Reyes por días... o minutos
La ambición de cualquier rey que accede al trono es que su reinado sea largo y recordado por las generaciones venideras. Pero, en algunas ocasiones, los devenires históricos hicieron que los monarcas durasen apenas unas jornadas, o ni siquiera eso. ¿ Los motivos? Rivalidades con otros aspirantes a la corona, invasiones, magnicidios...
Empezamos esta semblanza de los reyes que menos tiempo ocuparon el trono en la Inglaterra del milenio. Edgar Atheling apenas pudo ser rey 72 días en 1066. Nacido en Hungría en 1053, se le conoce como “el rey perdido”. Único hijo varón de Eduardo el Exiliado, fue aupado al trono en 1066 con apenas 13 años, al ser el último miembro de la Casa de Cerdic. Sin embargo, la victoria del normando Guillermo I el Conquistador en la batalla de Hastings (14 de octubre de ese año) hizo que tuviera que rendirse 72 días después y renunciar a ser rey de Inglaterra.
Pero sus ansias por recuperar la corona nunca le abandonaron, quizá porque el apellido Atheling significa líder o jefe. En 1068, se unió a los nobles que le habían apoyado para alcanzar el trono, pero fue derrotado y huyó a Escocia, a la corte del rey Malcolm III. Un año después, Margarita, la hermana de Edgar – que pasaría a la historia como santa–, se casó con el rey escocés, que decidió apoyar a su cuñado en su pretensión de reinar en Inglaterra. Edgar, además, se alió con otro aspirante al trono, el rey de Dinamarca Svend Estridson, y juntos invadieron Inglaterra en 1069, tomando la ciudad de York. Guillermo armó a su ejército para combatirles, pero a la vez pagó al rey danés para que abandonara la campaña. Edgar volvió a refugiarse otros cuatro años en Escocia. Allí, en 1074, pidió clemencia, aunque siguió sin renunciar a la corona. Su figura aparece de nuevo en 1098 en Constantinopla, donde, al parecer, se unió la guardia varega, la unidad de élite del emperador bizantino Alejo I Comneno, que le proporcionó una flota para asistir a la Primera Cruzada y socorrer y avituallar el sitio de Antioquía.
Guillermo el Conquistador falleció en 1087 y cedió Normandía a su hijo Roberto –con el que tuvo una pésima relación– e Inglaterra a su hijo Guillermo, que falleció en 1100 en un accidente de caza. La corona inglesa fue entonces a Enrique, el tercer hijo, que solo había recibido dinero en el testamento. La tensión entre Roberto y Enrique fue en aumento y aquel decidió invadir Inglaterra en 1101, en una campaña que terminó en un pacto que confirmaba a Enrique como rey. Pero no quedó ahí la cosa, y en 1105 Roberto invade Normandía con Edgar de aliado. Enrique planta batalla y vence en Tinchebray: Roberto permanecerá en prisión el resto de su vida y Edgar es tomado prisionero y perdonado finalmente por el rey. Se retiró a su condado, donde murió, olvidado por todos, a la avanzada edad de 77 años.
CUATRO REYES Y UNA REVOLUCIÓN
Viajemos ahora a Francia, a julio de 1830. El rey Carlos X, que lleva ocho años en el trono, quiere volver al absolutismo y, tras unas elecciones a la Cámara Baja que ganan los liberales moderados, la disuelve con la idea de tener una mayoría más favorable. Además, aprovecha para limitar el derecho al voto, suspender la libertad de prensa y
reducir el número de diputados al alargarles el tiempo en el cargo. Los ciudadanos de París, hartos de la situación, se echan a la calle y, con el apoyo de la Guardia Nacional, barren al ejército real. Carlos X huye y se produce un vacío en el que optan al trono diferentes candidatos como su hijo Luis, delfín de Francia, su nieto Enrique y Luis Felipe de Orleans.
Luis se exilió con sus padres en 1789 – tenía 14 años–, cuando triunfó la Revolución Francesa. Como primo de Fernando VII, encabezó el ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis, que restableció la monarquía absoluta en España. Sus tropas recorrieron la Península sin oposición hasta llegar a Cádiz, donde derrotaron a los soldados del gobierno del Trienio Liberal en el fuerte del Trocadero, en Puerto Real. Por este motivo, Fernando VII quiso premiar a su primo con el título de príncipe de Trocadero y con el palacio de Buenavista de Madrid, donde se ubica en la actualidad el Cuartel General del Ejército de Tierra. Luis rechazó ambos ofrecimientos, alegando que “un hijo de Francia estaba por encima de eso”. En 1824, al ascender su padre, Carlos X, al
Hartos de Carlos X, los parisinos se echan a la calle con la Guardia Nacional y barren al ejército real; el rey huye y tres candidatos optan al trono
trono, Luis se convirtió en delfín de Francia y, por tanto, heredero de la corona. Pero el 30 de julio de 1830, en el ámbito de la Revolución, Carlos X fue depuesto.
