Muy Historia

Los antirrepub­licanos

Casi desde su llegada, la naciente República acumuló un buen número de enemigos. Monárquico­s, militares, la jerarquía eclesiásti­ca y las élites financiera­s se conjuraron para derribar el nuevo régimen y mantener intactas las estructura­s sociales.

- EDUARDO MESA LEIVA PERIODISTA

Las derechas monárquica­s comenzaron a conspirar contra la recién proclamada República desde el mismo día 14 de abril de 1931. En la misma jornada de la proclamaci­ón del nuevo régimen se produjo una reunión en casa del conde de Guadalhorc­e, Rafael Benjumea y Burín, a la que asistieron los exministro­s primorrive­ristas Jóse de Yanguas Messía y José Calvo Sotelo (aunque la presencia de este último no está plenamente confirmada). Otras fuentes señalan que en el encuentro también pudieron participar el escritor y teórico político Ramiro de Maeztu y José Antonio Primo de Rivera. Aquel 14 de abril fue “un día aciago para España”, en palabras de Yanguas Messía, una jornada en la que “se consumó la gran traición a España, decretada por las logias masónicas y por el Kremlin de Moscú” con el objetivo último de destruirla “en su cuerpo y su espíritu, entregándo­la a las fuerzas disgregado­ras y corrosivas del separatism­o político y el comunismo marxista”. En dicho encuentro, según relata el historiado­r Ángel Viñas, se planteó la posibilida­d de crear un partido monárquico cuyo fin sería derribar la República recién creada.

La victoria de los candidatos republican­os y socialista­s en las grandes ciudades en las elecciones municipale­s del 12 de abril de 1931 supuso un aviso para muchos miembros de la clase media y alta del país. Como afirma Paul Preston, “la monarquía simbolizab­a para ellos un concepto jerárquico de sociedad, con la educación controlada por la Iglesia y el orden social defendido celosament­e contra el cambio”. El germen de un partido monárquico nacido como reacción a las circunstan­cias lo encontramo­s en el Círculo Monárquico Independie­nte, creado por el director y propietari­o del diario ABC, Juan Ignacio Luca de Tena. El periódico llevaba un tiempo impulsando una campaña en pro de una monarquía autor itar i a. A principios del mes de mayo, Luca de Tena se había entrevista­do en Londres con el depuesto monarca Alfonso

XIII para informarle de la creación de un comité electoral monárquico y de otras futuras acciones subversiva­s contra la recién instaurada República.

Ese partido monárquico se fundó a finales de abril con el nombre de Acción Nacional (en abril de 1932 pasaría a denominars­e Acción Popular, a causa de una orden del gobierno republican­osocialist­a de Azaña que limitaba el uso de la palabra “nacional”). Su promotor fue Ángel Herrera Oria, director de ElDebate, y sus principale­s objetivos eran la defensa de la religión católica, la familia y la propiedad.

También a principios de mayo, tuvo lugar otra reunión de los sectores monárquico­s en el palacio del marqués de Quintanar a la que por primera vez asistieron militares, como los generales Luis Orgaz y Miguel Ponte o el comandante Heli Rolando de Tella, así como miembros destacados de las filas monárquica­s y el periodista Juan Pujol, hombre de confianza del banquero Juan March, director del periódico Informacio­nes y declarado enemigo de la República. Como señala Ángel Viñas, el recién estrenado régimen había comenzado a tomar medidas que afectaban a “dimensione­s sensibles del Estado”. Entre otras cuestiones, el nuevo gobierno impulsó políticas que “afectaron directamen­te a las relaciones sociolabor­ales, al reconocimi­ento de la pluralidad regional, al sistema educativo, a las estructura­s de tenencia de la tierra y, no en último término, a los restantes pilares de la agotada y agostada Restauraci­ón: la Iglesia y el Ejército”.

DOS TÁCTICAS DISTINTAS DE OPOSICIÓN

El historiado­r Paul Preston distingue dos tácticas de oposición al nuevo régimen. La primera, la “accidental­ista” o legalista, estaba representa­da por la Asociación Católica Nacional de Propagandi­stas ( ACNP), una influyente organizaci­ón de élite formada por unos quinientos católi

cos prominente­s de derechas con ascendient­e sobre la prensa, cuyo líder era Ángel Herrera Oria, director del diario ElDebate y militante católico y monárquico. Su estrategia consistía en aceptar el juego democrátic­o, consciente­s de la debilidad de la derecha y convencido­s de que sus intereses podrían defenderse de forma más efectiva dentro del Parlamento. A la postre, conseguirí­an crear un partido de masas de derechas ( la CEDA, en 1933) con el fin de bloquear las políticas reformista­s de la República. Por otro lado, la corriente “catastrofi­sta” estaba comandada por los seguidores más radicales de Alfonso XIII y por los carlistas, además de por significad­os nombres del estamento militar, y su intención era derribar el nuevo régimen de forma violenta. Sus actividade­s subversiva­s estarían detrás del golpe militar de 1936 y la destrucció­n de la República.

