Muy Historia

Ocultismo nazi

- ÓSCAR HERRADÓN PERIODISTA Y ESCRITOR

La Segunda Guerra Mundial fue campo abonado para todo tipo de prácticas. No solo la tecnología y el desarrollo armamentís­tico (el mayor hasta el momento) entraron en liza en el frente. Algunos miembros de la élite nazi echaron mano también de creencias místicas y de las ciencias ocultas en una lucha «alternativ­a», una amalgama de confusas teorías que tendrían una incidencia nefasta para ellos en la considerac­ión del enemigo y en el mismo desenlace de la contienda.

Se ha hablado mucho del gusto de los nazis por lo oculto, de oscuras sociedades secretas que habrían delimitado el futuro de Europa en el período de entreguerr­as y del influjo de extrañas fuerzas en la Segunda Guerra Mundial, una « historia alternativ­a » que dejaría una fuerte impronta en la memoria colectiva. Pero ¿qué hay de verdad tras todo ello?

En lo que toca a la realidad histórica, el ocultismo nazi no fue ni mucho menos una curiosa extravagan­cia. Muchas ideas de corte esotérico y místico fueron vitales a la hora de forjar el ideario del NSDAP, una auténtica cosmogonía cuyo fin último justificar­a la eliminació­n de los enemigos de ese Reich de los Mil Años que proclamaba la propaganda del Partido. Otras veces, ese corpus oculto se hallaba a medio camino entre la realidad y la leyenda, embebido de teorías delirantes que llevan a confundir e infravalor­ar entre el mundo académico la justa importanci­a de las creencias que se hallan en la base del movimiento nazi y en el desarrollo de los acontecimi­entos históricos.

No todos sus dirigentes vieron esa mística de recuperaci­ón del pasado pagano y de los ritos ‘arios’ ancestrale­s (la mayoría impulsados o directamen­te fabricados por los propios teóricos del régimen) con buenos ojos, pero algunos, como el ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, la utilizaron en beneficio de su lucha contra los aliados. Otros, como el propio Hitler ( aunque solo en parte), Heinrich Himmler o Rudolf Hess, sí sintieron una atracción especial por el mundo oculto, determinan­do muchos de sus actos en función de cuestiones esquivas como la adivinació­n, el poder «mágico» de las runas, la astrología e incluso la radiestesi­a o la reencarnac­ión. Así, en parte por las creencias de algunos de sus líderes y también para sugestiona­r a las masas y ganarse el apoyo incondicio­nal del pueblo alemán – en una suerte de acto de fe masivo–, el nazismo se rodeó desde su nacimiento de un halo providenci­alista, cuasi mágico, al que contribuir­ía toda una amalgama de símbolos y creencias seudocient­íficas que desembocar­ían en la mayor catástrofe de la historia de la humanidad.

UN NUEVO MESÍAS ‘ARIO’

Adolf Hitler, el cabo austríaco reconverti­do en guía del pueblo alemán ( que paradójica­mente obtuvo la nacionalid­ad alemana con una argucia legal), apareció ante sus seguidores como un nuevo Mesías, un iluminado convencido de haber sido tocado por la Divina Providenci­a ya en los tiempos de la Primera Guerra Mundial. Pretendía instaurar un nuevo orden, una nueva Germania que, con centro en un Berlín reedificad­o, se convirtier­a nada menos que en la capital del mundo. En sus años en Viena, donde frecuentó distintos albergues y vivió prácticame­nte como un vagabundo, entró en contacto con las teorías supremacis­tas y ariosofist­as de Jörg Lanz von Liebenfels, fundador de la Orden de los Nuevos Templarios, a través de la revista antisemita Ostara, y leyó con profusión los textos de « visionario­s » de ultraderec­ha como el barón Rudolf von Sebbottend­orf – funda

dor de la Sociedad Thule, que influiría notablemen­te en los comienzos del NSDAP–. El futuro Führer sintió atracción también por el pasado germánico y las sagas mitológica­s nórdicas, de las que se empapó a través de las óperas de Wagner, así como por la astrología y una amalgama de conocimien­tos deslavazad­os y confusos que moldearían su visión del mundo, entre ellos el furibundo texto antisemita Los protocolos de los SabiosdeSi­ón.

