El relato franquista
Los mitos y leyendas del franquismo, construidos desde el inicio de la Guerra Civil y en la dictadura, no desaparecieron del todo con la democracia y hoy día gozan de un inusual reverdecimiento, al calor de la crispación del debate político y la irrupción de la ultraderecha.
Tras la victoria, el franquismo tuvo vía libre para imponer su visión de la historia y de los hechos. Con miles de españoles opositores muertos en la contienda, miles asesinados en la represión de la posguerra y miles en el exilio, quedaron los adeptos y los silenciados por el miedo. No había necesidad de convencer, tan solo era cuestión de imponer los dogmas favorables que justificaran lo injustificable y que adornaran de legitimidad el poder de la fuerza. Lo que llamamos de forma un tanto eufemística mitos del franquismo en realidad no son otra cosa que mentiras, manipulaciones y falsedades interesadas.
HISTORIADORES VERSUS OPINADORES
Instaurada la democracia, no ha dejado de aumentar una masa bibliográfica crítica, sólida y solvente sobre la República, la Guerra Civil y el franquismo. Hay toda una serie de obras de historiadores de prestigio, contrastadas y acreditadas en universidades nacionales e internacionales, que pueden satisfacer cualquier necesidad de información y conocimiento de esa etapa histórica. Sin embargo, la crispación política y, más recientemente, la irrupción de la ultraderecha han convertido la Guerra Civil y la República en el centro de una batalla ideológica y partidista que ha hecho que cobren nueva vida los mitos franquistas. Quizá el primer y principal mito del franquismo sobre la Guerra Civil sea el que justifica la sublevación militar como último recurso para contrarrestar la conspiración comunista o marxista que preparaba el asalto al Estado para desencadenar la revolución, lo que llevó a una espontánea y masiva rebelión del pueblo español en un Alzamiento Nacional similar al de 1808 contra los franceses. El hecho contrastado y documentado es que, desde la misma instauración de la República el 14 de abril de 1931, se comenzó a gestar una conspiración en connivencia con la Italia fascista para derrocar al nuevo régimen. Aunque el golpe del 18 de julio se debió a un complot militar, existía también una trama civil monárquica que quiso tumbar a la República, y no como mera retórica. Hay documentos que acreditan el compromiso de Mussolini para entregar aviones de guerra a los conspiradores. El objetivo era instaurar una dictadura similar a la de Primo de Rivera con aportaciones fascistas. Al final, el plan no salió como esperaban. El general Sanjurjo, que debía encabezar el golpe, se mató en un accidente de avión. José Calvo Sotelo, cuyo partido, Renovación Española, había recibido el apoyo italiano y que debía de ser el jefe político de la sublevación, fue asesinado días antes del golpe. Franco se
hizo con el control de la situación y pronto se olvidó de los monárquicos.
Uno de los últimos avales de este mito franquista lo ha aportado el escritor Andrés Trapiello, quien asegura que “Franco dio su golpe de Estado el 18 de julio porque Largo Caballero no pudo darlo el 17”. También atribuye al dirigente socialista la frase de que “un baño de sangre” resolvería la lucha política en España. El historiador Ángel Viñas ha acudido a las fuentes y demostrado la falsedad de ambas declaraciones. De la amenaza de golpe comunistasoviético se ha pasado al socialista, quizás porque ahora tiene más rentabilidad política.