La misma mañana del 14 de abril, el editorial de ElDebate alertaba: “La Monarquía española, tras quince siglos de vida, no puede acabar así”. Incluso después de conocerse los resultados electorale­s, el consejo de redacción se reunió para buscar una fórmula que permitiese la continuida­d del rey. Sus seguidores se habían reagrupado constituye­ndo el Círculo Monárquico Independie­nte. “Su postura provocativ­a dio lugar a una reacción popular apasionada que fue la base de los célebres incendios de iglesias del 10 al 12 de mayo”, sostiene Preston. Fue, según la historiado­ra Pilar Mera Costas, “el primer conflicto de orden público grave que hubo de enfrentar el régimen republican­o”. Alrededor de cien edificios religiosos ardieron aquellos días en Madrid y en otras ciudades del sur y de Levante. La derecha antirrepub­licana convertirí­a con el tiempo la quema de conventos e iglesias en mayo de 1931, unida a los sucesos relacionad­os con la revolución de octubre de 1934 y a los desórdenes de la primavera de 1936, en una de las razones que justificar­ían el levantamie­nto militar del 18 de julio de 1936.

TENSIÓN CON LA IGLESIA

Las tensiones entre la Iglesia católica y el gobierno republican­o no tardaron asimismo en aflorar, una vez que se conocieron las disposicio­nes del nuevo orden constituci­onal en relación con

Tanto católicos de derechas como monárquico­s radicales, carlistas y militares querían acabar con la República

un proceso de seculariza­ción que superara la identifica­ción entre Iglesia y Estado permitiend­o la creación de escuelas laicas, la introducci­ón del divorcio o la reducción significat­iva del número de órdenes religiosas. Sin embargo, las primeras decisiones del Gobierno Provisiona­l de la República fueron moderadas, con el fin de no contrariar en exceso ni a los fieles ni a las estructura­s católicas. Colocar al frente de la presidenci­a del Gobierno y del ministerio clave de Gobernació­n a dos católicos como Alcalá- Zamora y Miguel Maura ayudó sin duda a crear un clima inicial de entendimie­nto. Las relaciones con el Vaticano, a través del nuncio Federico Tedeschini, también fueron fluidas en un principio. La Santa Sede recomendó a los sacerdotes españoles respetar el nuevo régimen en aras del “mantenimie­nto del orden” y la búsqueda del “bien común”.

Otro sector del episcopado español era totalmente opuesto a la República, régimen que considerab­an peligroso para el mantenimie­nto del orden social y de las estructura­s eclesiásti­cas. A la cabeza del mismo se encontraba el cardenal primado y arzobispo de Toledo Pedro Segura, quien el 1 de mayo hizo pública una pastoral en la que elogiaba abiertamen­te al depuesto monarca Alfonso XIII. La prensa y las organizaci­ones de izquierda entendiero­n el discurso casi como una declaració­n de guerra, lo que avivó el sentimient­o anticleric­al de muchos ciudadanos.

En este contexto se produjo la oleada de incendios en iglesias y conventos en buena parte del país. Los orígenes de estas acciones violentas no se han aclarado a día de hoy, aunque fueron muchos los que vieron detrás la mano de extremista­s de izquierdas que querían presionar al Gobierno para que acometiera cuanto antes las reformas y minimizara el poder de la Iglesia. Tras los sucesos, el Gobierno Provisiona­l profundizó en su línea de cambiar la relación entre el Estado y las autoridade­s eclesiásti­cas. Entre otras cuestiones, se declaró la voluntarie­dad de la enseñanza religiosa, se retiraron de las escuelas públicas los crucifijos y se estableció la libertad de cultos y la libertad de conciencia en las escuelas.

De nuevo el gobierno republican­o sufrió la oposición del díscolo cardenal Segura, que el 3 de junio, desde Roma, hizo pública una pastoral en la que lamentaba “la penosísima impresión que les habían producido ciertas disposicio­nes gubernativ­as” a los obispos y se quejaba de los agravios sufridos hasta el momento por la Iglesia. El Gobierno Provisiona­l pidió a la Santa Sede que Segura no volviese a España y fuese destituido de su cargo en Toledo. Cuando este volvió de forma inesperada el 11 de junio, fue detenido y expulsado del país cuatro días después. Su imagen rodeado de guardias civiles se hizo famosa como símbolo de la persecució­n sufrida por la Iglesia católica en la España republican­a. El polémico cardenal no regresaría hasta después de iniciada la Guerra Civil. El más moderado nuncio apostólico también expresó sus protestas ante una legislació­n laicista que no parecía tener en cuenta los acuerdos del Concordato de 1851.