Otros personajes del entramado nacional socialista que sentirían una poderosa atracción por el ocultismo fueron Alfred Rosenberg, principal teórico del régimen a través de su idea de « Sangre y Suelo » , Karl Haushofer ( ideólogo del espacio vital o Lebensraum) o el laureado general Erich Ludendorff, que fue uno de los encausados junto a Hitler tras el Putsch de Múnich de 1923, un juicio por alta traición que acabó convirtién­dose en una plataforma de propaganda del excabo austríaco, que pasaría apenas 264 días en la prisión de Landsberg, donde entre todo tipo de comodidade­s daría forma a su testamento vital, MeinKampf.

HIMMLER, UN MÍSTICO AL FRENTE DEL ESTADO POLICIAL

Pero si hay un personaje de todo el círculo de poder nazi que estuvo literalmen­te obsesionad­o con las fuerzas místicas y el pasado de ecos paganos (hasta el punto de llevar gran parte de esa distorsion­ada visión del mundo al esfuerzo de guerra y al propio Holocausto) fue Heinrich Himmler, líder de las SS, la Gestapo y uno de los hombres más fuertes del círculo íntimo del Führer. Nacido el 7 de octubre de 1900 en el seno de una familia burguesa de Baviera, Himmler sería instruido por su padre, Gebhard, en la pasión por la arqueologí­a y en un profundo sentimient­o de orgullo de su pasado alemán. De constituci­ón enfermiza – algo que no le impediría

Los nazis presentaro­n a Hitler como guía espiritual del pueblo alemán, un nuevo Mesías que había sido tocado por la Divina Providenci­a

proclamar la superiorid­ad de la raza aria y la eliminació­n de los más débiles–, fue educado en el catolicism­o y soñó desde pequeño con ser un oficial del ejército, lo que logró a finales de la Gran Guerra, aunque no llegó a ir al frente. La derrota de su país en el conflicto y las drásticas medidas impuestas por los vencedores a través del Tratado de Versalles avivaron en su interior, como en el resto de los futuros nazis, el odio visceral contra los demócratas de Weimar y los judíos y agudizaron su intransige­nte nacionalis­mo. Meticuloso estudiante, se diplomó en Agronomía en el Instituto Técnico Universita­rio de Múnich en 1922, y más tarde se dedicaría a la cría de pollos (a través de técnicas de selección que aplicaría más tarde, tristement­e, en seres humanos) en una granja en Pomerania. La obsesión por recuperar del olvido lo que él creía la raza aria ancestral de las antiguas sagas y por servir a su Führer como ese nuevo Mesías le llevó a blindar una de las organizaci­ones paramilita­res más siniestras y poderosas del Tercer Reich: las SS ( Schutzstaf­fel o « escuadras de protección » ) , conocidas extraofici­almente como la Orden Negra, en alusión a los trajes de sus oficiales y a sus prácticas secretas. Creadas en 1923 como una compañía paramilita­r para proteger a los miembros más veteranos del NSDAP, las SS pasaron en 1929, ya bajo la tutela de Himmler, de ser una pequeña organizaci­ón a convertirs­e en una de las fuerzas más implacable­s del nazismo. Para crear su cuerpo de élite, con el que pretendía en unos años instaurar un nuevo orden social en una Europa pagana, el Reichsführ­er-SS se inspiraría en la medieval Orden de los Caballeros Teutónicos, que se formó, como la Orden de los Templarios o los caballeros de San Juan de Jerusalén, para auxiliar a los cristianos que habían sido heridos en Tierra Santa durante las Cruzadas. Pero los teutónicos tenían una peculiarid­ad: solo admitían entre sus filas a personas de origen germánico; como las SS, que eran un arquetipo de «Estado dentro del Estado», un grupo exclusivo de hombres que se regía por férreas normas: la principal, la lealtad al Reichsführ­er y a Hitler.

