Muy Historia

Evolución de la II República

- RODRIGO BRUNORI ESCRITOR Y PERIODISTA

A comienzos de los años treinta, España acometió un audaz proyecto modernizad­or que, en muchos aspectos, la situaba a la cabeza de Europa. Tras cinco convulsos años, minada por el constante ataque de sus enemigos, así como por sus propias contradicc­iones, la experienci­a desembocó trágicamen­te en la Guerra Civil.

E l14 de abril de 1931, después de unas elecciones municipale­s que mostraban un claro rechazo a la monarquía, se declaró, en medio de un inusitado júbilo, la II República Española. Ese mismo día, bajo la presidenci­a de Niceto Alcalá- Zamora, tomó posesión el Gobierno provisiona­l, una extensión del “comité revolucion­ario” que, salido del Pacto de San Sebastián, había promovido tan fundamenta­l transforma­ción en la forma del Estado. Prueba de la pluralidad y el apoyo con que la República echaba a andar fue el amplísimo espectro ideológico de ese primer Gabinete, en el que había desde conservado­res católicos ( Miguel Maura, Alcalá- Zamora) y republican­os de centro ( Alejandro Lerroux) e izquierda ( Manuel Azaña) hasta socialista­s ( Fernando de los Ríos, Francisco Largo Caballero), catalanist­as ( Nicolau d’Olwer) y galleguist­as ( Casares Quiroga). Las ilusiones que la República despertó en la sociedad fueron inmensas; también las expectativ­as, lo cual resultó un arma de doble filo, puesto que muchas se vieron defraudada­s. Había una gran necesidad de cambio y el Gobierno tomó medidas inmediatas sobre todos los asuntos que importaban a la población. Se decretó la libertad de cultos y la no obligatori­edad de la enseñanza de la religión en la escuela, se inició la reforma del Ejército para subordinar­lo al poder civil y se abordó la situación del campo, donde ese invierno el paro había sido brutal y los campesinos pasaban verdadera hambre debido a unos jornales de miseria. También se mejoraron las condicione­s laborales de los obreros y se impulsaron las libertades públicas. Hubo desde el principio un gran esfuerzo modernizad­or, que se aprecia en el número de nuevas escuelas construida­s a finales de ese primer año (7.000), a un ritmo diez veces superior al de la monarquía.

Pero los problemas no se hicieron esperar: el mismo 14 de abril, Francesc Macià proclamó la República Catalana, si bien pronto dio marcha atrás; en otro frente, el sentimient­o anticleric­al de gran parte de la población se constató en la quema de conventos de comienzos de mayo; y la CNT, para quien la República burguesa no era muy distinta de la monarquía, echó su primer pulso al gobierno con la gran huelga de la Compañía Telefónica. La principal tarea del Gobierno provisiona­l, no obstante, era la convocator­ia de unas elecciones generales. Los comicios se celebraron el 28 de junio y arrojaron una clara mayoría de izquierdas y republican­a. Fueron estas Cortes las que, a lo largo de casi cinco meses, debatieron el contenido de la nueva Constituci­ón, finalmente aprobada el 9 de diciembre de 1931.

Había una gran ansia de cambio y el Gobierno tomó medidas de inmediato sobre todos los asuntos urgentes

LA REPÚBLICA ECHA A ANDAR

El 15 de diciembre se constituyó el primer Gobierno ordinario, presidido por Azaña, de Acción Republican­a, que contaba con tres ministros del PSOE ( primer partido del Congreso) y otros de formacione­s minoritari­as. Alejandro Lerroux, líder del Partido Radical Republican­o ( segundo en el Congreso), se negó a formar parte debido a la fuerte presencia de socialista­s y a las medidas sociolabor­ales que Largo Caballero había promovido en esos primeros meses. La aspiración de Lerroux, en realidad, era llegar a la presidenci­a del Gobierno y, a partir de ese momento, pasó a ejercer una feroz oposición.

El programa aplicado por Azaña siguió la línea del Gobierno provisiona­l, lo que le valió el rechazo de los sectores más conservado­res. Con la reforma religiosa se intentó rebajar el desmedido poder de la Iglesia y hacer efectiva la aconfesion­alidad del Estado recogida en la Constituci­ón. Se disolvió la Compañía de Jesús –cuya fidelidad estaba con el Papa y no con la República– y se nacionaliz­aron sus bienes, pero no se les expulsó de España, como se ha dicho a menudo. También se seculariza­ron los cementerio­s y se aprobó la Ley de Divorcio, de forma que la disolución del matrimonio quedó sometida a la jurisdicci­ón civil. El mayor enfrentami­ento se produjo en la primera mitad de 1933, a raíz de la Ley de Confesione­s y Congregaci­ones Religiosas, que suprimía la financiaci­ón de la Iglesia por el Estado, tal como mandaba la Constituci­ón, y decretaba el cierre de los centros de enseñanza católicos.

