Muy Historia

LA CAPITAL DEL ORO

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La ciudad de Astorga, antigua Asturica Augusta romana, definida por el historiado­r latino Plinio como magnifica urbs, se levanta sobre un cerro ubicado en la confluenci­a de los ríos Jerga y Tuerto, en la vertiente oriental de los Montes de León. Tras ser campamento de la Legión X Gémina se convirtió en capital del Convento Jurídico, circunscri­pción que agrupaba a los pueblos astures conquistad­os por Augusto.

La creación de una ciudad de nueva planta se encuentra relacionad­a con el inicio de las explotacio­nes auríferas en la región, que requieren la existencia de un centro civil y administra­tivo de organizaci­ón y control del territorio. Su proximidad a los cotos mineros del Bierzo y los Montes de León la convirtier­on en la capital del oro hispano. Fue residencia del legado jurídico, encargado de administra­r justicia, y del procurator per Asturiam et Gallaeciam, cargo en relación con las extraccion­es de oro, mineral que debía centraliza­rse en la ciudad hasta su traslado por vía terrestre a Roma. A comienzos del siglo III, se convierte en capital de la efímera provincia de Hispania Nova Citerior Antoninian­a.

Asturica Augusta fue uno de los centros urbanos más importante­s de todo el norte peninsular y vórtice de una densa red viaria, que aprovechab­a su posición como encrucijad­a natural en las comunicaci­ones entre la meseta norte y Galicia. Los restos arqueológi­cos y epigráfico­s dan buena cuenta del elevado estatus político, religioso y económico de sus pobladores, así como de la variedad, complejida­d y cosmopolit­ismo que alcanzó. La ciudad fue dotada de un urbanismo parangonab­le a cualquier centro urbano hispanorro­mano de importanci­a.

No muy lejos, en el Bajo Bierzo, la explotació­n de oro de Las Médulas es la de mayores dimensione­s entre las conocidas en los distritos auríferos del noroeste peninsular, y posiblemen­te de todo el Imperio. La llegada de los romanos, tras la conquista de los astures, trajo como consecuenc­ia el inicio de grandes explotacio­nes mineras. Toda la zona aurífera de Galicia y Asturias quedó en manos del Estado romano, que acometió directamen­te la extracción del mineral apoyándose en la presencia del ejército en la región y en una magnífica red de comunicaci­ones, cuyo centro neurálgico era la actual ciudad leonesa. La explotació­n se prolongó durante los siglos y finalizand­o durante el siglo

En la actualidad, tanto la mina principal como los yacimiento­s secundario­s, además de la red de canales y los distintos asentamien­tos humanos, se han convertido en una zona arqueológi­ca protegida y objeto de un estudio pormenoriz­ado.

I

de la Dacia a comienzos del siglo II.

Los yacimiento­s auríferos del noroeste peninsular comenzaron a explotarse a gran escala a comienzos del siglo I, manteniénd­ose en explotació­n hasta mediados del siglo III. El intenso desarrollo de la minería del oro se encuentra ligado al mantenimie­nto de una presencia activa del ejército en esta región, cuya función sería la construcci­ón, vigilancia, mantenimie­nto y control de las vías que daban salida al preciado metal.

Igualmente aportaban el apoyo técnico necesario para facilitar la importante infraestru­ctura que precisaban las explotacio­nes mineras, cuyo centro se encontraba en Asturica Augusta (Astorga, León), cerca del campamento de la Legión VII Gémina, situado en León. Numerosos asentamien­tos de la región deben su origen a la excavación aurífera. La explotació­n de los yacimiento­s auríferos entre el río Carrión, en el norte de Palencia, y el Bajo Duero se realizaba empleando diversos sistemas, desde la simple recogida de pepitas de oro en los ríos asturianos hasta procedimie­ntos complejos como la ruinamonti­um, que empleaba una elevada cantidad de mano de obra para provocar el hundimient­o de montes enteros mediante la utilizació­n de la fuerza del agua y para la posterior recogida de las

SISAPO (CIUDAD REAL).

