Dos mundos enfrentados
Se cumplen 500 años de la muerte de Moctezuma II, el último rey de los aztecas, el último gran tlatoani. Fue el principio del fin. La historia de la conquista de Tenochtitlán, la “Venecia azteca” que cautivó a Hernán Cortés, esa maravillosa urbe de puentes, canales y lagos cuyo nombre los españoles pronunciaban como podían ( Tenustitán, Tenestecán o Temixtitán), es un enorme enredo. Los códices y las crónicas narran historias distintas en cuanto a la muerte del emperador. A grandes rasgos, hay dos versiones: la de los españoles, quienes aseguran que fueron los mexicas los que, considerándolo un traidor, lo mataron, y la de los cronistas de dicha ascendencia, que aseveran que los españoles le dieron muerte para hacerse con la ciudad. En la historia aparecen dos mujeres. Sus vidas son una buena metáfora de la confrontación de esos dos mundos. Por un lado, la Malinche, intérprete y amante de Hernán Cortés, quien dio a luz a su hijo Martín, uno de los primeros mestizos de México. Ella hizo de puente, de interlocutora (conocía el náhuatl, la lengua franca del Imperio azteca). Por otro lado, Tecuichpo Ixcaxochitzin, la hija mayor de Moctezuma, bautizada como Isabel. Cortés la tomó bajo su protección, la casó con uno de sus soldados, que murió al tiempo, luego la violó y la volvió a casar con otro de sus hombres. Isabel tuvo a Leonor, la hija de Cortés, a quien no permitieron que conociera. Se dice que, arrepentido de su acto, cabildeó para que Carlos V la obsequiara con tierras y títulos. Se le concedió así el señorío de Tacuba, terreno que comprende el centro histórico de la actual Ciudad de México. Esa concesión implicaba el pago de una renta a ella y sus descendientes, primero por parte de la Corona y luego por los sucesivos gobiernos de México. Así fue hasta 1933. En este número intentamos comprender y recuperar las voces anónimas tras el relato. Disfrutarás de nuevo con su lectura.