Aztecas: el Imperio dorado
El territorio en que nació y murió Moctezuma dominó Mesoamérica de 1325 a 1521, extendiéndose desde el centro del actual México hasta Guatemala. Nómada en su origen, el pueblo mexica se convirtió en una de las civilizaciones más avanzadas de la América an
Empezaron siendo un pueblo nómada y en solo dos siglos llegaron a dominar unos 500.000 km2, el imperio más vasto de América. Lo lograron gracias a un entramado de alianzas y vasallaje apoyado en un poderoso ejército y una avanzada tecnología, que dio lugar a sofisticadísimos sistemas de ingeniería y a una destacada arquitectura monumental.
Palacios y pirámides, templos y acueductos eran para los aztecas regalos para sus dioses, pero también la prueba material de que eran el pueblo más adelantado de Mesoamérica. La estrella de este enorme desarrollo fue su capital, Tenochtitlán, que se levantaba donde hoy se halla Ciudad de México. No tenía parangón ni en extensión ( alcanzó los 15 km2) ni en población (llegaron a vivir en ella más de 200.000 personas). Y el mérito es aún mayor si se piensa que se asentó sobre una zona pantanosa por la que nadie hubiera apostado. Aparte de la magnitud de esa hazaña, la pregunta es obligada: ¿por qué allí y no en un enclave más propicio? Para entenderlo, hay que viajar en el tiempo y en la imaginación hasta la mítica isla de Aztlán, donde empezó todo.
AZTLÁN, LA TIERRA PRIMIGENIA
Las leyendas nahuas narran que siete tribus vivieron en Chicomóztoc: en náhuatl, ‘lugar de las siete cuevas’. Cada cueva albergaba a un grupo étnico distinto: xochimilcas, tlahuicas, acolhuas, tlaxcaltecas, tepanecas, chalcas y mexicas. Todos eran llamados colectivamente nahuatlacas (pueblo nahua) por su origen lingüístico común y todos dejaron las cuevas y se asentaron cerca de Aztlán. Y a cada uno de los siete grupos se le atribuye la fundación de un importante altépetl –entidad similar a una ciudad-Estado– en México central.
Así pues, Aztlán ( Aztlān) es el hogar ancestral de los aztecas ( aztecah es la palabra náhuatl para ‘gente de Aztlán’). Este lugar se menciona en varias fuentes etnohistóricas del período colonial y los historiadores han especulado sobre su posible ubicación –noroeste de México o suroeste de Estados Unidos–, aunque hay dudas sobre si el lugar es puramente mitológico o representa una realidad histórica mitificada.
Mientras que otras leyendas describen Aztlán como un paraíso, el mito iniciático de los mexicas explica que debieron abandonar la isla de Aztlán porque allí eran tratados como esclavos. El Có
diceAubin (siglo XVI) dice que los mexicas eran súbditos de una élite tiránica llamada Azteca Chicomoztoca y que, guiados por su sacerdote, huyeron. Una traducción de los AnalesdeTlatelolco da la única fecha conocida a la salida de Aztlán: 4 Cuauhtli (águila) del año 1 Tépatl (cuchillo), lo que podría corresponderse con el 4 de enero de 1065. En el camino, su dios Huitzilopochtli les prohibió llamarse aztecas, diciéndoles que debían ser conocidos como mexicas (la primera mención no nahua de los mexicas como aztecas la hizo el jesuita criollo de Nueva España Francisco Javier Clavijero Echegaray en LaHistoriaAntiguadeMéxico, 1780 [ver recuadro en página 33]). Huitzilopochtli tenía un plan para ellos: convertirlos en el Imperio del Sol. Sabrían dónde estaba su tierra prometida, dónde debían asentar dicho imperio, gracias a una señal divina: un águila devorando a una serpiente sobre un nopal. No fue fácil pero, tras más de 200 años de ir de un lugar a otro, en 1325 hallaron por fin la señal esperada sobre las aguas del lago Texcoco (una reminiscencia de Aztlán). Y allí fundarían Tenochtitlán.
