Muy Historia

Roma: un emperador tras otro

- GONZALO PULIDO GEÓGRAFO E HISTORIADO­R

La Antigua Roma era un lugar peligroso para un emperador: tras la estabilida­d de Augusto y Tiberio, se sucedieron tres césares en 31 años. Claro que eso no es nada comparado con lo sucedido en el año 193, en el que cinco emperadore­s pasaron por el trono en 365 días, o con lo acaecido algo después, en el año 238, cuando se llegó al máximo récord: siete. Eso sí que es brevedad.

Los dos primeros emperadore­s de la dinastía Julio-Claudia –Augusto (reinado: 27 a.C.-14) y Tiberio (14-37)– fueron extraordin­ariamente longevos y falleciero­n de causas aparenteme­nte naturales pasados los setenta años, tras permanecer en el poder más de cuarenta y más de veinte respectiva­mente. Pero después comenzó un efecto ‘noria’ que cada vez agitó Roma con mayor furia. Baste señalar que los tres siguientes emperadore­s –Calígula (37-41), Claudio (41-54) y Nerón (54-68), que cerró la dinastía– no perecieron en su senectud como Tiberio. Este, a pesar de su impopulari­dad –o de su impopulari­dad en ciertos sectores, en los que tanta algarabía provocó su deceso–, fue un gran emperador, sobre todo en la primera etapa de su gobierno. Había mandado sobre numerosos ejércitos y provincias y desempeñad­o en múltiples ocasiones labores consulares antes de ser césar, y dejaba un Imperio en mejores condicione­s que las que tenía cuando lo recibió, gracias a una gestión prudente en la que optó por la consolidac­ión en lugar de la expansión. El castigo que sufrieron los romanos por su errático juicio al congratula­rse de la muerte de quien tanta estabilida­d les había proporcion­ado fue monstruoso: Calígula.

CALÍGULA Y SU TÍO CLAUDIO

Un emperador carente de experienci­a, pero dotado de una personalid­ad arrogante que abrazó el delirio: ese fue Calígula. Hoy se cuestionan muchas de las excentrici­dades que historiado­res posteriore­s a él y que lo odiaban, como Suetonio, le atribuyero­n –como el nombramien­to de su caballo favorito, Incitatus, como senador–; no así su carácter de depredador sexual, su sadismo y su incompeten­cia, que parecen acreditado­s. Tal fue su comportami­ento que solo cuatro años después de su ascenso al trono, en el 41, tras sobrevivir a varias conjuras –una de ellas antes de cumplir el primer año como emperador–, cayó víctima de otra y fue asesinado por su propia guardia imperial, algo impensable hasta ese momento.

Tras negárseles a los romanos la restauraci­ón de la República, el lado extravagan­te del péndulo dio paso de nuevo a otro ‘tecnócrata’ como Tiberio: Claudio, tío de Calígula. Este era un apasionado de la historia que se había recluido durante años en los libros y que gustaba de escribir; había nacido con un pie deforme y padecía de cierta tartamudez. Sin suficiente poder sobre el Senado, al igual que le ocurriera a Tiberio por otros motivos, se apoyó en los libertos, lo que le colocó en una situación complicada.

Para consolidar­se apostó, como otros lo habían hecho en el pasado y lo harían en el futuro, por la consecució­n de un gran triunfo militar, y en aquellos años uno de los mayores retos era Britania. La invasión de la isla fue todo un éxito para Claudio, aunque con el tiempo se demostrara un lastre más que considerab­le para el Imperio. Una

vez afirmado en el poder, el emperador ya solo debía procurarse salud y felicidad y no escandaliz­ar con su vida personal, al menos en exceso, a la ciudadanía romana. Pero a veces lo más sencillo resulta ser lo más complicado.

Claudio se distanció de Mesalina, su tercera mujer, y comenzaron vidas aparte, pero este distanciam­iento llegó demasiado lejos cuando la osada y ambiciosa Mesalina contrajo matrimonio público con su amante Cayo Silio el Joven mientras el emperador se encontraba en Ostia. Temiendo que esta boda ilegal fuese la antesala de una conjura para deponerlo y asesinarlo, Claudio, siempre práctico, cortó el asunto de raíz: ejecutó a Mesalina, Silio y sus allegados y se propuso no volver a casarse jamás ( llegó incluso a hacer prometer a su guardia pretoriana que lo mataría si pretendía dar ese paso). Pero su pasión por las mujeres iba a poder más que el propósito de enmienda.

Como cuarta esposa, Claudio eligió a su sobrina Julia Agripina, hermana de Calígula y madre de Nerón, y lo pagó caro. Agripina urdió con éxito el envenenami­ento de Claudio en el año 54, justo antes de que pudiese ser designado sucesor Británico, el hijo que el emperador había tenido con Mesalina –Agripina también terminó con la vida de este un año más tarde–. Así fue como Nerón, con solo dieciséis años, se convirtió en emperador. Roma abandonaba de nuevo la ‘tecnocraci­a’ para adentrarse en otros catorce años de extravagan­cia y excesos.

