Muy Historia

Hasta la misma capital del Imperio llegaba el prestigio del vino y el aceite ibéricos, y también el del oro, las salazones de pescado, los cereales, el lino o el esparto. En torno a su producción giraba la vida económica de la Hispania romana.

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MINAS DE RIOTINTO.

En donde hoy se encuentra este municipio de Huelva estuvieron algunas de las minas de cobre y plata más importante­s del Imperio romano. ÁNGEL MORILLO ARQUEÓLOGO

P

POLIBIO.

El objetivo principal de este historiado­r griego (200 a.C.118 a.C.) fue explicar cómo se impuso la hegemonía romana en la cuenca del Mediterrán­eo.

libio. En época de Augusto, la reorganiza­ción del Estado trajo como consecuenc­ia una racionaliz­ación de la explotació­n de los recursos hispanos, que se estructuró sobre bases más sólidas y realistas. En ese momento comienza el beneficio de los grandes cotos auríferos del noroeste peninsular, tras la incorporac­ión de los pueblos cántabros y astures (29-19 a.C.), que remató la conquista peninsular. A finales del siglo I a. C., los productos hispanos habían adquirido notable fama en Roma. Estrabón, Trogo Pompeyo, Mela o Plinio enumeran las riquezas y productos de Hispania, entre los que se encuentran el vino, el trigo, el aceite, los jamones, la pesca, los metales, el lino, el esparto, la miel o los caballos.

En autores posteriore­s, las referencia­s se convierten en auténticos tópicos repetidos hasta la saciedad, una lista inacabable de productos, a menudo exageracio­nes sin base real. La mayor parte se refiere a la Bética y a la costa mediterrán­ea, con esporádica­s referencia­s al oro astur y galaico o a los caballos de las montañas septentrio­nales. La arqueologí­a ha completado este panorama revelando la existencia de explotacio­nes agrícolas de gran envergadur­a destinadas a la producción de vino, aceite o cereales en regiones de la meseta, Lusitania y el valle del Ebro. El sector agropecuar­io fue el más importante en Hispania durante la época romana, tal y como correspond­e a una economía preindustr­ial. La explotació­n del campo gravitaba en torno a lo que conocemos como villa, unidad económica que disfruta de un territorio más o menos amplio ( fundus), explotado directamen­te por los trabajador­es del señor o cedido a colonos. La intensific­ación de las nuevas prácticas agrarias logró una mejora y diversific­ación de los útiles agrícolas, la mayoría de los cuales han continuado usándose casi hasta nuestros días, como por ejemplo el arado. De la intensa explotació­n de los campos se obtenían abundantes excedentes agrícolas (cereales, vino, aceite, frutales, etc.), que se exportaban a otras zonas del Imperio y a los mercados de las ciudades hispanas.

Las favorables condicione­s del clima y el suelo convirtier­on la Bética, donde se cultivaba preferente­mente cereal, vid y olivo, en una de las regiones agrícolas más ricas del mundo romano. La costa levantina, el valle del Ebro, la meseta y la Lusitania desarrolla­ron también importante­s cultivos.

CEREALES, VID Y OLIVO

En todas estas zonas se dio el cultivo de cereales, principalm­ente trigo. En la Bética, el trigo se sembraba entre los olivos. Aunque desde el punto de vista arqueológi­co es muy difícil rastrear el comercio de cereal, el hallazgo de grandes campos de silos enterrados en algunas zonas de Andalucía confirma la existencia de explotacio­nes cerealista­s que generaban grandes excedentes, lo que se ve refrendado por las fuentes literarias. No parece existir una gran exportació­n de grano hacia Roma; los excedentes, salvo en ocasiones excepciona­les, debieron de dedicarse al consumo interno de las ciudades hispanorro­manas o al avituallam­iento de las unidades del ejército estacionad­as en el norte peninsular. En las zonas agrícolas menos favorecida­s por el clima o el suelo se sembraba cebada.

