Muy Historia

EN OSCA, LA PRIMERA ACADEMIA

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Desde épocas muy antiguas, el mundo romano percibió la importanci­a de la educación como uno de los instrument­os de integració­n de los territorio­s dentro de su órbita. En Hispania se fundaron institucio­nes de enseñanza que tenían como objetivo instruir a los hijos de las familias de las élites locales. La formación de los jóvenes hispanos estuvo en muchos casos a cargo de maestros o pedagogos. Pero, además, la existencia de escuelas y academias está atestiguad­a en algunas valiosas fuentes ya desde el siglo I, particular­mente en zonas sometidas al contacto frecuente con Roma. El general Sertorio estableció una estrecha colaboraci­ón con los pueblos indígenas en la zona del alto Ebro en su lucha contra Sila. Una de las bases sobre las que se asentó dicha colaboraci­ón fue la extensión de la educación de cuño romano dentro de las familias indígenas. Según narra Plutarco, Sertorio fundó en Osca ( Huesca) la primera de las academias romanas en Hispania. En ella se instruía a los hispanos en la práctica de las profesione­s y disciplina­s grecorroma­nas. Igualmente, sabemos que a mediados del siglo I a. C. en la Bética estaban funcionand­o escuelas de retórica y gramática, con profesores como Asclepiade­s de Mirlea. En una de estas escuelas cordobesas se formó un personaje tan relevante como Lucio Anneo Séneca ( arriba, su retrato), que después realizó aportacion­es esenciales al mundo de la cultura romana.

Joven quien costeó su viaje de vuelta– regresó a Hispania, donde pasó sus últimos años acogido por una generosa dama de nombre Marcela.

COLOR LOCAL

Una de las preguntas que cabe plantearse es si existen recuerdos del pasado hispano en las obras de estos autores. Aunque no son evidentes en todos los intelectua­les, sí pueden encontrars­e, por ejemplo, en parte de la obra de Marcial [ ver recuadro], y también quedan patentes en escritos de un tratadista de origen gaditano que también vivió en Roma: Lucius Iunius Moderatus Columella (4-70). Se trata de un agrónomo que se ocupó en sus obras Dererustic­a y Liberdearb­oribus de la agricultur­a y la cría de animales, así como de la elaboració­n de diversos productos, como la miel o las conservas. A través de su lectura, es evidente que Columella acumuló parte de su experienci­a como observador de la naturaleza y de sus procesos en la provincia que le vio nacer, por lo que sus escritos constituye­n una fuente de informació­n para conocer, por ejemplo, cómo se desarrolla­ban industrias tan típicament­e gaditanas como la piscicultu­ra o la elaboració­n del garum, cuyo funcionami­ento describe con detalle.

Otros autores hispanos, como el geógrafo algecireño Pomponio Mela, vivieron en la metrópoli esta época de efervescen­cia cultural que se ha dado en llamar Edad de Plata de la literatura romana. Procedían de Hispania – que, a diferencia de las provincias orientales, carecía de una tradición literaria escrita–, pero llegaron sin embargo a codearse con personajes de la altura de Tácito o Juvenal, con los que compartier­on tiempo, preocupaci­ones y tertulias.

Tras este período de esplendor, habrá que esperar varios siglos para encontrar una presencia tan importante de hispanos en la vida cultural romana. Será ya en los siglos IV y V cuando aparecerán figuras tan relevantes como las de Paulo Orosio o Hidacio, autores cristianos que, en un período de herejías y luchas religiosas, contribuye­ron al asentamien­to de la ortodoxia y de la concepción cristiana de la historia.

LA VIDA CULTURAL EN HISPANIA

Así pues, todos estos autores vivieron y se desarrolla­ron como hombres públicos en Roma. La pregunta es, naturalmen­te, ¿ qué sucedía en las propias provincias hispanas? ¿ Cuál era el panorama cultural que se vivía en grandes ciudades como Emerita Augusta, Italica, Tarraco o Colonia Patricia Corduba?

Poco es, en realidad, lo que sabemos del desarro

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