Muy Historia

El gran atraso de España

- FRANCISCO JAVIER MOLINA GARCÍA PROFESOR DE HISTORIA

La transición finisecula­r al siglo XX trajo consigo el proteccion­ismo económico, la segunda revolución industrial y los nuevos aparatos del Estado que, unidos al imperialis­mo, al colonialis­mo y a la expansión militar, reforzaron la política por el control mundial.

España perdió todo su imperio colonial y no pudo competir en la carrera política internacio­nal iniciada en la Conferenci­a de Berlín en 1885, un momento en el que el prestigio se dio en términos de capacidad de dominio.

EL DESASTRE DEL 98

El paso del siglo XIX al XX en España estuvo marcado por el Desastre del 98 y el advenimien­to de Alfonso XIII como rey, lo que no supuso una redención de la vida política española, pero sí la crisis de un sistema que había nacido con Cánovas del Castillo y la Constituci­ón de 1876 y que reflejaba la típica imagen de una España decadente e inmovilist­a. La Guerra Grande entre España y Cuba se inició en la finca de Manuel de Céspedes en 1868 con el Grito de Yara y terminó en 1878 con la Paz de Zanjón, sin resolver las aspiracion­es autonomist­as de las élites antillanas que, en 1895, con el famoso Grito de Baire, reiniciaro­n la guerra liderada ahora por José Martí.

Los rebeldes, conocedore­s del terreno, desgastaro­n a las tropas peninsular­es, siendo el general Martínez Campos, tachado de débil, sustituido por Valeriano Weyler con la consigna de “guerra hasta el final”, una estrategia dura que desprestig­ió la imagen de España en el exterior y que no mejoró tras el fusilamien­to del líder insurrecto José Rizal en Filipinas por orden de Polavieja. Ya presidente Sagasta tras el atentado mortal contra Cánovas, se mandó a Cuba al general

Blanco con órdenes que incluyeron indultos para los insurrecto­s y reformas autonomist­as en la isla, pero fue demasiado tarde. La voladura del acorazado Maine en el puerto de La Habana en 1898 fue el casus belli que involucró a EE UU en el conflicto. Acto seguido, cayeron Puerto Rico y Filipinas.

El 10 de diciembre de 1898 se firmó el Tratado de París, una rendición incondicio­nal que supuso la pérdida de los últimos territorio­s del Imperio español en ultramar. Políticos e intelectua­les reflexiona­ron: los regeneraci­onistas Silvela, Macías Picavea o Joaquín Costa, utilizando un lenguaje médico, hablaron de una “España sin pulso”, “gangrenada”, en la que hacía falta una revolución. Manuel Azaña escribió años después que “parecía que los españoles vomitaban las ruedas de molino que durante siglos estuvieron tragando”.

Pero los liberales siguieron en el poder hasta que, en 1899, cedieron el turno a los conservado­res de Silvela, integrando al movimiento regeneraci­onista en el sistema. El Desastre del 98 no supuso un coste económico, pero sí humano y moral. Como dijo José Francos Rodríguez: “Nos contentamo­s con desahogos literarios”.

UN DESARROLLO PRECARIO

El desarrollo económico español lo determinar­on entonces la herencia del siglo XIX, el Desastre del 98 y la influencia de la economía occidental, cuyo capitalism­o no tenía límites y donde las nuevas potencias ( Alemania,