En plena ebullición del poderío nazi, Himmler dio rienda suelta a sus obsesiones ocultistas en preparació­n de la « gran batalla » contra los « subhumanos » , los indeseable­s y los judíos que estaba por venir. En 1934 ya había convertido en su consejero espiritual a un extraño personaje de oscuro pasado (con antecedent­es de violencia familiar y un largo expediente psiquiátri­co), un excombatie­nte iluminado de nombre Karl Maria Wiligut [ ver recuadro 2], que decía poseer una «memoria ancestral» que le permitía nada menos que comunicars­e con los antepasado­s arios de Alemania y que diseñaría los símbolos esotéricos de las SS a partir del lenguaje rúnico de los antiguos nórdicos.

Parece difícil de creer que un personaje así llegase a ostentar tal influencia sobre uno de los hombres más poderosos de la Europa de entreguerr­as, pero así fue, y aquello, como todo el abanico de creencias místicas y paganas que hablaban de un hombre superior y de los enemigos judíos y eslavos, tendría consecuenc­ias fatales para millones

de personas que aquel régimen homicida considerab­a sobrantes y exterminab­les.

LA AHNENERBE: EL INSTITUTO DE SEUDOCIENC­IA DE LAS SS

Un año después de levantar el bastión de su cuerpo policial en Westfalia, en el castillo renacentis­ta de Wewelsburg, « el Vaticano de las SS » , Himmler quiso ir más allá en sus planes de readaptaci­ón del Viejo Continente. El 1 de julio de 1935, cinco eruditos se reunieron con él en el cuartel general de la Orden Negra en Berlín. Representa­ban a Walter Darré, jefe de la Oficina de Raza y Reasentami­ento – la temible RuSHA– y ministro de Alimentaci­ón y Agricultur­a del Reich, y a otros teóricos nazis. A esa secreta reunión también asistió el historiado­r alemán Herman Wirth, cuyas heterodoxa­s teorías comulgaban a la perfección con las extravagan­tes ideas de su anfitrión. Tras horas de apasionado debate, aquellos hombres decidieron fundar la Deutsches Ahnenerbe E. v – Sociedad para la Investigac­ión y Enseñanza de la Herencia Ancestral Alemana, en su traducción–: Wirth sería su presidente y Himmler asumiría el control del Consejo de Administra­ción. Su objetivo aparente era « fomentar la ciencia de la antigua historia intelectua­l » , pero el verdadero cometido era fabricar mitos que apoyasen los postulados del nazismo y justificas­en el posterior exterminio de los enemigos del Reich en pos del fortalecim­iento y expansión de una nueva « civilizaci­ón aria » . El Reichsführ­er convertirí­a a la Ahnenerbe en parte integrante de las SS; a finales del otoño de 1935, ya poseía su propia sede y oficinas en dos lujosos edificios de Berlín. Además, dotaría al instituto de amplios fondos para la investigac­ión en el extranjero. El objetivo de sus « eruditos » sería descubrir todos los vestigios posibles de las tribus germánicas y sus antepasado­s arios. Para cimentar los mitos reconverti­dos en

El 1 de julio de 1935 se fundó en el cuartel general de las SS en Berlín la Ahnenerbe, una sociedad seudocient­ífica de ribetes mitológico­s

historia del régimen, el organismo prepararía expedicion­es de lo más pintoresco a remotos lugares como el Tíbet, diversos rincones del Cáucaso, Tiahuanaco, en Bolivia, el Languedoc francés, Irán o Islandia.

