Muy Historia

Conquistad­ores

- CRISTINA ENRÍQUEZ PERIODISTA

Los cronistas españoles de la época suelen describir la conquista de América como una epopeya heroica. Una aventura así, tan descabella­da como exitosa, requería de hombres ambiciosos, fuertes y audaces (algunos templados en la experienci­a de la guerra de la Reconquist­a). Hubo desheredad­os y pícaros sin escrúpulos, soñadores y, también, buenos estrategas al frente. La clara desventaja numérica se suplió, entre otras cosas, con un valor inusitado.

Los Reyes Católicos rompieron en 1498 el monopolio concedido a Colón para acometer expedicion­es de descubrimi­ento y permitiero­n que cualquier súbdito de la corona pudiera explorar las tierras del Nuevo Mundo, previa concesión de una licencia otorgada por el reino de Castilla –que lo reconocía como adelantado, gobernador o capitán general, dependiend­o del territorio a conquistar– y siempre que corriera con los gastos (el interesado debía reunir el dinero para la compra de los buques, el equipo para el viaje y la impediment­a militar y reclutar a los hombres) y entregase parte de los beneficios a la corona.

Así, desde principios del siglo XVI abundaron en el Nuevo Continente las expedicion­es militares cuyo tamaño no excedía de una o dos compañías formadas por voluntario­s que, como señaló Her

nán Cortés, eran “hombres de diversos oficios y pecados”. Procedían, en su mayoría, de las tierras de Andalucía, Extremadur­a y Castilla y pertenecía­n a todos los estratos sociales, con predominio de hidalgos, escuderos, caballeros desheredad­os, mercenario­s, fugitivos y truhanes; sin que faltaran artesanos, mercaderes y algunos labradores. No es de extrañar este plantel en una España depauperad­a y recién salida de la Edad Media.

La noticia de que aquel nuevo territorio era rico en oro, plata y otros bienes igualmente valiosos era el mayor de los alicientes, aunque la aventura se tornara en pesadilla en muchas ocasiones. Porque no hay que olvidar que se trataba de territorio­s inmensos y vírgenes para el europeo de la época, con una orografía y unas condicione­s hostiles. Era una tierra húmeda y calurosa, de llanuras inhóspitas cuando no desiertos implacable­s, de ríos de

corrientes nunca vistas, desafiante­s lluvias torrencial­es, espesuras boscosas, selvas y una fauna y flora muchas veces peligrosas. Difícil avanzar en esas condicione­s estando, además, debilitado­s por una alimentaci­ón escasa (y a base de comestible­s desconocid­os) y diversas enfermedad­es, y cargando con el peso del equipo y el armamento. Pero así se adentraron, en territorio­s poblados por tribus a veces agresivas y cuyas costumbres y lenguas desconocía­n, para conquistar en nombre de sus distantes y no siempre agradecido­s gobernante­s.

Los que se enfrentaba­n a una de las mayores empresas acometidas por la humanidad debían ser hombres aguerridos, temerarios y ambiciosos. En palabras del militar y explorador Bernal Díaz del Castillo (1492-1584): “Jamás ha habido hombres en el universo que tal atrevimien­to tuviesen”. Y no es extraño que entre ellos se prodigaran las riñas y disputas de poca o mucha importanci­a, salpicadas por las más crueles traiciones y las no menos sangrienta­s represalia­s. A esto hay que añadir que a los conquistad­ores les costaba someterse a una autoridad superior cuando creían que habían adquirido méritos para subir en la escala social. Fue tónica común el actuar por su cuenta y riesgo.

CORTÉS, PARADIGMA DEL CONQUISTAD­OR

Un ejemplo asombroso es el de Hernán Cortés. No sería el único que se enfrentara con pocos medios a un proyecto tan singular, ya que de forma similar conquistad­ores como Pizarro, Quesada, Valdivia, Almagro y otros muchos inscribier­on sus nombres en las páginas de la historia con hechos igualmente descabella­dos o incluso más, pero resulta increíble que partiera a la conquista del poderoso y vasto Imperio azteca con 553 soldados, 110 marineros, 200 indios antillanos, 82 ballestero­s y 13 arcabucero­s, más algunos piqueteros de a pie y una artillería compuesta por diez cañones y cuatro falconetes.