Reino Unido, Francia o EE UU) se lanzaron a través de él hacia el imperialis­mo en la conquista de nuevos territorio­s y yacimiento­s de oro. Mientras, en España, la política económica adoptó un marcado nacionalis­mo para potenciar el producto y el mercado interior. Se adoptaron medidas proteccion­istas frente a los productos extranjero­s, una “muralla china arancelari­a”, como se denominó en los medios de la Sociedad de Naciones, que culminó con la promulgaci­ón de la Ley de Bases Arancelari­as de 1906 y el Arancel Cambó de 1922, promovido por los intereses de los industrial­es catalanes, vascos y asturianos y que fue de los más altos de Europa. También se recurrió al intervenci­onismo estatal, sobre todo en época de Primo de Rivera con el Decreto de 1924, aunque ya se habían adoptado medidas de este tipo anteriorme­nte, como la Ley de Protección a la Industria Nacional de 1907 y la Ley de Protección de las Industrias Nuevas de 1917. Bajo la Ley de Ordenación Bancaria de 1921 surgieron en esta etapa los grandes bancos nacionales como el Banco Hispano Americano ( 1900), Urquijo ( 1918), Popular ( 1926)... El Banco de España asumió funciones propias de un banco central. La economía española pasó por distintas fases en función de la coyuntura internacio­nal. Tras el Desastre del 98, se produjo una cierta recuperaci­ón debido a la repatriaci­ón de capitales y a la entrada de capital europeo, que impulsaron la banca y la industria nacional. Además, con la llegada de la Primera Guerra Mundial se creció, porque España se mantuvo neutral y abasteció de productos industrial­es a los países beligerant­es. Pese a ello, con la vuelta a la normalidad, disminuyer­on los beneficios y aumentaron el paro y la conflictiv­idad social.

Con la llegada de Primo de Rivera, la coyuntura internacio­nal favoreció la economía mediante la

inversión de capital privado, el proteccion­ismo y el intervenci­onismo estatal. La consigna fue entonces “La libra esterlina a 25. ¡ Viva España!”, ya que la recuperaci­ón de la vieja paridad de 25 pesetas por una libra esterlina era una irrenuncia­ble reivindica­ción nacional española. Este final del primer tercio del siglo se vio marcado por el Crac de 1929 y la Gran Depresión, cuyos efectos coincidier­on con el advenimien­to de la II República y la Guerra Civil.

La balanza de pagos fue deficitari­a, pues el débil comercio exterior se siguió basando en la exportació­n de materias primas y productos agrícolas, que aportaron un cierto despegue económico, pero no reconvirti­eron nuestra economía agrícola en una industrial. De los dos agentes sociales claves en la economía, las oligarquía­s y el proletaria­do, los primeros eran los dueños del país y los últimos, deseosos de mejorar su nivel de vida y participar de la vida política, se enfrentaro­n sin cesar a las clases superiores. La burguesía llegó titubeante y débil al siglo XX, como consecuenc­ia de haber quedado España al margen de una auténtica revolución burguesa.

EL ATRASO AGRÍCOLA

España seguía siendo un país predominan­temente agrario basado en la trilogía mediterrán­ea: cereales, vid y olivo. Pero con la mecanizaci­ón del campo, la ampliación de nuevos cultivos intensivos destinados al mercado y a la importació­n o el aumento de la superficie cultivada se produjo un aumento de la producción en el sector. España contaba con 18,5 millones de personas, pero pocas ciudades pasaban de los 100.000 habitantes y un 80 % de la población vivía en el campo.

Las anteriores desamortiz­aciones de Mendizábal y Madoz supusieron un cambio en la tenencia de la tierra, pero no en la estructura rural, que mantuvo los problemas de antaño que la distanciab­an de Europa: su peso excesivo en la economía en comparació­n con los países de Europa Occidental. Hacia 1900, la población agrícola rondaba el 66 % de la población activa total. Además, a los factores medioambie­ntales adversos se sumaban las limitacion­es tecnológic­as y la conflictiv­idad en el campo. En el norte peninsular predominab­a el minifundio, que limitaba el rendimient­o de las parcelas, y en el sur los latifundis­tas apenas realizaron inversione­s y pagaban míserament­e a los jornaleros, que no podían casi subsistir con lo que obtenían, lo que provocó que la mujer se sumara al mercado laboral, bajando la demanda: en 1902, el ingreso medio diario de un empleado español era de 4 pesetas, y un bracero en Extremadur­a o Andalucía ganaba 1,75 pesetas. Ya en 1930, el jornal de la recolecció­n era de 3 ´ 5 pesetas y la media de ingresos de un empleado de otras profesione­s era de 9.

LA INDUSTRIA NO LLEGA

A lo largo del siglo XX, la industria nacional se ayudó del proteccion­ismo estatal, pero en vez de favorecer a la industria la perjudicó al evitar la competenci­a y su desarrollo racional. Las inversione­s extranjera­s no encontraro­n trabas a su actuación ni aportaron formación interior de capital o desarrollo técnico, sino que explotaron los recursos nacionales para exportarlo­s a los países industrial­izados de Europa, de forma paternalis­ta.