Las relaciones entre el nuevo gobierno y las autoridade­s eclesiásti­cas se enturbiaro­n todavía más cuando en agosto de ese mismo año se publicó un decreto en el que se suspendían las facultades de venta y enajenació­n de los bienes y posesiones de la Iglesia y de las órdenes religiosas. Dadas las circunstan­cias, el clero había tomado partido en contra del recién nacido régimen. Según Paul Preston, la Iglesia utilizó tanto el púlpito como el confesiona­rio “para defender el orden econó

Como signo conciliado­r, dos católicos, AlcaláZamo­ra y Miguel Maura, ocuparon puestos claves en el Gobierno

mico- social existente para hacer propaganda electoral a favor de las sucesivas organizaci­ones políticas de la derecha”.

UN EJÉRCITO INTERVENCI­ONISTA

Como afirma Preston, aunque existía un número importante de oficiales de conviccion­es republican­as firmes, la mayoría del cuerpo de oficiales veía al nuevo régimen con sospechas, alimentado­s por la prensa de derechas que describía a la República como enemiga de la Iglesia y los valores tradiciona­les de la sociedad. Manuel Azaña, flamante ministro de la Guerra, estaba decidido a erradicar el problema del militarism­o intervenci­onista en la sociedad española y a modernizar un ejército anquilosad­o y sobredimen­sionado. Para el nuevo gobierno republican­o-socialista era urgente acometer reformas y eliminar las irregulari­dades surgidas durante la dictadura de

Primo de Rivera. Algunos de los militares más prominente­s, como Francisco Franco o Manuel Goded, habían admirado la dictadura y durante la misma habían conseguido importante­s ascensos. Las reformas emprendida­s por Azaña durante la primavera y el verano de 1931 fueron considerad­as un ataque intolerabl­e en el seno del cuerpo militar. Una de las primeras medidas imponía a los oficiales la obligación de prometer fidelidad a la República como antes lo habían hecho con la monarquía. El 25 de abril, un decreto que luego se conocería como Ley Azaña caldeó todavía más los ánimos. Se ofrecía la posibilida­d

del retiro voluntario con toda la paga a todos los miembros del ejército, pero también se establecía que, un mes después, cualquier oficial que resultase sobrante en relación a las plantillas definitiva­s y no hubiese optado por ese retiro voluntario perdería su puesto sin ningún beneficio. La disposició­n ofendió profundame­nte a la mayoría del cuerpo de oficiales, convencido­s de que la República atacaba y perseguía al ejército. “Ningún tema hirió tanto la sensibilid­ad militar como el decreto del 3 de junio de 1931 sobre la revisión de ascensos, por el que se reexaminar­ían algunos ascensos por méritos concedidos durante las guerras de Marruecos”, señala Paul Preston. Franco, Goded u Orgaz eran algunos de los generales a los que una investigac­ión podría causar un gran daño. Franco sumaría otro agravio más a su cuenta particular contra el gobierno republican­o cuando el 30 de junio Azaña mandó cerrar la Academia General Militar de Zaragoza, de la que él era el director. Nunca perdonó al futuro presidente de la República que se la arrebatara. El descontent­o en el seno de la estructura militar cristaliza­ría dos años más tarde con la creación en Madrid, en diciembre de 1933, de la Unión Militar Española (UME), una asociación clandestin­a

Los militares considerar­on intolerabl­es las reformas

de Azaña ( primavera y verano del 31) en el ejército

e ilegal formada por jefes y oficiales del ejército español decididos a luchar contra las reformas de Azaña y acabar con la “subversión izquierdis­ta”. Como indica el especialis­ta José García Rodríguez, la UME desarrolló un papel muy importante, pues “permitió que la actividad conspirati­va penetrase en el tejido más operativo del ejército, es decir, en los niveles intermedio­s”. Aquellos que, en gran medida, suplantarí­an a sus jefes y propiciarí­an el éxito del golpe de Estado en julio de 1936.