DE LA LEYENDA A LA HISTORIA
La leyenda no acaba ahí. Falta saber quién y en qué circunstancias tuvo la visión. Así, se dice que en el año 1325, durante la boda de una princesa con un joven mexica, unos nobles raptaron a la novia, la llevaron a lo alto de un templo, le clavaron un cuchillo de obsidiana –para elaborar sus armas, los aztecas preferían esta roca volcánica, sumamente dura y afilada, a los metales; pagarían cara su elección cuando hubieron de enfrentarse al hierro y al acero de los españoles– y le arrancaron el corazón. Aquel crimen clamaba venganza, y los mexicas fueron perseguidos y hubieron de refugiarse en una isla pantanosa del mayor de los cinco lagos interconectados en el Valle de México: el de Texcoco. Y fue en ese lugar donde el caudillo mexica Ténoch aseguró haber visto un águila sobre un nopal devorando a una serpiente. Por ello, alzaron allí su gran ciudad, basada en otra que estaba a unos 40 kilómetros, Teotihuacán; por entonces ya en ruinas, quisieron reproducirla por creer que era la morada de los dioses. No fue nada fácil, pero superaron sus expectativas.
Varios códices prehispánicos narran cómo debió ser aquel largo periplo y describen los lugares en que se asentaron, aunque hay que poner en tela de juicio estas descripciones, pues la mayoría son ambiguas y se contradicen entre sí. Por eso, no se sabe a ciencia cierta de dónde provenían exactamente. La hipótesis más aceptada es la que apunta a la población de Mexcaltitán, ubicada sobre una isla en el actual estado mexicano de Nayarit. En cualquier caso, aunque puede que se corresponda con Aztlán, los islotes en medio de lagos rodeados de montañas son habituales en Mesoamérica, por lo que es posible que Aztlán solo exista en la geografía imaginaria y no tenga un lugar en el mapa real.
Sea así o no, los mexicas, ya convertidos en sedentarios, empezaron a ampliar el inhóspito enclave en 1376 de la mano de Acamapichtli, el primer tlatoani.
LA GUERRA POR EL AGUA
La zona contaba con cinco grandes lagos, Xaltocán, Zumpango, Texcoco, Xochimilco y Chalco, que ocupaban 1.100 km2 en un valle a más de 2.000 metros sobre el nivel del mar y rodeado por cadenas montañosas. El agua era vital y, contra todo pronóstico, los aztecas consiguieron dominarla. Hubo una acumulación gradual de obras de
El éxodo mexica duró más de 200 años, hasta que hallaron la tierra prometida en una zona pantanosa sobre las aguas del lago Texcoco
ingeniería. Primero se construyeron diques con compuertas que evitaran las periódicas inundaciones y elevaciones del nivel del agua y que regularan el volumen del agua y la salinidad (por eso las aguas en torno a Tenochtitlán y en los lagos del sur eran dulces y las demás saladas). A medida que crecía la ciudad y la demanda, se hizo necesaria la construcción de un acueducto desde Chapultepec; el problema, que sus vecinos y enemigos los tepanecas controlaban esa área. Les negaron el acceso, no colaboraron en la construcción y reaccionaron con violencia.
Si querían sobrevivir, debían plantarles cara y, como se sabían más débiles que los tepanecas, buscaron ayuda. Se la ofreció Nezahualcóyotl, rey del altépetl de Texcoco, a Itzcóatl, el cuarto tlatoani. Juntos se impusieron a sus opresores y ese triunfo trajo en 1428 la Triple Alianza entre Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopán (Tacuba) y marcó el despegue del Imperio mexica: teniendo un acueducto, fueron los nuevos líderes del valle. Más tarde levantaron otro, por el que el agua corría desde Coyoacán.