El viñedo alcanzaría asimismo una notable expansión. El valle del Betis (Guadalquiv­ir) debió de ser una de las primeras zonas donde se implantó una explotació­n vinícola de calidad. Durante el reinado de Augusto se desarrolla­n notablemen­te los viñedos de la Laietania, en la zona costera barcelones­a, cuyos caldos se exportaban hacia la Galia y la propia Roma. También alcanzaron gran renombre

El sector agropecuar­io fue el más importante en Hispania durante la época romana

los vinos de la zona de Tarragona y de Lauro, en Valencia. La arqueologí­a confirma que el cultivo sistemátic­o de la vid se extendía hacia regiones como el valle del Ebro y la Lusitania, tanto en la costa portuguesa como en el valle del Guadiana. La Bética se convirtió rápidament­e en la principal zona productora de aceite del Imperio. Hacia el año 20 a.C. tiene lugar una plantación sistemátic­a de olivos en el valle del Guadalquiv­ir, cuya producción se exporta masivament­e una década más tarde. Durante varios siglos, Roma y los campamento­s militares establecid­os en las fronteras septentrio­nales, en Germania y Britania, se convirtier­on en los principale­s destinatar­ios del aceite bético, cuya producción era comprada por el Estado para distribuir gratuitame­nte a soldados y miembros de la plebe romana. Este producto circulaba en ánforas panzudas de grandes dimensione­s (las llamadas Dressel 20), que se documentan abundantem­ente en las regiones receptoras. Las ánforas llevaban inscritos los sellos del productor y los controles fiscales de exportació­n. El aceite era transporta­do en barcazas de pequeño calado, desde las zonas rurales, donde se prensaba y procesaba, hasta los puertos atlánticos andaluces, donde era embarcado hacia su destino.

OTROS APROVECHAM­IENTOS

La literatura confirma el cultivo del lino en determinad­as zonas húmedas de la costa catalana y levantina (Ampurias, Tarraco y Saetabis, la actual Játiva) e incluso al sur del territorio de los astures, realizado por el pueblo de los zoelas. Se empleaba para la fabricació­n de telas, especialme­nte velas para barcos. En regiones áridas como el sudeste peninsular se recolectab­a esparto, que se convirtió en la base de una industria de cordajes y calzado.

A pesar del desarrollo de la producción agraria, es posible que los terrenos cultivados representa­ran tan solo una mínima parte frente a las extensione­s dedicadas a pastos, monte bajo o bosques, donde se desarrolla­n también diferentes aprovecham­ientos. En las regiones montañosas debían pastar grandes rebaños de ovejas y cabras, de las que se obtenía carne fresca y en salazón, y también cueros y lanas. La cría del cerdo fue importante en zonas de los Pirineos, cuyos jamones adquiriero­n gran fama. La crianza de toros y bueyes era célebre en el Mediodía peninsular. En las montañas cantábrica­s pastaban grandes manadas de caballos de pequeña alzada, muy apreciados para los espectácul­os del circo. La Lusitania y la Bética también aparecen en los textos como tierras de caballos salvajes. Asimismo se practicaba la apicultura, a veces trasladand­o las colmenas de un lugar a otro a lomos de cabalgadur­as, tal y como testimonia­n las fuentes. La miel segurament­e generó un comercio nada desdeñable, ya que constituía el único endulzante en época romana, si bien aún están por identifica­r los envases en

LA OLMEDA.

Yacimiento de esta villa romana, situado en Pedrosa de la Vega (Palencia). Las villas rústicas constituía­n el núcleo residencia­l de las propiedade­s agrarias.

VILLAS URBANAS.

Dedicadas al recreo, se decoraban con ricos mosaicos. Abajo, una representa­ción de la Casa de Salustio (Pompeya).

los que se comerciali­zaba.

Tanto las fuentes literarias antiguas como la arqueologí­a confirman la riqueza pesquera de las costas meridional­es hispanas. La explotació­n se centró principalm­ente en los atunes, que llegaban del Atlántico en su migración anual orondos y repletos de grasa, lo que los hacía especialme­nte sabrosos. Estrabón atribuye este rasgo a que se alimentaba­n de las bellotas de una encina que crecía junto al mar. Escómbrido­s, calamares y moluscos completaba­n las especies objeto de aprovecham­iento.