LA SANJURJADA

La conspiraci­ón contra la República que estalló el 10 de agosto de 1932 fue, según el historiado­r Eduardo González Calleja, una trama “cívico-militar” compleja que tuvo como base a los sectores antirrepub­licanos vinculados con el alfonsismo y contó con la colaboraci­ón de un importante grupo de nostálgico­s primorrive­ristas, tanto militares (Sanjurjo) como civiles (Calvo Sotelo). La confrontac­ión con las jerarquías eclesiásti­cas, la disolución de la Compañía de Jesús, las reformas militares, los debates sobre la Reforma Agraria o el Estatuto de Cataluña habían encendido la mecha conspirati­va. Su propósito: derrocar al gobierno republican­o-socialista y disolver las Constituye­ntes para frenar las reformas. Los inductores del golpe esperaban que, tras un corto período de dictadura castrense, pudieran convocarse unas Cortes que eligieran a un nuevo monarca. La conjura planteaba el levantamie­nto de dos guarnicio

nes del norte (Pamplona y Burgos o Valladolid), tres del sur ( Sevilla, Granada y Cádiz- Jerez) y una acción por sorpresa en la capital, con el asalto simultáneo a las sedes del poder político. La Sanjurjada, cuyo nombre deriva de un juego de palabras entre el nombre de su líder, el general José Sanjurjo, y la palabra carcajada, fracasó estrepitos­amente. Desde el primer momento, el golpe mostró fallos organizati­vos de calado y hubo de enfrentars­e a múltiples imprevisto­s. Muchos oficiales antirrepub­licanos decidieron no sumarse a la sublevació­n en vista de sus errores; tampoco compartían del todo sus ideales monárquico­s. El fracaso de la rebelión, sin embargo, dio al gobierno republican­o “una engañosa sensación de confianza”, en palabras de Eduardo González Calleja, que le hizo no prepararse lo suficiente para afrontar la conspiraci­ón “mucho más vasta y mejor organizada de 1936”.

 ??  ??
 ??  ?? LOS PARTIDARIO­S.
Una multitud espontánea se reúne para celebrar la proclamaci­ón de la Segunda República en la Puerta del Sol de Madrid, el14 de abril de 1931.
LOS PARTIDARIO­S. Una multitud espontánea se reúne para celebrar la proclamaci­ón de la Segunda República en la Puerta del Sol de Madrid, el14 de abril de 1931.
 ??  ?? RAFAEL BENJUMEA.
El conde de Guadalhorc­e, ingeniero de caminos y político sevillano (18761952), fue ministro de Obras Públicas (1925-1930) y fundador del partido Unión Monárquica Nacional.
RAFAEL BENJUMEA. El conde de Guadalhorc­e, ingeniero de caminos y político sevillano (18761952), fue ministro de Obras Públicas (1925-1930) y fundador del partido Unión Monárquica Nacional.
 ??  ?? OPOSITORES.
A la izquierda, José Calvo Sotelo (18931936), ministro de Hacienda durante la dictadura de Primo de Rivera, en una fotografía de 1931. A la derecha, el jurista, diplomátic­o y político José María Yanguas Messía (18901974), XI vizconde de Santa Clara de Avedillo.
OPOSITORES. A la izquierda, José Calvo Sotelo (18931936), ministro de Hacienda durante la dictadura de Primo de Rivera, en una fotografía de 1931. A la derecha, el jurista, diplomátic­o y político José María Yanguas Messía (18901974), XI vizconde de Santa Clara de Avedillo.
 ??  ??
 ??  ?? ALFONSO XIII.
El monarca (1886-1941) retratado hacia 1910 por Víctor Morelli Sánchez-Gil, con uniforme de capitán general de Artillería. Museo del Prado.
ALFONSO XIII. El monarca (1886-1941) retratado hacia 1910 por Víctor Morelli Sánchez-Gil, con uniforme de capitán general de Artillería. Museo del Prado.
 ?? ASC ?? LA ACNP.
En la imagen, miembros de la Asociación Católica Nacional de Propagandi­stas.
ASC LA ACNP. En la imagen, miembros de la Asociación Católica Nacional de Propagandi­stas.
 ??  ?? LA QUEMA DE IGLESIAS.
Sobre estas líneas, destrozos producidos el 12 de mayo de 1931 en la parroquia de Santa Teresa y San José de los Carmelitas Descalzos, en la plaza de España de Madrid.
LA QUEMA DE IGLESIAS. Sobre estas líneas, destrozos producidos el 12 de mayo de 1931 en la parroquia de Santa Teresa y San José de los Carmelitas Descalzos, en la plaza de España de Madrid.
 ??  ?? FRANCO Y GODED. Ambos son denunciado­s como responsabl­es del golpe en la portada del periódico Mundo Obrero del 18 de julio de 1936.
FRANCO Y GODED. Ambos son denunciado­s como responsabl­es del golpe en la portada del periódico Mundo Obrero del 18 de julio de 1936.
 ??  ?? LA ACADEMIA MILITAR DE ZARAGOZA.
El general Franco (dcha.), director de la Academia, en la ceremonia de inauguraci­ón del curso de 1928.
LA ACADEMIA MILITAR DE ZARAGOZA. El general Franco (dcha.), director de la Academia, en la ceremonia de inauguraci­ón del curso de 1928.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain