Ocultismo nazi
La Segunda Guerra Mundial fue campo abonado para todo tipo de prácticas. No solo la tecnología y el desarrollo armamentístico (el mayor hasta el momento) entraron en liza en el frente. Algunos miembros de la élite nazi echaron mano también de creencias místicas y de las ciencias ocultas en una lucha «alternativa», una amalgama de confusas teorías que tendrían una incidencia nefasta para ellos en la consideración del enemigo y en el mismo desenlace de la contienda.
Se ha hablado mucho del gusto de los nazis por lo oculto, de oscuras sociedades secretas que habrían delimitado el futuro de Europa en el período de entreguerras y del influjo de extrañas fuerzas en la Segunda Guerra Mundial, una « historia alternativa » que dejaría una fuerte impronta en la memoria colectiva. Pero ¿qué hay de verdad tras todo ello?
En lo que toca a la realidad histórica, el ocultismo nazi no fue ni mucho menos una curiosa extravagancia. Muchas ideas de corte esotérico y místico fueron vitales a la hora de forjar el ideario del NSDAP, una auténtica cosmogonía cuyo fin último justificara la eliminación de los enemigos de ese Reich de los Mil Años que proclamaba la propaganda del Partido. Otras veces, ese corpus oculto se hallaba a medio camino entre la realidad y la leyenda, embebido de teorías delirantes que llevan a confundir e infravalorar entre el mundo académico la justa importancia de las creencias que se hallan en la base del movimiento nazi y en el desarrollo de los acontecimientos históricos.
No todos sus dirigentes vieron esa mística de recuperación del pasado pagano y de los ritos ‘arios’ ancestrales (la mayoría impulsados o directamente fabricados por los propios teóricos del régimen) con buenos ojos, pero algunos, como el ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, la utilizaron en beneficio de su lucha contra los aliados. Otros, como el propio Hitler ( aunque solo en parte), Heinrich Himmler o Rudolf Hess, sí sintieron una atracción especial por el mundo oculto, determinando muchos de sus actos en función de cuestiones esquivas como la adivinación, el poder «mágico» de las runas, la astrología e incluso la radiestesia o la reencarnación. Así, en parte por las creencias de algunos de sus líderes y también para sugestionar a las masas y ganarse el apoyo incondicional del pueblo alemán – en una suerte de acto de fe masivo–, el nazismo se rodeó desde su nacimiento de un halo providencialista, cuasi mágico, al que contribuiría toda una amalgama de símbolos y creencias seudocientíficas que desembocarían en la mayor catástrofe de la historia de la humanidad.
UN NUEVO MESÍAS ‘ARIO’
Adolf Hitler, el cabo austríaco reconvertido en guía del pueblo alemán ( que paradójicamente obtuvo la nacionalidad alemana con una argucia legal), apareció ante sus seguidores como un nuevo Mesías, un iluminado convencido de haber sido tocado por la Divina Providencia ya en los tiempos de la Primera Guerra Mundial. Pretendía instaurar un nuevo orden, una nueva Germania que, con centro en un Berlín reedificado, se convirtiera nada menos que en la capital del mundo. En sus años en Viena, donde frecuentó distintos albergues y vivió prácticamente como un vagabundo, entró en contacto con las teorías supremacistas y ariosofistas de Jörg Lanz von Liebenfels, fundador de la Orden de los Nuevos Templarios, a través de la revista antisemita Ostara, y leyó con profusión los textos de « visionarios » de ultraderecha como el barón Rudolf von Sebbottendorf – funda
dor de la Sociedad Thule, que influiría notablemente en los comienzos del NSDAP–. El futuro Führer sintió atracción también por el pasado germánico y las sagas mitológicas nórdicas, de las que se empapó a través de las óperas de Wagner, así como por la astrología y una amalgama de conocimientos deslavazados y confusos que moldearían su visión del mundo, entre ellos el furibundo texto antisemita Los protocolos de los SabiosdeSión.
