BOHEMIO Y VITALISTA.
Resulta sorprendente cómo la crítica literaria y el mundo editorial han condenado al silencio a Eduardo Zamacois. Aunque parte de su obra haya quedado desfasada por el paso del tiempo y marcada por las circunstancias en que fue escrita, solo por el libro de memorias Un hombre queseva... (1964) merece un lugar destacado en nuestra literatura como cronista histórico, sociológico y literario del tiempo en que vivió. Sus casi 700 páginas se hacen escasas y son una pura delicia lectora, tanto por lo que cuenta como por su estilo vivo y cercano. Nacido en Pinar del Río ( Cuba) en 1873, Eduardo Zamacois vivió casi cien años, aunque los últimos treinta, ya en el exilio a causa de la Guerra Civil, no publicó ningún libro a excepción de sus memorias. A diferencia de otros autores a los que esa forzosa expatriación enriqueció, a Zamacois, cercenadas sus raíces españolas, le faltaba pisar el terreno y sentir los ambientes y las vidas que alimentaban sus escritos, tal como había hecho a lo largo de su trayectoria. Ya fuera como periodista o novelista, necesitaba vivir de primera mano las experiencias que luego pondría sobre el papel. “Soy enemigo de inventar”, decía. Para Memoriasdeunvagóndeferrocarril ( 1920) sirvió de ayudante de maquinista en varios trayectos del expreso Madrid-Hendaya, y en Los vivos muertos ( 1929) volcó las vivencias de sus estancias en varios presidios. Como él mismo dijo, documentarse sobre el terreno era “un noble prurito para escribir mejor”. Aunque admiraba a Baroja, no dudó en reprocharle su distanciamiento: “No conoce América, y yo, que le estimo, querría persuadirle de que hablar de América o de la misma Europa desde la Puerta del Sol es una temeridad”.
A los 20 años publicó su primer libro, Tipos de café, y poco después su primera novela larga, Consuelo ( 1896), con la cubierta ilustrada por un joven Julio Romero de Torres. Zamacois pronto conoció el éxito literario y fue uno de los autores más leídos de su épo
Conoció pronto el éxito: fue uno de los autores más leídos de finales del siglo XIX y principios del XX
En Madrid, como más tarde en París, Zamacois se sumergió de lleno en la vida bohemia de los cafés (arriba, el óleo del siglo XIX Au Bistro, de Jean Béraud). Escribía siempre sobre sus propias vivencias; a Baroja (izda., foto de 1920), a quien admiraba, le reprocharía que narrase ambientes y temáticas que no conocía de primera mano.
va... ( Renacimiento, 2011), Javier Barreiro y Bárbara Minesso, advierten en el prólogo de que “si en alguna ocasión vemos a Zamacois huir donjuanescamente a hurtadillas de su conquista, en la mayoría de los casos tiende a mantener cerca a las mujeres que más se adentran en su vida, a pesar de los muchos esfuerzos económicos y físicos que ello requiere”. De hecho, nunca dejará desprotegida a su familia, pese a infidelidades y distanciamientos. Con Cándida tendrá dos hijas y un hijo, de los que solo Gloria llegará a la edad adulta. Aunque confesará algunos remordimientos por los engaños y mentiras de los que fueron víctimas la mayoría de las mujeres con las que tuvo amoríos, nunca cuestionará la moralidad de su comportamiento. El mismo define así su donjuanismo: “Todas las mujeres (...) me atraían; eclecticismo que me permitía sustituirlas fácilmente a condición –y esto era para mí fundamental– de que mi inconstancia no las hiciera sufrir”.
Este sinvivir amoroso queda reflejado en las memorias del editor Federico Torres Yagüe: “Con Eduardo Zamacois tuve amistad hasta que sobrevino el Alzamiento. Nos reuníamos muchas tardes en el Café Regina, que estaba en la calle Alcalá. Se traía un trajín tremendo, pues a veces había dejado a una muchacha en un cine y a otra en un teatro y quería complacer a ambas durante parte de la función y además estar con nosotros.” Como señala José Ignacio Cordero Gómez en su estudio La obraliterariadeEduardoZamacois, en una época – finales del XIX y principios del XX– en que vivir de la pluma quedaba reservado a Galdós y ni siquiera otras figuras como Pardo Bazán o Clarín podían subsistir de forma exclusiva de lo que sacaban de sus libros, Zamacois no paraba de escribir a diario artículos, novelas, obras de teatro o lo que se le pasara por la cabeza con tal de poder alimentar a su familia y mantener a duras penas un intenso pero precario tren de vida, que llegó a incluir tres y hasta cuatro amantes a la vez. Solo a los 80 años, ya en Buenos Aires, llegó a tener un empleo fijo en el Ministerio de Salud Pública argentino.
De forma temprana también aparece su faceta de emprendedor, con la idea de montar una
Zamacois no ocultó sus simpatías por los rebeldes cubanos que luchaban por la independencia de la isla y eso estuvo a punto de costarle la cárcel. Arriba, un famoso cuadro con la rendición de las tropas españolas del general Toral en julio de 1898 y la entrega de Santiago de Cuba al general norteamericano William Shafter.
Con Ramón Sopena (izda.) lanzó la exitosa revista sicalíptica Vida Galante. Tras romper con él, puso en marcha la editorial Cosmópolis, para la que obtuvo de Galdós (dcha., en 1890 con su perro en Las Palmas) los derechos sobre Doña Perfecta. La editorial fue un fracaso, empero.