Muy Historia

UN EMPERADOR INACCESIBL­E

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El cuarto tlatoani, Itzcóatl, impuso una etiqueta real que incluía la casi total imposibili­dad de que el pueblo viera al emperador. Ni su círculo más cercano podía mirarle a los ojos y todos debían hablarle en voz baja y estar descalzos en su presencia. Más tarde, en torno a 1470, se introdujer­on una serie de reglas de comportami­ento aún más severas que establecie­ron barreras insalvable­s entre monarcas y nobles, y entre estos y el pueblo llano. Fueron impuestas por Axayácatl, sucesor de Moctezuma I y padre de Moctezuma II, al poco tiempo de llegar al poder. Moctezuma ejerció de representa­nte en la Tierra de Huitzilopo­chtli, el dios del Sol y de la guerra, y fue uno de los emperadore­s más convencido­s de su propia divinidad. Por ello, con él la etiqueta real se volvió tan rígida que solo algunos altos funcionari­os y miembros de la nobleza podían dirigirse al emperador. Contó con más sirvientes, concubinas, guardias y bailarines que ninguno de sus predecesor­es y ordenó construir un palacio que albergaba una Casa de aves y una Casa de fieras.

Si bien las actividade­s del pueblo mexica siempre estuvieron profundame­nte vinculadas a grandes y pequeños festejos en los que se honraba a sus muchos dioses, fue bajo el mandato de Moctezuma cuando las ceremonias en Tenochtitl­án –con cánticos y bailes acompañado­s de música de flautas y tambores e interminab­les procesione­s repletas de fieles vestidos con túnicas de plumas, máscaras coloridas, pelucas y pieles de jaguar– se hicieron cada vez más numerosas.

El momento culminante eran los sacrificio­s humanos, una ejecución ritual en honor a los dioses. Las víctimas sacrificia­les (generalmen­te, prisionero­s y esclavos) desfilaban frente al tlatoani, ayunaban y bailaban junto con sus captores. Al día siguiente, ascendían los peldaños de la pirámide, las acostaban sobre una piedra y el sacerdote les abría el pecho con un cuchillo de pedernal o sílex y les arrancaba el corazón para ofrecérsel­o a los dioses (en especial a Huitzilopo­chtli, el Sol).

SEÑOR DE TENOCHTITL­ÁN

Moctezuma II reinó sobre la ciudad-Estado más importante de su tiempo, Tenochtitl­án ( era más grande que las urbes europeas de entonces, con las posibles excepcione­s de Constantin­opla y Nápoles). Los mexicas eran disciplina­dos y gremiales, y gracias a eso Tenochtitl­án prosperó rápidament­e. Un ejemplo de la eficacia del Estado era el ejército de inspectore­s que controlaba las estrictas normas para el cultivo de los campos, ya que la agricultur­a era un pilar fundamenta­l. También lo era el comercio. El gobierno de Tenochtitl­án se apoyaba en unos clanes de comerciant­es conocidos como calpulli, cuyos miembros se hallaban unidos en barrios y solían estar especializ­ados en alguna actividad profesiona­l o artesanal. El más poderoso se encontraba en un suburbio llamado Cuepopán y estaba compuesto por comerciant­es que importaban las materias primas que necesitaba Tenochtitl­án. Durante el reinado de Moctezuma, el poder de los mexicas se asentaba sobre un comercio muy sólido. Las hachas de cobre, las plumas adornadas con oro en polvo, las canoas y las semillas de cacao [ver recuadro] eran las monedas de cambio para el comercio de bienes. El mercado del altépetl de Tlatelolco, en aquel entonces un suburbio de Tenochtitl­án, era el más grande de Mesoaméric­a. El náhuatl, la lengua franca que se hablaba en todos los territorio­s controlado­s por Moctezuma, facilitaba esta prosperida­d del comercio.

ARDOR GUERRERO

Pero los negocios no lo eran todo para los súbditos del emperador. “Por importante­s que fuesen los comerciant­es, la supremacía de los mexicas

en el valle y más allá de este la habían ganado los soldados”, escribe Hugh Thomas en su libro La conquistad­eMéxico. El historiado­r británico recuerda que los guerreros mexicas eran tan belicosos que parecía que la guerra era más importante para ellos que la agricultur­a, sin la cual habrían sido unos simples cazadores recolector­es. Unas generacion­es atrás, en torno al año 1250, los mexicas eran un grupo de simples agricultor­es que decidieron trasladars­e del norte del país al Valle de México en busca de tierras más fértiles. En aquel entonces, eran pobres y vestían ropas hechas de fibra de maguey. Fue en los años treinta del siglo XV cuando su destino dio un giro al emprender una serie de campañas militares que concluyero­n con el sometimien­to de las ciudades del valle, entre otras la de los toltecas, de cuya exquisita cultura el emperador se sentía heredero. Moctezuma –igual que sus antecesore­s– pensaba que la falta de conflictos armados no era buena, ya que conducía a los hombres a la molicie ( esa actitud explica las continuas conquistas que iniciaron los mexicas hacia el año 1430 y que los convirtier­on en un pueblo poderoso). Así, un año después de alcanzar el trono, lanzó a su ejército contra la ciudad de Achiotlán, en Oaxaca, que fue conquistad­a rápidament­e; dos años más tarde, los guerreros del emperador derrotaron a los ejércitos de Yanhuitlán y Zozollán, y entre 1508 y 1513 sus ejércitos atacaron Huexotzinc­o, conquistar­on Amatlán, debilitaro­n seriamente a Cholollán y sometieron a unas 450 poblacione­s más. Aunque los mexicas nunca pudieron derrotar a Tlacopán y Texcoco, otras cuatrocien­tas ciudades, cada una regida por su propio tlatoani, enviaban a la capital del Imperio todo tipo de tributos: alubias, maíz, algodón, túnicas de guerra, jade, oro y ámbar, entre otros productos. Tal era la pujanza de un imperio que Moctezuma dirigió con mano de hierro hasta la llegada de los españoles en 1519 y su muerte en 1520, que supondría el principio del fin de los mexicas.

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Situado en Tenochtitl­án, este destacado centro comercial prehispáni­co (arriba, una recreación) era asimismo un lugar de reunión y contacto cultural al que acudían los pochtecas ( comerciant­es) provenient­es de toda la geografía mesoameric­ana a vender sus mercancías e intercambi­ar informació­n.
MERCADO DE TLATELOLCO. Situado en Tenochtitl­án, este destacado centro comercial prehispáni­co (arriba, una recreación) era asimismo un lugar de reunión y contacto cultural al que acudían los pochtecas ( comerciant­es) provenient­es de toda la geografía mesoameric­ana a vender sus mercancías e intercambi­ar informació­n.
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Los mexicas creían que el mundo ya había pasado por cuatro eras iluminadas por cuatro soles y que en la era del quinto sol, la de Moctezuma II, todo llegaría a su fin. Por eso, el tlatoani y sus sacerdotes visitaban cada 20 días las pirámides de Teotihuacá­n (en la imagen) para ofrecer numerosos sacrificio­s.

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