Otros personajes del entramado nacional socialista que sentirían una poderosa atracción por el ocultismo fueron Alfred Rosenberg, principal teórico del régimen a través de su idea de « Sangre y Suelo » , Karl Haushofer ( ideólogo del espacio vital o Lebensraum) o el laureado general Erich Ludendorff, que fue uno de los encausados junto a Hitler tras el Putsch de Múnich de 1923, un juicio por alta traición que acabó convirtiéndose en una plataforma de propaganda del excabo austríaco, que pasaría apenas 264 días en la prisión de Landsberg, donde entre todo tipo de comodidades daría forma a su testamento vital, MeinKampf.
HIMMLER, UN MÍSTICO AL FRENTE DEL ESTADO POLICIAL
Pero si hay un personaje de todo el círculo de poder nazi que estuvo literalmente obsesionado con las fuerzas místicas y el pasado de ecos paganos (hasta el punto de llevar gran parte de esa distorsionada visión del mundo al esfuerzo de guerra y al propio Holocausto) fue Heinrich Himmler, líder de las SS, la Gestapo y uno de los hombres más fuertes del círculo íntimo del Führer. Nacido el 7 de octubre de 1900 en el seno de una familia burguesa de Baviera, Himmler sería instruido por su padre, Gebhard, en la pasión por la arqueología y en un profundo sentimiento de orgullo de su pasado alemán. De constitución enfermiza – algo que no le impediría
Los nazis presentaron a Hitler como guía espiritual del pueblo alemán, un nuevo Mesías que había sido tocado por la Divina Providencia
proclamar la superioridad de la raza aria y la eliminación de los más débiles–, fue educado en el catolicismo y soñó desde pequeño con ser un oficial del ejército, lo que logró a finales de la Gran Guerra, aunque no llegó a ir al frente. La derrota de su país en el conflicto y las drásticas medidas impuestas por los vencedores a través del Tratado de Versalles avivaron en su interior, como en el resto de los futuros nazis, el odio visceral contra los demócratas de Weimar y los judíos y agudizaron su intransigente nacionalismo. Meticuloso estudiante, se diplomó en Agronomía en el Instituto Técnico Universitario de Múnich en 1922, y más tarde se dedicaría a la cría de pollos (a través de técnicas de selección que aplicaría más tarde, tristemente, en seres humanos) en una granja en Pomerania. La obsesión por recuperar del olvido lo que él creía la raza aria ancestral de las antiguas sagas y por servir a su Führer como ese nuevo Mesías le llevó a blindar una de las organizaciones paramilitares más siniestras y poderosas del Tercer Reich: las SS ( Schutzstaffel o « escuadras de protección » ) , conocidas extraoficialmente como la Orden Negra, en alusión a los trajes de sus oficiales y a sus prácticas secretas. Creadas en 1923 como una compañía paramilitar para proteger a los miembros más veteranos del NSDAP, las SS pasaron en 1929, ya bajo la tutela de Himmler, de ser una pequeña organización a convertirse en una de las fuerzas más implacables del nazismo. Para crear su cuerpo de élite, con el que pretendía en unos años instaurar un nuevo orden social en una Europa pagana, el Reichsführer-SS se inspiraría en la medieval Orden de los Caballeros Teutónicos, que se formó, como la Orden de los Templarios o los caballeros de San Juan de Jerusalén, para auxiliar a los cristianos que habían sido heridos en Tierra Santa durante las Cruzadas. Pero los teutónicos tenían una peculiaridad: solo admitían entre sus filas a personas de origen germánico; como las SS, que eran un arquetipo de «Estado dentro del Estado», un grupo exclusivo de hombres que se regía por férreas normas: la principal, la lealtad al Reichsführer y a Hitler.