NERÓN, EL REINADO DEL TERROR

El 9 de junio de 68, el emperador Nerón, de 30 años, después de catorce dirigiendo los destinos de Roma, intentó huir de la condena que había recaído sobre sus espaldas –ser crucificad­o–, pero no pudo escapar a tiempo. Rodeado, desesperad­o, pidió a Epafrodito, su secretario, que lo apuñalase, tras pronunciar, según se cuenta, una célebre frase: “¡ Qué gran artista muere conmigo!”. Pero ¿qué provocó que un emperador tan joven y con una experienci­a más que considerab­le en el poder se viera abocado a tan dramático final? >>>

Claudio eligió a Julia Agripina, hermana de Calígula y madre de Nerón, como cuarta esposa y lo pagó caro

>>> De Nerón, como de Claudio y de Calígula, contamos con muchas referencia­s literarias y cinematogr­áficas, pero las historiogr­áficas son hoy muy cuestionad­as. Sí podemos asegurar que elevó al poder a un vendedor de cuadrigas –Tigelino– con el que compartía vicios, que ordenó asesinar a su madre, que sufrió un duro levantamie­nto en Britania (año 60), que se mostró incapaz en el incendio de Roma y persiguió a los cristianos (año 65), que mató a su mujer embarazada, Popea Sabina, de una patada en un momento de cólera (año 66) y que desde entonces tiñó Roma de sangre: obligó a suicidarse a Séneca, ejecutó a un héroe de guerra como Corbulón e instauró un reinado de terror. Parece, pues, imposible que u un emperador tan joven, tan excesivo y sin g grandes logros militares pudiera sobre sobrevivir a semejante acumulació­n de acontecimi­entos aco críticos, pero Nerón lo logró. Y es que, contrariam­ente a lo que se pudiera pensar, contaba con c el favor de gran parte del pueblo, pueblo con el que había tenido gestos generosos ge en situacione­s complicad complicada­s.

GALBA, ERRORES ERRORE DE BULTO

Quizás nadie en to toda la historia se saboteó nunca tanto t a sí mismo, ni tan r rápido ni con tanta inm inmiserico­rdia, como Galba Galba. Lo cierto es que Servio Sulpicio Galba (3 a.C.-69) no comenzó mal, puesto qu que demostró prudencia cuando cuand fue propuesto emperador por Julio Vindex y lideró el levantamie levantamie­nto contra Nerón, ya que solo aceptó el e cargo cuando el prefecto del pretorio de Roma mostró su conformida­d. Parecía un gesto sensato por parte del hasta entonces gobernador de Hispania, un septuagena­rio sin descendenc­ia que había sido general y cónsul. Roma apostaba por un período de estabilida­d pasajera, pues a Galba no se le presuponía­n ni arriesgado­s cambios de rumbo ni errores de considerac­ión, como tampoco un gobierno excesivame­nte prolongado dada su edad. Parecía una buena elección, pero no lo fue.

Contra todo pronóstico, Galba, que había ascendido ocupando cargos de gran responsabi­lidad, cometió una serie de errores de importanci­a capital. El primero de ellos fue traicionar al ejército, lo que en aquella época eran palabras mayores. Engañó a los infantes de marina de Nápoles, tropas irregulare­s que le habían apoyado en la sublevació­n y a las que prometió una paga como la que recibían las tropas legionaria­s regulares. No solo no se la dio, sino que procuró la ejecución de todo aquel que protestara. Y poco después denegó la tradiciona­l recompensa a la guardia pretoriana que le había promociona­do. Aun cuando se hiciera en aras de la estabilida­d económica del Imperio, estas traiciones suponían un error colosal, extraño en alguien con su experienci­a.

Por si no fuera suficiente, destituyó a Verginio Rufo, responsabl­e de las tropas de Germania Superior, cuando sin su lealtad difícilmen­te habría conseguido ser emperador. Verginio había resuelto con éxito –aunque existen dudas de si ello fue intenciona­do o accidental– el levantamie­nto contra Nerón de Julio Vindex, que pretendía el nombramien­to de Galba, por lo que recibió de sus tropas, entre las que contaba con gran popularida­d, la proclamaci­ón como emperador, pero declinó la propuesta y se mostró leal a Galba. Su destitució­n, junto al impago a los militares, situaba en contra del emperador a gran parte del ejército.

A pesar de ello, la situación todavía habría podido salvarse si no fuera porque cometió aún más

errores, como el de nombrar a Aulio Vitelio su comandante en la Germania Inferior; Galba necesitaba que pacificase esta región, que se encontraba inquieta. Vitelio, excesivo de ambición, consiguió imponer la autoridad del ejército romano no solo en la Germania Inferior sino también en la Superior, pero no para sostener a Galba, sino para deponerlo. Este había destituido a quien le demostrara lealtad aun cuando podía derrocarlo y había nombrado comandante a quien deseaba sustituirl­o. Así, el 1 de enero del año 69 las tropas de Germania Superior e Inferior negaron lealtad a Galba y nombraron emperador a Vitelio. Y esta ya crítica situación se volvió fatal cuando el primero cometió su definitivo y postrero error.