MOCTEZUMA I Y AHUÍZOTL: LA EDAD DE ORO
A mediados del siglo XV, con Moctezuma I –sucesor de Itzcóatl– como rey, el Imperio tenía ya unos 15 millones de súbditos y amplió aún más sus fronteras tomando varias ciudades-Estado. Cien años les habían bastado para cambiar radicalmente el mapa de Mesoamérica, pero el agua seguía siendo esencial. Para evitar las inundaciones que hacían peligrar Tenochtitlán, Moctezuma I volvió a recurrir a Nezahualcóyotl, que demostró ser el mayor ingeniero de su tiempo: diseñó a lo largo de 16 kilómetros un inmenso dique con compuertas. Con Ahuízotl, el octavo tlatoani, que gobernó de 1486 a 1502, los aztecas vivieron su mejor época. Gran líder militar y excelente estratega con fama de sanguinario (aunque también supo ser un hábil diplomático), bajo su liderazgo vencieron a pue
Los mexicas se asentaron en Tenochtitlán en 1325 y empezaron a expandirse en 1376 de la mano de Acamapichtli, el primer tlatoani del Imperio
blos como los mixtecos, los zapotecas y los tarascos. Gracias a sus exitosas campañas, el Imperio dobló su tamaño: ahora abarcaba desde la región de Huasteca, en el norte del actual estado de Veracruz, hasta la actual Guatemala.
Fue con Ahuízotl cuando el derramamiento de sangre alcanzó niveles difícilmente superables. Los sacrificios humanos eran un elemento crucial para la supervivencia de los aztecas, o eso creían ellos. Los ritos sangrientos que practicaban dejaron boquiabiertos a los primeros españoles en acercarse a sus dominios. El número total de víctimas varía mucho según las fuentes, entre 15.000 y 250.000. Para algunos, son cifras a todas luces exageradas. La antropóloga Yolotl González Torres, autora de Elsacrificiohumanoentrelosmexicas, achaca la exageración a los enemigos de los aztecas, que las habrían inflado para dar más valor a su enfrentamiento a ellos.
Los aztecas creían que dejaría de salir el Sol si abandonaban los sacrificios, pero estos, además de la faceta religiosa, tenían otra política, pues se trataba de actos intimidatorios. Las víctimas sacrificiales solían ser prisioneros ofrecidos a los dioses; la mayoría, al dios de la guerra y el Sol, Huitzilopotchli. El ritual estaba diseñado al detalle, participaban en él numerosas personas e incluía la inmolación y otros ritos posteriores, entre los que se debate si estaba o no la antropofagia.
Aparte de los sacrificios, con Ahuízotl también crecieron los tributos, gracias a los cuales Tenochtitlán se enriqueció enormemente. Así lo prueba la construcción del Gran Teocalli o Templo Mayor. Según se cuenta, en los cuatro días que duró la fiesta
de inauguración fueron sacrificados en él entre 20.000 y 80.000 cautivos. Y mientras la capital florecía, el emperador promovía expediciones de los pochtecas ( mercaderes). Especializados en el comercio a larga distancia entre regiones, ejercían de embajadores o emisarios y hasta de espías, describiendo al tlatoani los territorios que merecían ser conquistados.
EL DÍA A DÍA EN TENOCHTITLÁN
Con un territorio que abarcaba gran parte de Mesoamérica – del Golfo de México a la costa del Pacífico–, el Imperio azteca estaba formado por pueblos tributarios que, de tanto en tanto, hacían ofrendas a la Triple Alianza que formaban los altépetl de Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopán. Como todos los pueblos imperialistas, los mexicas intentaban ampliar sus fronteras, pero no les interesaba tanto adueñarse de la tierra conquistada o imponer sus creencias como apropiarse de la fuerza de trabajo ajena: los esclavos eran imprescindibles para levantar las obras imperiales.