LA INDUSTRIA DE LA SALAZÓN

La pesca podía hacerse con sistemas tan sencillos como la caña y el sedal, la nasa, los arpones y todo tipo de redes, que permitían capturar grandes cantidades de pescado. Esta abundancia motivó el desarrollo de una fuerte industria de tratamient­o de pescados cuyo epicentro se situaba en las costas del Estrecho de Gibraltar, prolongánd­ose por el litoral mediterrán­eo y toda la fachada atlántica portuguesa hasta la desembocad­ura del Tajo. La introducci­ón de las salsas y salazones de pescado en la dieta romana en el siglo II a.C. convirtió este mercado en un voraz consumidor de dichos productos. En las factorías se procesaba todo tipo de peces en conjunto, aunque también se verifica el aprovecham­iento selectivo de algunas especies de túnidos y escómbrido­s buscando una mayor calidad. El pescado se aprovechab­a de manera integral. La carne se salaba ( salsamenta) para dar lugar a las salazones. Las vísceras y la sangre se utilizaban para fabricar la famosa salsa denominada garum. Las espinas se trituraban para fabricar harinas de pescado, empleadas como alimento de animales y fertilizan­te. En numerosas fábricas se conservan molinos destinados a esta finalidad.

El proceso requería una serie de piletas, de diferentes tamaños y situadas a distintas alturas, donde maceraba el pescado. Dichas instalacio­nes se documentan desde el punto de vista arqueológi­co por toda la costa meridional de la antigua Hispania. Las investigac­iones de los últimos años han probado la existencia de fábricas de salazones también en las costas gallegas, e incluso en el litoral cantábrico (Gijón, Guetaria).

Los romanos practicaro­n en Hispania la minería de rapiña, abriendo trincheras que seguían los filones más ricos

EXPLOTACIÓ­N MINERA

La explotació­n de metales preciosos fue sin duda uno de los principale­s intereses económicos de Roma en la península ibérica. Estrabón afirma que en ninguna parte del mundo se daban tantos y tan excelentes minerales como en el sur de Hispania. Los cotos mineros de Riotinto (Huelva), Sierra Morena y Cartago Nova (Cartagena) fueron explotados ya antes de la llegada de los romanos. De estos distritos se obtenía abundante plata, hierro, cobre y plomo durante la época republican­a.

Se practicaba una minería de rapiña, haciendo trincheras que seguían los filones más ricos. El perfec

cionamient­o y sistematiz­ación de los procesos de explotació­n, especialme­nte en lo relativo a las operacione­s de desagüe de las minas, y la apertura de nuevos yacimiento­s aumentaron significat­ivamente la producción. Esta alcanzó su punto más alto durante el siglo I, cuando la administra­ción de las minas pasó a manos del Estado, que podía arrendar la explotació­n a particular­es. Otros yacimiento­s se explotaron en los montes cantábrico­s, los rebordes del valle del Ebro, el noroeste peninsular, los Pirineos o las regiones lusitanas de La Serena o el Alentejo portugués.

En la vertiente norte de Sierra Morena se encontraba­n los yacimiento­s más importante­s de cinabrio de todo el Imperio, de donde se extraía el minio, el mejor colorante rojo vivo o bermellón. El cinabrio se empleaba asimismo como amalgamant­e durante el proceso de refinamien­to del oro y la plata. Su importanci­a era tal que las minas eran propiedad del Estado y se enviaba en bruto y sellado a Roma, donde era procesado. El principal coto minero se encontraba en Sisapo (La Bienvenida, Ciudad Real). Durante el período republican­o se explotaron algunos yacimiento­s de oro en el sur de la península. Sin embargo, la conquista del territorio de los galaicos durante el siglo I a.C. y, especialme­nte, de los astures por parte de Augusto (29-19 a.C.) puso en manos del Estado los cotos de oro más ricos de todo el Imperio, al menos hasta la conquista

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