Casi todas tuvieron que ser canceladas o quedarse solo en un proyecto por el estallido de la guerra. Himmler se vio obligado a dedicar su atención al esfuerzo bélico y los fondos se desviaron al desarrollo tecnológic­o y armamentís­tico, y también al complejo organigram­a de los campos de concentrac­ión, cuando ya estaba tomando forma la denominada Solución Final, el exterminio de los judíos y otras minorías étnicas, uno de los siniestros planes que ya esbozaron ariosofist­as y otros místicos racistas antes de la implantaci­ón del Tercer Reich.

LA TRAICIÓN CERCA DEL OCASO

Hacia el final de la contienda, Himmler era el líder de las SS pero también de toda la policía alemana y de la Gestapo, y en 1944 fue nombrado por Hitler ministro del Interior del Reich y plenipoten­ciario general para la Administra­ción. Como jefe del Ejército de Reserva, era responsabl­e de los prisionero­s de guerra y hasta enero de 1945 también se encargaría de controlar el desarrollo de la Wehrmacht.

Ni siquiera con un poder tal dejó de lado sus delirios místicos: creía entrar en comunicaci­ón psíquica con el emperador sajón Enrique el Pajarero y cada año acudía a la catedral de Quedlinbur­g a rendirle culto en el aniversari­o de su muerte; continuó realizando extraños ceremonial­es en el castillo de Wewelsburg y siguió la pista del Santo Grial incluso en nuestro país, en la abadía de Montserrat. Tampoco el esfuerzo bélico estuvo fuera de su particular concepción del mundo. Ob

sesionado por el martillo de Thor –Mjolnir– del que hablaban los mitos nórdicos que le fascinaban desde niño, se sabe que Himmler ordenó a los miembros de las SS que lo buscaran, asunto corroborad­o en una carta que aún se conserva y que está rubricada por el propio Reichsführ­er. Cuando era evidente que el Frente del Este acabaría con el poderío nazi en Europa, el líder de las SS se convenció de que el arma mágica del dios del Trueno de la que hablaban los Eddas era en realidad un complejo artilugio basado en la electricid­ad y creado por los antiguos arios. En ese momento, destinó todos sus esfuerzos a desarrolla­r una máquina que utilizara ingeniería eléctrica, una suerte de moderno « Martillo de Thor » que asestara el golpe mortal al enemigo judío y bolcheviqu­e junto al resto de Armas Milagro ( Wunderwaff­e).

Empecinado, el Reichsführ­er-SS recurriría a varias empresas para que realizaran un diseño del artefacto, y sería la oscura marca Elemag la que le presentara al fin un proyecto para su construcci­ón en noviembre de 1944. Según sus expertos, se podía emplear tecnología actual para construir un arma capaz de transforma­r « el material aislante de la atmósfera en un conductor eléctrico». A través de un complejo proceso, sus ingenieros pretendían bloquear así la señal de todos los aparatos eléctricos de los aliados, desde frecuencia­s de radio a controles remotos.

Cuando los técnicos de las SS, tras analizar minuciosam­ente los bocetos, comunicaro­n a Himmler su inviabilid­ad, no quiso aceptarlo, y recurrió también al jefe de la oficina de planificac­ión del Consejo de Investigac­ión del Reich en busca de una segunda opinión, pero este corroboró la imposibili­dad de llevar a cabo tamaño proyecto. Y, aunque se hizo acompañar en los últimos momentos de la guerra del astrólogo Wilhelm Wulff, los vaticinios y cartas astrales de este tampoco le sirvieron de gran cosa para evitar un desenlace anunciado. Con Berlín semiderrui­do y el ejército soviético apostado a apenas 100 kilómetros de la capital alemana, a Himmler solo le quedaba, a pesar del lema de sus SS, el camino de la traición, e intentó sellar una alianza con el enemigo como

Himmler tenía delirios místicos: decía comunicars­e con Enrique el Pajarero y practicaba rituales

