LA VIOLENCIA DEL 36
Los meses del Frente Popular estuvieron dominados por la violencia política, que el Gobierno se vio cada vez más incapaz de controlar. Siguió a las elecciones una proliferación de milicias de todo tipo –falangistas, socialistas, carlistas, comunistas, anarquistas y varias más– que, encuadradas en grupos paramilitares, se entregaron a una espiral de asesinatos y venganzas. Se calcula que, entre febrero y julio, hubo más de 250 víctimas, si bien, pese a la leyenda negra que pesa sobre este período, ninguna de ellas pertenecía al clero. Destacó por su agresividad Falange Española, que de ser un movimiento minoritario –obtuvo solo 45.000 votos– pasó a crecer espectacularmente (recibió 15.000 nuevos afiliados procedentes de la CEDA en pocas semanas). Iban armados, se entrenaban en campos de tiro y seguían tácticas de asalto fascistas. Varios de estos episodios tuvieron gran repercusión. En marzo, pistoleros falangistas tirotearon al dirigente socialista Luis Jiménez de Asúa. Este salió ileso, pero en el atentado murió su escolta, el policía Jesús Gisbert. El juez Manuel Pedregal, que condenó a los autores del crimen, fue asesinado un mes más tarde. El 12 de julio, terroristas de extrema derecha asesinaron al teniente José del Castillo, conocido socialista. Unas horas después, como represalia, un grupo de policías mató al diputado José Calvo Sotelo, del Bloque Nacional. Franco, según dijeron luego sus apologistas, consideró este asesinato la prueba de que el levantamiento militar no podía esperar más.