FRAUDE Y ‘TERROR ROJO’
Otro mito que ahora se ha tratado de resucitar con escasa fortuna es el del supuesto fraude en las elecciones de febrero del 36. Hace dos años, los historiadores Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa publicaron un libro en el que, según ellos, ponían al descubierto una serie de irregularidades que deslegitimarían los comicios. La intensa campaña mediática en torno a tan sorprendentes revelaciones contrastó con el descrédito con que fueron acogidas por la mayoría de los historiadores, que han desautorizado con datos y documentación las ideologizadas y sesgadas conclusiones de los autores. Incluso de dar por válidas la mayoría de las irregularidades que exponen –y que favorecieron a derechas y a izquierdas–, el triunfo del Frente Popular se hubiera producido. El relato mítico franquista, que disfrutó de décadas de monopolio público, insistió también hasta la saciedad en la violencia y en las víctimas del llamado ‘terror rojo’. Iglesias, edificios públicos y privados, calles y plazas se llenaron de lápidas y recordatorios de los caídos. El objetivo, además de pasar por alto los crímenes y la represión franquistas, era dar una visión de la República como un caos absoluto de principio a fin, desde la quema de conventos de mayo de 1931 hasta la escalada revolucionaria de la
Pese al paralelismo en ‘paseos’ y ‘sacas’, por cada víctima de derechas (49.272) hubo casi tres de izquierdas (130.000)
primavera del 36. Una represión en zona republicana que ningún historiador solvente niega o minimiza, pero que tampoco se puede utilizar para escamotear la que se produjo por parte franquista.
Pese a las declaraciones grandilocuentes y propagandísticas de sus dirigentes, la República nunca tuvo un plan de exterminio declarado y explícito, al contrario que el de los golpistas, expresado en la proclama del general Mola con su llamamiento a una acción “en extremo violenta” y a favor de cárcel y “castigos ejemplares” para “los directivos de los partidos políticos, sociedades y sindicatos no afectos al movimiento”. Una eliminación planificada del contrario que se convertiría en la columna vertebral del proyecto político de la llamada Cruzada. Frente a la exhaustiva Causa General, en la que constan con abundantes referencias las víctimas franquistas, tres décadas de investigaciones han revelado que por cada víctima de derechas (49.272) hubo casi tres de izquierdas (130.000). Esta asimetría sangrienta es clara, aunque hubiera paralelismos en la proliferación de ‘paseos’ y ‘sacas’. Es indudable la brutalidad de las purgas, asesinatos y checas en la zona republicana, pero también están ahí las rotundas y públicas condenas de la violencia que hicieron algunos de los más importantes dirigentes de la República; aunque sobre el terreno no fueran escuchados, los discursos de Prieto y Azaña a favor de la contención marcan cierta diferencia con las arengas a la caza de rojos y violación de milicianas de Queipo de Llano.
LA AMENAZA SOVIÉTICA Y OTROS MITOS
La fabulación franquista definió también su sublevación como providencial para que España no se convirtiera en un país comunista y satélite de la
URSS de Stalin. La ayuda militar soviética y el envío de las Brigadas Internacionales fueron vitales para que la República planteara una mínima resistencia ante el poderío material y organizativo del Ejército franquista y le impidiera la anunciada victoria en la batalla de Madrid. Sin embargo, a la vista de los resultados no parece que Stalin decidiera echar el resto a favor de los republicanos españoles. En 1937, decidió reducir los suministros militares en España en favor de los comunistas chinos que combatían a los japoneses en Manchuria. Cuando volvió a aumentarlos a finales de 1938, la suerte de la guerra estaba echada. En cambio, la masiva ayuda material y humana de Mussolini y de Hitler fue determinante y sin ella a Franco le hubiera sido imposible sostener y ganar la guerra. La ayuda militar soviética nunca llegó a ser un contrapeso significativo.
De todos los mitos franquistas, el que peor ha resistido y el que menos defensas concita es paradójicamente la figura de Franco. La delirante hagiografía que le convirtió en genio militar, Caudillo de España “por la gracia de Dios”, salvador de la patria, Centinela de Occidente, capitán de la última Cruzada y un sinfín de desmesurados calificativos ha ido derrumbándose. Sus ascensos en África no se debieron solo a sus méritos, inflados por las quejas y solicitudes a su padrino de boda y gran valedor, Alfonso XIII. También se ha sabido que aplicó técnicas de terrorismo colonial con ejecuciones sobre el terreno y clavando en picas las cabezas de los rebeldes cabileños. Además de estos grandes mitos, hay muchos otros que ya casi nadie se atreve a defender, como el de la destrucción de Guernica a causa de un incendio provocado por los rojos, y no por el bombardeo nazi, o el del famoso Oro de Moscú robado por los comunistas y negrinistas en su beneficio.