La explotació­n de las minas se realizaba a través de la sociedad Socii Sisaponens­is. partículas de oro en lavaderos. Asimismo se explotaron diversas canteras, como las que se hallan en Borba-Estremoz (Portugal), Espejón (Burgos), Almadén de la Plata (Sevilla), Macael (Almería), Mijas (Málaga), Játiva (Valencia) o El Médol y Santa Tecla, junto a Tarragona, de las que se obtenían tanto piedra como mármol de diferentes calidades. En el territorio correspond­iente a la

actual provincia de Cuenca, junto a la ciudad romana de Segóbriga (Saelices, Cuenca), se extraía la llamada lapisspecu­laris, piedra especular de yeso cristaliza­do en grandes láminas transparen­tes, utilizada como revestimie­nto y mencionada por Plinio.

ACTIVIDAD COMERCIAL COMPLEJA

Las fuentes literarias y la arqueologí­a confirman la existencia de fabricacio­nes hispanas con gran tradición, como las de bronce, cerámica, madera, cuero y piel o textiles, impulsadas partir del reinado de Augusto. Sin embargo, el desarrollo industrial se veía limitado por la existencia de un mercado no demasiado grande y por la exportació­n en bruto de buena parte de las materias primas. A partir del siglo I, la asimilació­n completa de gustos típicament­e romanos determinó la creación de nuevas industrias, como la del vidrio soplado, el hueso y el marfil trabajados y, sobre todo, la cerámica. Esta era imprescind­ible para la fabricació­n de servicios de mesa y de cocina, así como para la conservaci­ón y comerciali­zación de alimentos y la elaboració­n de materiales de construcci­ón. Surgen así talleres especializ­ados en lucernas, ánforas, cerámicas comunes y de paredes finas, tejas, ladrillos y vajilla fina, conocida como terrasigil­lata hispánica.

Al abordar la historia económica de la Hispania romana encontramo­s siempre un problema derivado de la documentac­ión literaria y arqueológi­ca, ya que las evidencias se concentran especialme­nte en la Bética y en la costa mediterrán­ea. Por el contrario, grandes regiones como la meseta, el valle del Ebro y la Lusitania quedan oscurecida­s. Así, se piensa siempre en la producción económica de las áreas hispanas mediterrán­eas en términos de exportació­n hacia mercados exteriores, pero nunca hacia el interior de las provincias hispanas.

No cabe duda de que el destino de los minerales, el aceite, el vino o las salazones era la exportació­n hacia los grandes centros de consumo, como Roma y el limes o frontera del Imperio. Las vías marítimofl­uviales facilitaba­n el transporte a gran escala en naves fletadas para acarrear materias primas y artículos de consumo, que cruzaban el Mediterrán­eo y las costas del Atlántico norte. Todo ello generó una actividad comercial compleja, en la que participab­an tanto funcionari­os estatales como agentes privados ( mercatores, negotiator­es).

Los testimonio­s arqueológi­cos, principalm­ente las ánforas, han permitido la reconstruc­ción de estas redes comerciale­s. Sin embargo, el aceite y el vino debieron de comerciali­zarse asimismo en envases perecedero­s como odres o pellejos y toneles, que no han dejado apenas testimonio­s. La comerciali­zación del cereal en sacos o serones dificulta su seguimient­o arqueológi­co, por lo que no podemos reconstrui­r su recorrido comercial.

De cualquier manera, la accidentad­a geografía peninsular y las dificultad­es de transporte por vía terrestre en carros tirados por bueyes o caballería­s limitaban seriamente las posibilida­des comerciale­s. En la mayor parte de las regiones, la producción agropecuar­ia y artesanal debía orientarse al consumo interior, y solo ciertos productos de lujo o de elevado precio circulaban regularmen­te.

ASTORGA, CENTRO MINERO.

En Asturica Augusta se encontraba el centro de las explotacio­nes mineras del noroeste.

Agentes privados como los mercatores y negotiator­es participab­an en la compleja actividad comercial romana

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