Guerreros, funcionarios y sacerdotes, que formaban la nobleza, trabajaban en el centro ceremonial. Unos asesoraban al tlatoani en asuntos políticos y militares, otros ejercían de jueces o administraban la hacienda y recaudaban impuestos. Los sacerdotes instruían a los hijos de los nobles y se encargaban de los templos, mientras que los guerreros enseñaban a los jóvenes en la escuela militar. La vida de todos ellos estaba a años luz de la de sus servidores.
En cuanto se oían los primeros timbales en Tenochtitlán, “los caminantes y forasteros se
aprestaban para sus viajes, los labradores iban a sus labranzas, los mercaderes y tratantes a sus mercados y se levantaban las mujeres a barrer”, dejó escrito el cronista y dominico español fray Diego Durán. Tras la salida del Sol, los sirvientes corrían a ocuparse de que en la casa estuviese todo a punto.
Los nobles dormían sobre una estera y se cubrían con finas mantas de algodón, de las que sus servidores carecían. Lucían adornos de oro, jade y plumas y usaban ropas también de algodón: los hombres, un taparrabos y una manta anudada sobre el hombro izquierdo, y las mujeres, blusa blanca bordada y falda hasta la rodilla. Y en los pies, sandalias.
Mientras que en la primera comida del día los privilegiados tomaban tortillas de maíz con un relleno de pescado o carne, y bebían chocolate, para el resto su primer bocado, a las 9 de la mañana, eran tortillas y harina de maíz hervida. Diego Durán cuenta que “cuando era mediodía en punto, los ministros del templo tocaban las bocinas y caracoles, haciendo señal que ya podían todos comer”. El almuerzo era ligero. Para muchos consistía en tortillas con frijoles que habían preparado en casa; quienes podían permitírselo buscaban alguna fonda en el área del mercado y los que habían de quedarse en el centro ceremonial disfrutaban de la comida de palacio. Luego, cada uno a sus tareas hasta que se ponía el Sol, que era cuando los tambores y trompetas del templo señalaban el fin de la jornada.
Antes de la cena, los nobles tomaban un reparador baño de vapor en una estancia con una pared pegada al fuego de la cocina; usaban plantas aromáticas y recibían masajes. Ya relajados, se cambiaban de
ropa y se sentaban a la mesa. Había pescado, carne, verduras y tortillas de maíz acompañados de agua, zumos o aguamiel. Las bebidas alcohólicas, como el pulque, estaban prohibidas hasta los 52 años, la edad de ‘ jubilación’. Y como preámbulo al sueño, en el patio, rodeados de agua y fuentes, saboreaban un chocolate aromatizado con vainilla y endulzado con miel y una pipa de tabaco. Así hasta que el templo anunciaba la hora de dormir.
El fin del Imperio se inició el 21 de abril de 1519, cuando Hernán Cortés y su flota de 11 galeones arribaron a la costa de Veracruz
SE APAGA EL ESPLENDOR
El sucesor de Ahuízotl sería Moctezuma II, el antepenúltimo emperador, que rigió el destino de los aztecas desde 1502 hasta 1520; el fin del Imperio estaba cerca. Empezó en 1519, cuando las civilizaciones mesoamericana y europea se vieron las caras. El 21 de abril de ese año, Hernán Cortés y su flota de 11 galeones y 450 soldados llegaron a Veracruz. El enfrentamiento estaba asegurado. Unos dicen que Moctezuma fue apedreado por su propio pueblo, que pensó que era un traidor aliado de los españoles; otros, que lo asesinaron los hombres de Cortés. Sigue siendo una incógnita [ver artículo en página 84]. Diego Durán explica que unos indígenas le informaron de que, tras la salida de los españoles de la capital, se halló su cuerpo con cadenas en los pies y heridas de daga. Tras él, el poder recayó brevemente en su hermano Cuitláhuac, que murió a los dos meses y medio a causa de la viruela. Y llegó el turno del último tlatoani: Cuauhtémoc, primo de Moctezuma. Aunque se mostró valiente ante los españoles, sucumbiría ante su poderío naval.