En plena ebullición del poderío nazi, Himmler dio rienda suelta a sus obsesiones ocultistas en preparación de la « gran batalla » contra los « subhumanos » , los indeseables y los judíos que estaba por venir. En 1934 ya había convertido en su consejero espiritual a un extraño personaje de oscuro pasado (con antecedentes de violencia familiar y un largo expediente psiquiátrico), un excombatiente iluminado de nombre Karl Maria Wiligut [ ver recuadro 2], que decía poseer una «memoria ancestral» que le permitía nada menos que comunicarse con los antepasados arios de Alemania y que diseñaría los símbolos esotéricos de las SS a partir del lenguaje rúnico de los antiguos nórdicos.
Parece difícil de creer que un personaje así llegase a ostentar tal influencia sobre uno de los hombres más poderosos de la Europa de entreguerras, pero así fue, y aquello, como todo el abanico de creencias místicas y paganas que hablaban de un hombre superior y de los enemigos judíos y eslavos, tendría consecuencias fatales para millones
de personas que aquel régimen homicida consideraba sobrantes y exterminables.
LA AHNENERBE: EL INSTITUTO DE SEUDOCIENCIA DE LAS SS
Un año después de levantar el bastión de su cuerpo policial en Westfalia, en el castillo renacentista de Wewelsburg, « el Vaticano de las SS » , Himmler quiso ir más allá en sus planes de readaptación del Viejo Continente. El 1 de julio de 1935, cinco eruditos se reunieron con él en el cuartel general de la Orden Negra en Berlín. Representaban a Walter Darré, jefe de la Oficina de Raza y Reasentamiento – la temible RuSHA– y ministro de Alimentación y Agricultura del Reich, y a otros teóricos nazis. A esa secreta reunión también asistió el historiador alemán Herman Wirth, cuyas heterodoxas teorías comulgaban a la perfección con las extravagantes ideas de su anfitrión. Tras horas de apasionado debate, aquellos hombres decidieron fundar la Deutsches Ahnenerbe E. v – Sociedad para la Investigación y Enseñanza de la Herencia Ancestral Alemana, en su traducción–: Wirth sería su presidente y Himmler asumiría el control del Consejo de Administración. Su objetivo aparente era « fomentar la ciencia de la antigua historia intelectual » , pero el verdadero cometido era fabricar mitos que apoyasen los postulados del nazismo y justificasen el posterior exterminio de los enemigos del Reich en pos del fortalecimiento y expansión de una nueva « civilización aria » . El Reichsführer convertiría a la Ahnenerbe en parte integrante de las SS; a finales del otoño de 1935, ya poseía su propia sede y oficinas en dos lujosos edificios de Berlín. Además, dotaría al instituto de amplios fondos para la investigación en el extranjero. El objetivo de sus « eruditos » sería descubrir todos los vestigios posibles de las tribus germánicas y sus antepasados arios. Para cimentar los mitos reconvertidos en
El 1 de julio de 1935 se fundó en el cuartel general de las SS en Berlín la Ahnenerbe, una sociedad seudocientífica de ribetes mitológicos
historia del régimen, el organismo prepararía expediciones de lo más pintoresco a remotos lugares como el Tíbet, diversos rincones del Cáucaso, Tiahuanaco, en Bolivia, el Languedoc francés, Irán o Islandia.
Casi todas tuvieron que ser canceladas o quedarse solo en un proyecto por el estallido de la guerra. Himmler se vio obligado a dedicar su atención al esfuerzo bélico y los fondos se desviaron al desarrollo tecnológico y armamentístico, y también al complejo organigrama de los campos de concentración, cuando ya estaba tomando forma la denominada Solución Final, el exterminio de los judíos y otras minorías étnicas, uno de los siniestros planes que ya esbozaron ariosofistas y otros místicos racistas antes de la implantación del Tercer Reich.
LA TRAICIÓN CERCA DEL OCASO
Hacia el final de la contienda, Himmler era el líder de las SS pero también de toda la policía alemana y de la Gestapo, y en 1944 fue nombrado por Hitler ministro del Interior del Reich y plenipotenciario general para la Administración. Como jefe del Ejército de Reserva, era responsable de los prisioneros de guerra y hasta enero de 1945 también se encargaría de controlar el desarrollo de la Wehrmacht.
