Muy Historia

EL ‘SALTERIO DE LA REINA MELISENDA’

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Melisenda (1105-1160) fue una princesa de origen franco sobre la que recayó en herencia el reino de Jerusalén tras la muerte de su padre, Balduino II, en 1131. Demostró una enorme independen­cia en un tiempo en el que, por norma, las reinas actuaban como simples consortes a la sombra de sus maridos. Así, tras su llegada al poder, Melisenda se convirtió en una gran promotora de las artes, llegando incluso a construir un monasterio en Betania a cuyo frente dispuso a una de sus hermanas. Quizá la obra que muestra de forma más evidente los refinados gustos de la reina es el conocido como Salterio de la reina Melisenda, conservado en la British Library de Londres. Se trata de un manuscrito ricamente decorado con escenas del Nuevo Testamento, que fueron representa­das sobre fondos de oro a la manera de los iconos bizantinos. Conserva además sus excepciona­les cubiertas de marfil, que muestran escenas de la vida del rey David, quizá en alusión a las virtudes que debía reunir el buen gobernante. Confeccion­ado entre 1131 y 1143, se cree que pudo ser iluminado para la reina en el scriptoriu­m del Santo Sepulcro. Gracias al descubrimi­ento de una firma bajo una de sus viñetas, ha llegado hasta nosotros uno de los escasos nombres de aquellos maestros que trabajaron en los Estados cruzados: el pintor Basilius.

del Oriente cristiano que se dio en las artes pictóricas del momento. Una cultura artística compartida, que subsistió en Chipre y Rodas tras el ocaso del reino latino.

Pese a la distancia, Tierra Santa siempre había estado presente en el imaginario europeo como escenario fundamenta­l de la historia sagrada. La experienci­a directa de los Santos Lugares y la llegada de reliquias y objetos desde el confín oriental del

Mediterrán­eo marcaron toda la Edad Media, pero se intensific­aron en tiempos de las Cruzadas. Como espacio más venerado de la cristianda­d, el Santo Sepulcro ya había sido objeto de interpreta­ciones en Occidente, como la capilla de San Miguel de Fulda en la actual Alemania. Sin embargo, con el conocimien­to directo del lugar tras la conquista de la Ciudad Santa, las copias de la Anástasis – la parte del edificio que albergaba el lugar de enterramie­nto y posterior resurrecci­ón de Jesucristo– se multiplica­ron por toda Europa. El hecho de copiar un edificio o una obra de arte en la Edad Media no implicaba necesariam­ente que el elemento duplicado fuese excesivame­nte fiel al original, sino que bastaba con que evocase sutilmente a su modelo a través de sus formas. En este sentido, la principal particular­idad de la Anástasis era su planta circular. Iglesias como el Santo Sepulcro de Cambridge ( 1130) fueron expresamen­te edificadas con una caracterís­tica forma de rotonda para rememorar el célebre lugar a la vista de los habitantes de Occidente. Otros templos, como el del Santo Sepulcro de Torres del Río, construido en Navarra a finales del siglo XII, se edificaron siguiendo una planta octogonal asimilable al espacio central de la tumba de Cristo en Jerusalén. En no pocas ocasiones, fueron las órdenes militares las responsabl­es de erigir en Europa estos templos que recordaban los monumentos emblemátic­os de los Santos Lugares de Jerusalén.

El movimiento de obras de arte hacia Europa fue constante afectó a libros, iconos, tejidos y, sobre todo, reliquias

Además de la memoria transmitid­a por los edificios, los objetos también permitían revivir Tierra Santa. Como resultado del botín, del regalo y del comercio, el movimiento de obras de arte hacia Europa fue una constante que afectó a libros, iconos o ricos tejidos, y en particular a las reliquias y sus preciados contenedor­es. Su posesión compensaba, de alguna forma, la añoranza de unos Santos Lugares cuyo acceso se fue tornando más limitado para el devoto. El saqueo de Constantin­opla en 1204 durante la Cuarta Cru

zada conllevó la captura de tesoros acumulados durante siglos en la capital imperial. Venecia fue el destino de muchos de ellos. La basílica de San Marcos aún exhibe las placas de esmalte que se añadieron a la famosa Pala d’Oro, o los impresiona­ntes caballos de bronce instalados en su fachada como trofeo sustraído del hipódromo de Constantin­opla. Muchas otras iglesias situadas en los territorio­s de origen de los cruzados vieron in

EN ORIENTE Y TAMBIÉN EN OCCIDENTE.

A la izquierda, el Pantocráto­r de Santa Catalina (conocido como Pantocráto­r del Sinaí), un icono del monasterio de Santa Catalina en el monte Sinaí (Egipto). A la derecha, la famosa Pala d’Oro o retablo de oro de la catedral de San Marcos, en Venecia, uno de los mejores ejemplos de arquitectu­ra bizantina en el mundo. crementado­s sus tesoros con relicarios y vestigios sagrados que recalaron allí tras el expolio. Para concluir, valga recordar cómo este y otros episodios de las Cruzadas fueron pintados en los muros, ilustrados en los libros y tejidos en los tapices ya desde su inmediato suceso. El arte devolvió así el recuerdo de décadas de creación, destrucció­n y desplazami­ento de su propio patrimonio entre Oriente y Occidente.

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