LAS LEYENDAS NEGRAS
Ala imagen del conquistador que algunos historiadores españoles quisieron propagar –fiel soldado, caballero patriótico y defensor de la doctrina cristiana en las nuevas tierras– se opone otra de hombre ambicioso, sin escrúpulos, ávido de oro, mujeres y tierras, cruel y sanguinario con los indios, que las denuncias de Bartolomé de las Casas en Brevísima relación de la destrucción de las Indias y la denominada ‘leyenda negra’ contribuyeron a difundir.
Así, la visión de Hernán Cortés como guerrero cruel y hasta genocida se debe, entre otras cosas, a las matanzas de Cholula y del Templo Mayor de Tenochtitlán (una masacre de la nobleza azteca, desarmada para un acto religioso, que ordenó en realidad Pedro de Alvarado) y a la tortura de Cuauhtémoc, a quien ordenó ahorcar, años después, acusado de traición. Bernal Díaz del Castillo dice que su muerte “pareció mal a todos los que íbamos”.
En torno a Pizarro también hay una leyenda negra que lo presenta como un masacrador de indígenas que ajustició al emperador Atahualpa y hasta ejecutó a su lugarteniente Núñez de Balboa. Su defensa la encontramos en las cartas que escribió, en las que se muestra como un hombre más templado que habría fomentado que no se matara a ningún indígena fuera de los campos de batalla y que quiso acercarse al enemigo.
La realidad es que el conquistador español fue un hombre de su tiempo, moldeado por unas circunstancias históricas concretas, al que hay que valorar desde los cánones morales de su época y no desde los principios éticos actuales. Lo que hoy consideraríamos crueldad, intolerancia religiosa y desprecio por los derechos humanos eran, desgraciadamente, características presentes en toda Europa en aquel momento.
verdadera naturaleza de los invasores, quedaban aún más al descubierto la inferioridad numérica de los españoles y sus debilidades, entre las que se encontraban un equipamiento defectuoso (muchas armas estaban viejas y desgastadas hasta resultar casi inútiles) y poco numeroso ( Cortés nunca dispuso de más de 106 arcabuces) y una artillería liviana y escasa en número y en munición, fabricada en bronce en improvisadas fundiciones. Y fue ahí donde entró en juego la habilidad de los españoles para la estrategia.
LA HABILIDAD ESTRATÉGICA
Y es que la ventaja tecnológica de las armas de fuego no fue la clave del éxito ni de Hernán Cortés ni de otros, como Francisco Pizarro. El conquistador de Perú, por ejemplo, era un genio de la estrategia, que aprendió en los Tercios de Italia. Fue así como logró capturar en noviembre de 1532 al emperador de los incas, Atahualpa, después de tenderle una trampa. El español le citó para una entrevista personal en Cajamarca y planeó hacerle frente en una plaza que únicamente
contaba con tres entradas. Con solo 200 españoles, venció de este modo al gigantesco ejército (entre 8.000 y 40.000 hombres) con el que el inca llegó a Cajamarca. Es cierto que los españoles contaban con la ventaja de su técnica, sus armas (que cortaban con facilidad las armaduras de los incas), sus caballos (que causaban pavor entre ellos) y su artillería, pero sin estrategia habrían fracasado. Tampoco en el caso de Cortés las armas de fuego fueron del todo determinantes. De ser así, no hubiera podido vencer en Otumba, tras el desastre de la Noche Triste en que perdió la pólvora, toda la artillería y la mayoría de sus efectivos. Las razones de su increíble éxito hay que buscarlas una vez más en su habilidad estratégica y táctica, pues supo aprovechar con acierto las rivalidades entre los propios pobladores indígenas y su gran capacidad para el juego de alianzas.
El plan de Cortés para vencer a un ejército que le superaba desproporcionadamente en número se cimentó en incorporar a sus huestes a soldados locales: 1.300 guerreros y 1.000 porteadores. El español se percató de la debilidad en el sistema imperial de Moctezuma II y la explotó hasta sus últimas consecuencias.
Así, junto a los españoles marchaban miles de indígenas como guerreros aliados contra los aztecas. Aunque sus armas y sus tácticas eran primitivas comparadas con las de los occidentales, no hay que menospreciar su número, en ocasiones bastante elevado, ni el hecho de que se enfrentaban a enemigos similares, envalentonados por la “ayuda de los dioses blancos”. Al inicio de la campaña, Cortés contaba con un millar de guerreros totonacos y otros tantos cargadores. Luego se le uniría un millar de tlaxcaltecas, enemigos enconados de los aztecas, y es en su segundo asalto a la capital mexicana cuando el propio conquistador cifra en su tercera Carta deRelación en cien mil los “indios los nuestros amigos” que, gracias a una hábil política de perdón tras la derrota, habían ido sumándose poco a poco en su camino hacia el ansiado corazón del Imperio azteca.
Ciertamente, los grupos a los que hubieron de enfrentarse los españoles fueron muy variados, y los desnudos caribeños eran poco enemigo para los soldados protegidos con yelmos, petos y coseletes. Pero ¿ puede decirse lo mismo de los temibles tlaxcaltecas, los no menos fieros aztecas y hasta de los ya decadentes mayas y olmecas?
Pizarro, un genio de la estrategia, venció con solo 200 soldados a los varios miles de hombres de Atahualpa