El 2 de agosto, el monarca decide abdicar en su nieto Henri d’Artois, duque de Burdeos – un niño de diez años que se había criado con preceptores, por ser hijo póstumo del príncipe Carlos y de María Carolina de Borbón- Dos Sicilias–, que sube al trono como Enrique V de Francia. En el mismo acto, su tío Luis renuncia a un trono que ha ocupado apenas 15 minutos con el nombre de Luis XIX. Pero Enrique, a su vez, será rey solo una semana, pues el 7 de agosto las Cámaras francesas eligen a otro monarca: el duque de Orleans, lugarteniente general del reino, es proclamado rey de este modo el 9 de agosto como Luis Felipe I.
La familia real hubo de marchar al exilio y Carlos X moriría en Praga en 1836. Una parte de los legitimistas siguió viendo a Luis XIX como rey, por considerar inválidas las abdicaciones de 1830. Este ostentó la jefatura de la casa real y la titularidad de rey, pero se mantuvo apartado de la política y empleó el título de conde de Marnes. Por su parte, Enrique se convirtió en líder del Partido Legitimista, enfrentado a los partidarios de Luis XIX. Cuando Luis XIX murió en 1844, las dos ramas legitimistas se unieron. Enrique se convirtió en el único pretendiente de un trono al que trató de aspirar de nuevo en 1870, tras la derrota de Francia contra Prusia, y, con el apoyo del presidente de la República, Mac Mahon, estuvo a punto de lograrlo en 1873. Pero su insistencia en renunciar a la bandera tricolor en favor de la borbónica –blanca con flores doradas– hizo que la opinión pública se le pusiera en contra, ya que consideraba que se volvía al Antiguo Régimen. Finalmente, su tozudez hizo que creciera el número de escaños republicanos, lo que propició la instauración de la Tercera República. Enrique falleció en 1883 en el castillo austríaco de Frohsdorf, a los 62 años de edad. Al no tener descendencia, la línea carlista de los Borbones españoles heredó los supuestos derechos a la corona de Francia, obviando que, en 1712, Felipe V ( el primer Borbón español) había renunciado a ella tanto para él como para sus sucesores.
EL REY QUE REALMENTE NO FUE REY
La plaza del Comercio es una de las más hermosas de Lisboa y se levantó sobre las ruinas del Palacio Real, barrido por el terremoto de 1755. Conocida como TerreirodoPaço, su majestuosidad hizo que fuera el lugar elegido por nobles y embajadores para desembarcar al llegar a la capital portuguesa. Hoy, en el lateral derecho de la plaza – mirando el estuario del Tajo–, se ve la placa que recuerda el doble regicidio que se produjo allí el 1 de febrero de 1908. Los orígenes del hecho se remontan a 1870, cuando los políticos republicanos portugueses comenzaron a organizarse tras la proclamación de la Tercera República francesa. La monarquía fue debilitándose, especialmente tras el denominado ‘Ultimátum británico’ de 1890: la coalición luso- alemana, forjada con la idea de crear un Brasil en África, fue un fracaso. La presión del magnate de los diamantes Cecil Rhodes al gobierno de Lord Salisbury surtió efecto y el rey Carlos I de Portugal, que acababa de acceder al trono, tuvo que ceder los territorios entre Mozambique y Angola, los actuales Zambia y Zimbabue. Al considerarse al Reino Unido como un aliado tradicional, fue enorme el malestar de la opinión pública portuguesa contra el gobierno de su país. Pero la situación se envenena de manera definitiva en 1907, cuando el Partido Republicano Portugués parece que va a imponer la república y Carlos I disuelve el Parlamento nombrando primer ministro a Joao Franco, líder del Partido Liberal Regenerador, y convirtiendo así al país en una dictadura defacto. Los dirigentes de los partidos Regenerador y Progresista ( monárquico), que se alterna
En 1844 se unirían las dos ramas legitimistas surgidas en 1830 con la abdicación de Carlos X en su nieto Enrique