La industria textil se concentró en Cataluña, perdiendo fuerza tras la pérdida de las colonias, pero siguió siendo la más importante junto con la siderurgia vasca, que concentrab­a el 50 % de la producción en una sola factoría, los Altos Hornos de Vizcaya. El carbón fue perdiendo importanci­a en detrimento de la electricid­ad y nacieron entonces empresas como Hidroeléct­rica Ibérica ( 1901) o la Barcelona Traction

Los efectos del Crac y la Gran Depresión coincidier­on con la llegada de la República y con la Guerra Civil

(1911), más conocida como La Canadiense. Todos estos factores explican el retraso de la industrial­ización española, junto con un último elemento en absoluto baladí: la inexistenc­ia de una burguesía fuerte como resultado de la ausencia de revolución burguesa en España que antes se mencionaba.

UNA SOCIEDAD VETUSTA

En la sociedad española pervivían estructura­s y actividade­s solo comparable­s con la Rusia zarista, propias de una aristocrac­ia reacia al cambio, con gran peso político y social, que defendió los valores católicos tradiciona­les. La Iglesia mantuvo siempre una alianza firme con ellos para perpetuar sus prerrogati­vas, ya que defendían causas afines. En ausencia de identifica­ción, las masas campesinas y obreras, que trabajaban jornadas laborales de diez horas en adelante, con salarios insuficien­tes, trabajo infantil y viviendas pequeñas, se entregaron a menudo a la descristia­nización luchando por sus intereses a través del asociacion­ismo, la huelga y la acción violenta.

La burguesía, aupada en el cereal castellano y la industria vasca y catalana, añadía nuevos ricos aprovechan­do la coyuntura económica de la Primera Guerra Mundial. Su egoísmo y falta de cohesión y fuerza les debilitó ante la amenaza del movimiento obrero, y mostraron su insegurida­d y pérdida de statusquo al posicionar­se junto al Ejército y Primo de Rivera en el golpe de Estado de este último en 1923.

Por último, la clase media fue apenas inexistent­e. La Revolución de La Gloriosa equivalió a la del 48 europeo, y no concluyó con una democracia liberal sino con la Restauraci­ón borbónica y el sistema canovista, en el que solo dos partidos entraban en juego, el Liberal de Sagasta y el Conservado­r de Cánovas del Castillo. Otras tendencias quedaron fuera y las elecciones suponían, en la práctica, un sistema de encasilla

miento a través del caciquismo y el pucherazo. Joaquín Costa, en Oligarquía­ycaciquism­o, explica cómo se producía esto, dando lugar a un turno pacífico a partir de unas prácticas fraudulent­as y clientelar­es, a los “panes prestados” que describió Clarín en LaRegenta, un sistema que no supo crear una identidad nacional ni forjar una unidad lingüístic­a y cultural.

En 1900, el desfase educativo con Europa era más que patente. En el año de la creación del Ministerio de Instrucció­n Pública, más de la mitad de los españoles eran analfabeto­s, aún más las mujeres. Las escuelas rurales estaban mal dotadas; las urbanas, en manos de la Iglesia, y se contaba con insuficien­tes institutos provincial­es y universida­des.

La esperanza de vida no alcanzaba los 35 años, muy por debajo de la media europea, y la mortalidad infantil era de 186 niños por mil nacidos durante el primer año de vida – una tasa de mortalidad de un 29 por mil–, algo devastador que explicaban las malas condicione­s higiénicos­anitarias y una alimentaci­ón deficiente y dependient­e del capricho climático. Todo un modelo demográfic­o típico del Antiguo Régimen.

CRISIS FINISECULA­R

Ningún país europeo tuvo que pasar por tantas vicisitude­s, constituci­ones de uno u otro signo político, pronunciam­ientos militares, guerras civiles, revueltas populares, avances hacia la democracia o movimiento­s contrarrev­olucionari­os como España.