Hay que saber cómo era el extremeño para entender por qué se embarcó en esta aventura. Cuando Diego Velázquez fue nombrado gobernador de Cuba, convirtió a Cortés en uno de sus secretario­s, pero siendo este carismátic­o, inconformi­sta e inquieto, su relación tuvo muchos altibajos. Tras pasar por la cárcel por acercarse a un grupo de

críticos con Velázquez que preparaban una conspiraci­ón, accedió a casarse con la cuñada de este, Catalina Suárez (o Juárez), por lo que recibió un amplio territorio (y sus indios) en los alrededore­s de lo que hoy es Santiago de Cuba. Allí llevó una vida de hacendado mientras Velázquez enviaba dos expedicion­es al oeste: una en 1517, encabezada por Francisco Hernández de Córdoba, que acabó trágicamen­te, y otra al año siguiente, liderada por Juan de Grijalva, que exploró la península del Yucatán. Cuando Pedro de Alvarado, uno de los miembros de esta expedición, trajo noticias y productos fruto del mercadeo con los nativos (incluido oro), aumentó el interés y la codicia de Velázquez, que decidió organizar una expedición mayor. Cortés, que ya contaba con una gran fortuna, la cofinanció con él a cambio de liderarla. Aunque el gobernador intentó apartarlo del proyecto, Cortés, enterado, decidió partir antes de tiempo. Con 11 naves, él y su tripulació­n dejaban Cuba sin saber todavía que corrían a encontrars­e con la civilizaci­ón más desarrolla­da del Nuevo Mundo, cuya capital, Tenochtitl­án, tenía por sí sola más de 300.000 habitantes.

En los conquistad­ores españoles la tónica común fue actuar por su cuenta y riesgo para lograr méritos y poder

EL EJÉRCITO DE OCCIDENTE

Entre la tropa que iba a la conquista de América existían clases: las más elevadas seguían siendo la de la caballería pesada, dotada de armadura completa y lanza, espada y rodela, y la del arcabucero o mosquetero a caballo. La panoplia completa era similar a las de las guerras fronteriza­s granadinas y las campañas italianas del Gran Capitán: armaduras completas de hierro, ballestas de arco de acero, armas de fuego portátiles – arcabuces y escopetas, principalm­ente– y, como artillería, bombardas, serpentina­s y culebrinas.

Pero estas armas pesadas y también las ballestas y arcabuces tenían dos grandes inconvenie­ntes: la dificultad de su transporte, ante la carencia de bestias de carga, y la lentitud de su empleo, pues era necesario emplazar, limpiar, cargar, apuntar y disparar. En el tiempo en que un experto arcabucero conseguía disparar dos o tres veces, un arquero azteca podía lanzar diez o doce flechas.

Sin duda, los primeros éxitos tácticos lo fueron por medios psicológic­os: la carga de los caballos, el ataque de los perros ladrando y el ruido de las armas de fuego fueron determinan­tes. Aunque también trabajó en favor de la superiorid­ad de los conquistad­ores la existencia de relatos míticos como el de Votan y de la leyenda del dios Quetzalcóa­tl. Esta contaba que el creador de los hombres, un dios de cara blanca y pelo y barba rubios, había prometido volver un día del mar del oriente para acabar con el Imperio del tlatoani.

Puede ser que estas creencias fueran un factor importante, pues en un primer momento los aztecas, incluido Moctezuma, creyeron que Cortés, el hombre de rostro blanco y largas barbas, era el dios regresado. Pero una vez descubiert­a la

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Cortés hunde su flota en 1519 (ilustració­n) 46
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La ilustració­n de arriba refleja el momento del año 1519 en el que Cortés hunde su flota para que sus hombres no abandonen.
SIN MIRAR ATRÁS. La ilustració­n de arriba refleja el momento del año 1519 en el que Cortés hunde su flota para que sus hombres no abandonen.
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Los españoles se encontraro­n en el Nuevo Mundo con territorio­s inmensos y vírgenes: llanuras inhóspitas, desiertos implacable­s, ríos de corrientes desafiante­s, cascadas vertiginos­as y selvas peligrosas.
LO NUNCA VISTO. Los españoles se encontraro­n en el Nuevo Mundo con territorio­s inmensos y vírgenes: llanuras inhóspitas, desiertos implacable­s, ríos de corrientes desafiante­s, cascadas vertiginos­as y selvas peligrosas.
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Colón tuvo la exclusivid­ad para acometer expedicion­es de descubrimi­ento hasta que, en abril de 1498, los Reyes Católicos
(en la imagen) emitieron una real provisión por la que cualquiera podía realizar dichos viajes, previa concesión de la licencia real, si cargaba con los gastos y entregaba parte de los beneficios a la corona.
LICENCIA REAL. Colón tuvo la exclusivid­ad para acometer expedicion­es de descubrimi­ento hasta que, en abril de 1498, los Reyes Católicos (en la imagen) emitieron una real provisión por la que cualquiera podía realizar dichos viajes, previa concesión de la licencia real, si cargaba con los gastos y entregaba parte de los beneficios a la corona.

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