Radicales de izquierda y derecha
La Segunda República llegó tan tarde a España que se puede decir que apenas llegó, casi no tuvo tiempo de nada. Algo peor: fue un tren al que, en vez de de subirse, muchos prefirieron enfrentarse, con una temeridad y un radicalismo que hoy todavía se deja
LAS ARMAS DE LOS SUBLEVADOS.
Intervenidas en el intento de golpe de Estado del 10 de agosto de 1932 –la Sanjurjada–, estas armas aguardan en los sótanos del Tribunal Supremo de Madrid para ser usadas como “prueba de convicción” durante el comienzo del juicio.
Ese comportamiento temerario, el de plantarse en mitad de las vías frente a un tren en lugar de esperarlo en el andén, fue muy humano y hasta predecible –a toro pasado y desde la barrera, claro–. Sencillamente, gran parte de España no estaba preparada para aquella colosal máquina llamada democracia, poco conocida en nuestros campos y ciudades, que se desplazaba a demasiada velocidad por aquellos raíles de metal conocidos como República.
VIOLENCIA DURANTE LA II REPÚBLICA
Sin embargo, los datos sobre la violencia, uno de los termómetros legítimos con los que medir la radicalización, no indican en ningún caso que nos encontremos ante un período histórico extraordinariamente violento –lo que no quiere decir que fuera pacífico–, pues en total se estiman unas dos mil quinientas víctimas políticas durante todo el período republicano (aunque las cifras son muy variables), de las que más de la mitad cayeron en la represión acaecida en Asturias en 1934. Baste señalar que, en tiempos más modernos en los que el nivel de aceptación de la violencia era considerablemente menor, durante la Transición española, modelo y ejemplo para muchos, se contabilizaron entre 500 y 700 muertos y varios miles de heridos por acciones violentas. Es decir, si eliminamos las víctimas de Asturias en 1934, durante la II República y durante la Transición española se produjo un número similar de víctimas mortales.
Los datos, por tanto, señalan dos elementos claves: uno, que la radicalización pareciera más retórica que real y más marginal que estructural, y dos, que el grupo más violento fue, con diferencia, el Ejército español, pues fue el responsable de la mayoría de los fallecidos durante el levantamiento de Asturias en el 34. Según Gil Vico, de las víctimas que murieron en Asturias, casi el noventa por ciento fueron fusiladas o asesinadas con brutalidad y solo un porcentaje pequeño pereció en el combate. Unas cifras que, además, si se analizan más allá de lo cuantitativo, reflejan de forma certera la violencia que se vivió durante la República, ya que por parte de la derecha fue completamente estructural, como la que ejecutó el Ejército en Asturias, mientras que por parte de la izquierda fue más espontánea. Una prueba de ello es que las muertes relacionadas con la violencia revolucionaria en Asturias contaron con cuarenta escenarios diferentes, mientras que las ejecuciones militares se concentraron especialmente en dos lugares, donde se produjeron más de la mitad de las muertes registradas, y llegaron a producirse en un máximo de diecisiete localidades. Es decir, el Ejército asesinó de forma más metódica que los revolucionarios y la derecha implementó una violencia más orgánica.
Sea como fuere, el dinamizador común de la radicalización y la violencia fue la frustración: la frustración de perder, o poder perder, los privilegios fue determinante en todos los tipos de radicalización o violencia emanados de las derechas, en tanto que la
La frustración fue el dinamizador común de la radicalización y la violencia en la derecha y la izquierda
frustración por no ver mejorada la situación, por la lentitud de los cambios o por el incumplimiento sistemático de la legislación por las élites fue el motor que arrojó a gran parte de la izquierda a la violencia e incluso a la desafección republicana.
LOS CONTRARREVOLUCIONARIOS
Porque fue la derecha, de forma general y estructural, la que reaccionó de manera iracunda a las reformas implementadas entre 1931 y 1933, entre las que se incluyeron la reducción de la jornada laboral a ocho horas, la imposición de un salario mínimo, la reforma de las leyes de trabajo existentes, la aprobación de la Ley Agraria, la eliminación del destajo o la mejora general de las condiciones laborales y las retribuciones. Fue la derecha la que no soportó que los trabajadores comenzaran a ocupar puestos hasta entonces reservados a las élites o que prosperaran y dejaran de trabajar doce horas diarias por una miseria a costa de laminar sus privilegios.
He ahí el fracasado levantamiento del 10 de agosto de 1932 con el que el general Sanjurjo intentó voltear la situación, con el apoyo de los terratenientes y de los sectores más antidemocráticos. Y he ahí la razón de la reorganización de la derecha en la CEDA para imponer democráticamente sus tesis antidemocráticas y gobernar la República con intención de desmontarla desde su perspectiva