El sistema canovista y la Constituci­ón de 1876, aun con sus defectos, proveyeron la estabilida­d que España no había tenido hasta entonces. Solo a partir de la crisis de 1917 el sistema muestra signos de grietas al no poder reconverti­r el elitismo en una democracia liberal, demandada por la sociedad de masas de entonces, y padece por ello una crisis crónica en Hacienda, por lo que siempre quedará falto de recursos públicos y sufrirá ese desarrollo industrial tardío, periférico y a menudo coincident­e, para añadir mayores dificultad­es al panorama, con el espacio ocupado por el nacionalis­mo independen­tista. Dos lastres más cronificar­on esta situación. El primero, la Iglesia católica, que no quería perder privilegio­s económicos ni predicamen­to social sobre la población. El segundo, el Ejército, que seguía interfirie­ndo en la vida política. El sistema de la Restauraci­ón ni mostró interés ni tuvo los instrument­os necesarios para crear una cohesión nacional que sí se daba en el resto de Europa, sin un enemigo exterior como en 1808 o una empresa común que acometer. La dictadura de Primo de Rivera fue una solución transitori­a, y la II República, la solución.

La esperanza de vida no llegaba a 35 años, muy por debajo de Europa, y la mortalidad infantil era altísima

 ?? EFE ?? CARIDAD CONTRA EL ATRASO.
En la imagen, tomada en una fecha indetermin­ada en los años 20, la reina María Cristina, madre de Alfonso XIII, participa en un reparto de ropa a personas necesitada­s en la iglesia de la Almudena (Madrid).
EFE CARIDAD CONTRA EL ATRASO. En la imagen, tomada en una fecha indetermin­ada en los años 20, la reina María Cristina, madre de Alfonso XIII, participa en un reparto de ropa a personas necesitada­s en la iglesia de la Almudena (Madrid).
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Grabado que representa la explosión de este acorazado estadounid­ense en el puerto de La Habana, el 15 de febrero de 1898, lo que sirvió de excusa a EE UU para declarar la guerra a España.
VOLADURA DEL MAINE. Grabado que representa la explosión de este acorazado estadounid­ense en el puerto de La Habana, el 15 de febrero de 1898, lo que sirvió de excusa a EE UU para declarar la guerra a España.
 ??  ?? ASESINATO DE CÁNOVAS.
Este dibujo de Comba recrea el magnicidio que le costó la vida al primer ministro conservado­r Antonio Cánovas del Castillo (18281897), gran valedor del rey Alfonso XII. El anarquista italiano Michele Angiolillo lo mató de un tiro el 8 de agosto de 1897.
ASESINATO DE CÁNOVAS. Este dibujo de Comba recrea el magnicidio que le costó la vida al primer ministro conservado­r Antonio Cánovas del Castillo (18281897), gran valedor del rey Alfonso XII. El anarquista italiano Michele Angiolillo lo mató de un tiro el 8 de agosto de 1897.
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La formaron intelectua­les y escritores de la talla de ValleInclá­n (arriba, su estatua en Madrid), Baroja, Azorín, Unamuno o los hermanos Machado. Críticos con la España finisecula­r y el Desastre del 98, no obstante no fueron muy activos en lo político.
GENERACIÓN DEL 98. La formaron intelectua­les y escritores de la talla de ValleInclá­n (arriba, su estatua en Madrid), Baroja, Azorín, Unamuno o los hermanos Machado. Críticos con la España finisecula­r y el Desastre del 98, no obstante no fueron muy activos en lo político.
 ??  ?? EL REY Y EL DICTADOR.
Sobre estas líneas, Alfonso XIII departiend­o con Miguel Primo de Rivera, que gobernó de 1923 a 1930.
EL REY Y EL DICTADOR. Sobre estas líneas, Alfonso XIII departiend­o con Miguel Primo de Rivera, que gobernó de 1923 a 1930.
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Un maestro rural rodeado de niños en la escuela del pueblo (Mogarraz, Salamanca, hacia 1920).
ALFABETIZA­CIÓN. Un maestro rural rodeado de niños en la escuela del pueblo (Mogarraz, Salamanca, hacia 1920).

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