano, Israel, Palestina. También Egipto ha sido sometido al yugo de Ciro, Darío y Jerjes. Ahora este apunta al corazón de Grecia.
UN MODELO DE AUDACIA
Las Guerras Médicas marcarán el tránsito desde la era arcaica hasta la civilización clásica enfrentando a griegos contra persas, a principios de aquel siglo V a. C., durante más de 20 años. Se originan por la revuelta de las ciudades griegas de la costa asiática turca contra la dominación fenicia. Y la Batalla de Salamina será su punto culminante. Heródoto de Halicarnaso, considerado desde la Antigüedad como el padre de la historiografía occidental, hizo llegar su crónica del gran combate naval hasta nosotros: casi 400 navíos griegos ( atenienses, corintios, megareos, calcideos...) contra la flota confederada persa de más de 600 barcos: medos, fenicios, cilicios, egipcios y chipriotas.
Poco se sabe de los detalles del combate, aunque sí de su desarrollo táctico, diseñado por Temístocles. Desde el romano Tito Livio ( siglo I a. C.) hasta hoy, casi todos los historiadores han coincidido en considerar Salamina como un modelo de audacia y una de las batallas decisivas de la historia: origen de la hegemonía ateniense en el Egeo y, sobre todo, nacimiento de una determinada conciencia, la de la comunidad de intereses del mundo clásico grecolatino frente a Oriente. Con una derrota griega en Salamina, la armada aqueménida habría gobernado el Mediterráneo y transportado sus tropas hasta el corazón de Grecia a través del golfo de Corinto. Con un ejército mucho más pequeño, los griegos habrían estado indefensos y el Imperio persa habría llegado hasta Europa central. Según la historiografía clásica, sin la victoria ateniense en Salamina no habría habido Edad de Oro en Atenas: ni Sócrates ni Platón ni Aristóteles. Ni Acrópolis. Ni Alejandro Magno. La derrota de la confederación griega habría supuesto el fin de la civilización occidental tal y como la hemos conocido.
FUSIÓN DE CULTURAS
Sin embargo, no todos los historiadores están de acuerdo con esta interpretación esencialista y ciertamente apocalíptica. Unos pocos manejan la hipótesis contrafáctica de que las cosas podrían, sí, haber sido muy distintas tras una victoria de Jerjes, pero no necesariamente peores. Aducen que los persas eran tolerantes con los pueblos a los que sometían, y muy pragmáticos como regentes y señores. En lugar de arrasar Atenas, sin duda la habrían aprovechado como “ciudad- cliente”. También habrían acelerado la unificación de la Hélade y consolidado sus polis. Esparta, simplemente, habría sido comprada: de entre todos los griegos, se decía, los espartanos eran los más inclinados a la corrupción.
Y es muy probable que la Edad de Oro de la filosofía y las artes atenienses también hubiera sucedido, aunque de otra manera. Tendríamos la lógica aristotélica, la arquitectura fenicia, la filosofía socrática y las obras de Fidias. Y quizás las grandes epopeyas homé
ricas se hubieran escrito igualmente. Asimismo, es posible que el politeísmo griego hubiera desaparecido, sustituido por el zoroastrismo monoteísta y pragmático. Nos hubiéramos olvidado de los dioses griegos como nos ha ocurrido con las deidades semíticas. La esclavitud, prohibida en Persia, habría desaparecido. De repente, con miles de proletarios libres y desocupados, habrían surgido incentivos para desarrollar tecnologías, mejorar la productividad, expandir los negocios y emplear a los libertos como trabajadores remunerados. Mientras la Biblia suele ofrecer una imagen aceptable y casi amable de los persas como gobernantes, no trata igual a los griegos. Dado que los judíos y los persas zoroastrianos no tenían demasiadas yuxtaposiciones teológicas, es verosímil que el judaísmo no hubiese desa
rrollado una religión tan espesa como históricamente lo hizo.
En fin, quizás se hubiera logrado construir una sociedad menos intolerante. Con Persia dominando la región, el Islam nunca habría surgido y el cristianismo sería una pequeña religión que se habría fusionado con el judaísmo y el zoroastrismo. Tal vez, una derrota de Temístocles en Salamina no sería lo peor que nos pudo haber pasado.