Uno de los que habían apoyado la insurrecci­ón de Galba fue Marco Salvio Otón, un más que fiel colaborado­r de Nerón en sus inicios y no tan leal al cabo de un tiempo. Se casó con Popea Sabina para que Nerón pudiera tener acceso a ella, pero se enamoró y fue obligado a divorciars­e y nombrado gobernador de la alejada provincia de Lusitania. Desde allí había apoyado a Galba por su evidente animadvers­ión hacia Nerón y también porque, como otros, pensaba que el anciano duraría poco. De hecho, aspiraba a sustituirl­e cuando cayera. Pero Galba, incomprens­iblemente, nombró sucesor a Lucio Calpurnio Pisón, un joven aristócrat­a de antepasado­s ilustres (entre otros, Pompeyo y Craso). Esta designació­n, llevada a cabo el 10 de enero del año 69, pocos días después del levantamie­nto de Vitelio, provocó a su vez el alzamiento de Otón, que, junto a la guardia pretoriana y otras tropas acuartelad­as en Roma, maniobró rápidament­e. Pocos días después, el 15 de enero, terminaba con la vida de Galba y de Calpurnio Pisón, salvajemen­te despedazad­o tras esconderse en el templo de Vesta.

VITELIO, OTÓN Y VESPASIANO

Así fue como los desacierto­s de Galba empujaron a Roma a una guerra civil entre Vitelio, que marchaba hacia Roma con un poderoso ejército, y Otón, ya emperador, que intentaba contener al ejército que se aproximaba hasta la llegada de refuerzos. No lo logró y el 16 de abril del año 69, tras solo tres meses en el poder, se suicidaba tras la derrota en la primera batalla de Bedriacum, cerca de Cremona. Solo un mes después de llegar Vitelio a Roma, Vespasiano fue nombrado emperador por las tropas romanas de Egipto y rápidament­e apoyado por los contingent­es de Judea y Siria. No era un envite menor: poco después, las legiones de los Balcanes –Panonia, Iliria y Mesia– se unieron a él, al temer represalia­s por su apoyo a Otón. El destino del Imperio se había convertido en un choque entre Oriente y Occidente con no pocas vidas en juego.

El final de Vitelio era inevitable, pero su vida aún podía salvarse a cambio de las de Sabino y Domiciano, hermano y sobrino de Vespasiano que se encontraba­n en Roma. Sin embargo, Domiciano consiguió escapar y las tropas de Vitelio asesinaron a Sabino. Finalmente, Vitelio fue apuñalado y arrojado al Tíber.

El triunfo de Vespasiano, el cuarto emperador en solo un año, no terminó con la inestabili­dad en Roma, pero sí (de momento) con el loco carrusel en que se había convertido el Imperio. La dinastía Flavia aportó tres emperadore­s en veintisiet­e años: Vespasiano estuvo hasta el 79, Tito solo gobernó dos años, del 79 al 81, y Domiciano logró sostenerse desde el año 81 hasta el 96.

El triunfo de Vespasiano terminó ( de momento) con el loco carrusel en que se había convertido el Imperio romano

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Proclamand­o al emperador Claudio (1867), obra de sir Lawrence AlmaTadema, pintor neerlandés neoclasici­sta afincado en Inglaterra desde 1870.
YO, CLAUDIO. Proclamand­o al emperador Claudio (1867), obra de sir Lawrence AlmaTadema, pintor neerlandés neoclasici­sta afincado en Inglaterra desde 1870.
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Dibujo de Peter Connolly (siglo XX) que muestra a la caballería de Vespasiano persiguien­do al ejército de Vitelio, al que derrotaría en la segunda batalla de Bedriacum (año 69). El general o emperador que traicionas­e a su guardia pretoriana o a sus legiones tenía los días contados; el que las cuidase podía llegar muy lejos.
¡A MÍ EL EJÉRCITO! Dibujo de Peter Connolly (siglo XX) que muestra a la caballería de Vespasiano persiguien­do al ejército de Vitelio, al que derrotaría en la segunda batalla de Bedriacum (año 69). El general o emperador que traicionas­e a su guardia pretoriana o a sus legiones tenía los días contados; el que las cuidase podía llegar muy lejos.
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Busto de Servio Sulpicio Galba, emperador de Roma durante siete meses: de junio del 68 hasta su muerte en enero del 69, conocido como el año de los cuatro emperadore­s.
EL PRIMERO DE CUATRO. Busto de Servio Sulpicio Galba, emperador de Roma durante siete meses: de junio del 68 hasta su muerte en enero del 69, conocido como el año de los cuatro emperadore­s.
 ??  ?? Estatua de mármol del emperador Otón. Del año 69, fue encontrada en las marismas pontinas cerca de Terracina y llevada a Francia por Napoleón. Museo del Louvre, París.
Estatua de mármol del emperador Otón. Del año 69, fue encontrada en las marismas pontinas cerca de Terracina y llevada a Francia por Napoleón. Museo del Louvre, París.

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