Ni siquiera con un poder tal dejó de lado sus delirios místicos: creía entrar en comunicación psíquica con el emperador sajón Enrique el Pajarero y cada año acudía a la catedral de Quedlinburg a rendirle culto en el aniversario de su muerte; continuó realizando extraños ceremoniales en el castillo de Wewelsburg y siguió la pista del Santo Grial incluso en nuestro país, en la abadía de Montserrat. Tampoco el esfuerzo bélico estuvo fuera de su particular concepción del mundo. Ob
sesionado por el martillo de Thor –Mjolnir– del que hablaban los mitos nórdicos que le fascinaban desde niño, se sabe que Himmler ordenó a los miembros de las SS que lo buscaran, asunto corroborado en una carta que aún se conserva y que está rubricada por el propio Reichsführer. Cuando era evidente que el Frente del Este acabaría con el poderío nazi en Europa, el líder de las SS se convenció de que el arma mágica del dios del Trueno de la que hablaban los Eddas era en realidad un complejo artilugio basado en la electricidad y creado por los antiguos arios. En ese momento, destinó todos sus esfuerzos a desarrollar una máquina que utilizara ingeniería eléctrica, una suerte de moderno « Martillo de Thor » que asestara el golpe mortal al enemigo judío y bolchevique junto al resto de Armas Milagro ( Wunderwaffe).
Empecinado, el Reichsführer-SS recurriría a varias empresas para que realizaran un diseño del artefacto, y sería la oscura marca Elemag la que le presentara al fin un proyecto para su construcción en noviembre de 1944. Según sus expertos, se podía emplear tecnología actual para construir un arma capaz de transformar « el material aislante de la atmósfera en un conductor eléctrico». A través de un complejo proceso, sus ingenieros pretendían bloquear así la señal de todos los aparatos eléctricos de los aliados, desde frecuencias de radio a controles remotos.
Cuando los técnicos de las SS, tras analizar minuciosamente los bocetos, comunicaron a Himmler su inviabilidad, no quiso aceptarlo, y recurrió también al jefe de la oficina de planificación del Consejo de Investigación del Reich en busca de una segunda opinión, pero este corroboró la imposibilidad de llevar a cabo tamaño proyecto. Y, aunque se hizo acompañar en los últimos momentos de la guerra del astrólogo Wilhelm Wulff, los vaticinios y cartas astrales de este tampoco le sirvieron de gran cosa para evitar un desenlace anunciado. Con Berlín semiderruido y el ejército soviético apostado a apenas 100 kilómetros de la capital alemana, a Himmler solo le quedaba, a pesar del lema de sus SS, el camino de la traición, e intentó sellar una alianza con el enemigo como
Himmler tenía delirios místicos: decía comunicarse con Enrique el Pajarero y practicaba rituales
única forma de mantener en pie su Imperio ario. Si en torno a Himmler todo había sonado extravagante desde que acarició el poder, cerca del desastre final adquirió tintes estrafalarios que dejaban entrever la incompetencia en el campo militar del que fuera, no obstante, un excelente burócrata y administrador del terror nazi. Ningún arma milagrosa ni los dioses paganos de sus antepasados serían capaces de salvarlo de su inevitable destino. Capturado por los estadounidenses, fue internado en un campo de interrogatorios a civiles cuando intentaba huir bajo la falsa identidad del sargento de la policía militar secreta Heinrich Hitzinger. Pocas horas después, se suicidaba mordiendo una cápsula de cianuro que llevaba oculta en un implante dental. Fue enterrado en una tumba sin nombre en Luneburgo, y su fuerza de choque, la Orden Negra, declarada una organización criminal, cuyos miembros serían perseguidos hasta tiempos recientes.