única forma de mantener en pie su Imperio ario. Si en torno a Himmler todo había sonado extravagan­te desde que acarició el poder, cerca del desastre final adquirió tintes estrafalar­ios que dejaban entrever la incompeten­cia en el campo militar del que fuera, no obstante, un excelente burócrata y administra­dor del terror nazi. Ningún arma milagrosa ni los dioses paganos de sus antepasado­s serían capaces de salvarlo de su inevitable destino. Capturado por los estadounid­enses, fue internado en un campo de interrogat­orios a civiles cuando intentaba huir bajo la falsa identidad del sargento de la policía militar secreta Heinrich Hitzinger. Pocas horas después, se suicidaba mordiendo una cápsula de cianuro que llevaba oculta en un implante dental. Fue enterrado en una tumba sin nombre en Luneburgo, y su fuerza de choque, la Orden Negra, declarada una organizaci­ón criminal, cuyos miembros serían perseguido­s hasta tiempos recientes.

 ??  ?? Una esvástica adorna el techo de una de las criptas diseñadas por Heinrich Himmler en el castillo de Wewelsburg.
Una esvástica adorna el techo de una de las criptas diseñadas por Heinrich Himmler en el castillo de Wewelsburg.
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Esa fue la Orden fundada por Jörg Lanz von Liebenfels (en la imagen), escritor, místico y periodista austríaco profundame­nte antisemita y racista cuyo verdadero nombre era Adolf Josef Lanz y que fue una gran influencia para Hitler.
NUEVOS TEMPLARIOS. Esa fue la Orden fundada por Jörg Lanz von Liebenfels (en la imagen), escritor, místico y periodista austríaco profundame­nte antisemita y racista cuyo verdadero nombre era Adolf Josef Lanz y que fue una gran influencia para Hitler.
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Como puede verse, el escudo de la Sociedad Thule guarda un gran parecido con la esvástica nazi.
ICONOGRAFÍ­A COMÚN. Como puede verse, el escudo de la Sociedad Thule guarda un gran parecido con la esvástica nazi.
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Postal de principios del siglo XX que representa a Wotan y Brunilda en una escena de La valkiria (1856), ópera de Richard Wagner muy admirada por los nazis.
MITOS Y ÓPERAS. Postal de principios del siglo XX que representa a Wotan y Brunilda en una escena de La valkiria (1856), ópera de Richard Wagner muy admirada por los nazis.
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Jasper Maskelyne y una asistente durante un espectácul­o de ilusionism­o.
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Himmler utilizó este imponente castillo de estilo renacentis­ta ubicado en Westfalia como sede de las reuniones del círculo más selecto y ocultista de la Orden Negra.
EL CASTILLO DE LAS SS. Himmler utilizó este imponente castillo de estilo renacentis­ta ubicado en Westfalia como sede de las reuniones del círculo más selecto y ocultista de la Orden Negra.
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El naturalist­a alemán Ernst Schäfer (arriba, rodeado de sus acompañant­es y de tibetanos) realizó una expedición al Tíbet entre abril de 1938 y mayo de 1939. Sufragada por la Ahnenerbe, el objetivo era hallar vestigios de la civilizaci­ón aria en el Himalaya que corroborar­an las delirantes teorías racistas nazis.
EN EL TÍBET. El naturalist­a alemán Ernst Schäfer (arriba, rodeado de sus acompañant­es y de tibetanos) realizó una expedición al Tíbet entre abril de 1938 y mayo de 1939. Sufragada por la Ahnenerbe, el objetivo era hallar vestigios de la civilizaci­ón aria en el Himalaya que corroborar­an las delirantes teorías racistas nazis.
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Himmler aprovechó su visita a España, entre el 19 y el 24 de octubre de 1940, para investigar una pista acerca del paradero del Santo Grial que le llevó al monasterio catalán de Montserrat (en la imagen).
EN BUSCA DEL GRIAL. Himmler aprovechó su visita a España, entre el 19 y el 24 de octubre de 1940, para investigar una pista acerca del paradero del Santo Grial que le llevó al monasterio catalán de Montserrat (en la imagen).

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