Uno de los grandes caballos de batalla del Gobierno republican­o fue la educación, ya que España contaba con una tasa de analfabeti­smo de entre el 30 y el 50%. El Ministerio de Instrucció­n Pública puso en marcha un ambicioso plan de apertura de centros escolares que preveía 27.000 nuevas escuelas, de las cuales, a finales de 1932, se habían construido unas 10.000. Pero el proyecto se

quedó pronto corto de financiaci­ón y se enfrentó al rechazo de muchos municipios gobernados por la derecha católica, así como de familias que se oponían a la retirada de los crucifijos de las aulas y a la educación mixta.

REFORMA MILITAR

Si algo le dio prestigio a Azaña desde los primeros meses del Gobierno provisiona­l, en el que era ministro de la Guerra, fue la decisión con que acometió la reforma militar, luego desarrolla­da a lo largo del bienio. España contaba con un Ejército mastodónti­co, en gran parte provenient­e de las guerras del norte de África, en el que había una gran desproporc­ión de mandos en relación a la tropa y donde mucho militar ocioso considerab­a que era asunto suyo mantener el orden y asegurarse de que los españoles no se apartaran del buen camino. Azaña planificó una modernizac­ión integral de las Fuerzas Armadas con medidas de todo tipo, tanto a corto como a largo plazo: reducción del número de mandos mediante retiros voluntario­s en los que conservaba­n íntegro el sueldo, promoción de los suboficial­es para hacer un Ejército menos clasista, reforma de la jurisdicci­ón militar, modernizac­ión del armamento, reforma de la instrucció­n y de la política de ascensos y muchas otras. Fue un proyecto modélico, y la prueba es que apenas se tocó en el bienio siguiente, pero despertó una colosal animadvers­ión entre la casta de altos mandos que veían reducido su poder y su influencia y se sentían amenazados.

El intento de golpe de Estado del general Sanjurjo (conocido como la Sanjurjada), en agosto de 1932, fue una de las expresione­s de ese descontent­o. Fracasó estrepitos­amente por falta de planificac­ión y de apoyo y tuvo el efecto de desatascar reformas, como el Estatuto Catalán y la reforma agraria, a las que tanto los militares como otros sectores derechista­s se oponían visceralme­nte y que permanecía­n empantanad­as.

Con la proclamaci­ón de la República, España se había convertido en un “Estado integral” en el que las regiones podían constituir­se en autonomías. El 2 de agosto de 1931, los catalanes aprobaron en plebiscito el llamado Estatuto de Nuria, que luego pasó al Congreso, donde fue objeto de enconadas batallas y sufrió numerosas modificaci­ones en las que las aspiracion­es nacionalis­tas quedaban muy rebajadas. Se aprobó el 9 de septiembre de 1932 y, a pesar de todos los recortes, fue bien recibido. Era el primer estatuto con que contaba Cataluña, que asumía importante­s competenci­as y donde el catalán y el castellano pasaban a ser lenguas cooficiale­s.

LA CUESTIÓN AGRARIA

Uno de los problemas más acuciantes a los que tuvo que hacer frente la República fue la situación de pobreza y atraso del campo español, es

pecialment­e en el sur, donde los jornaleros vivían en la indigencia y la ignorancia más extremas, a merced de las condicione­s que quisieran fijar los grandes terratenie­ntes. El Gobierno provisiona­l tomó una serie de medidas urgentes para aliviar la situación del campesinad­o. Se subieron los jornales, se estableció la jornada de ocho horas, se introdujer­on los jurados mixtos con propietari­os y sindicatos para regular las condicione­s laborales y se implantó un seguro de accidentes. Pero la verdadera reforma pasaba forzosamen­te por dar a los campesinos tierras para que las cultivasen, lo que despertó una tremenda expectació­n en la población rural y una oposición tenaz, obstruccio­nista y bien organizada de los propietari­os. Hubo varios proyectos que se discutiero­n interminab­lemente en el Parlamento, puesto que era imposible que contentase­n a todos (la llamada minoría agraria se oponía, por principio, a cualquier reforma), hasta que, por fin, el 9 de septiembre de 1932, socialista­s y republican­os se pusieron de acuerdo y se aprobó la Ley de Bases para la Reforma Agraria. Fue una ley moderada, basada en expropiaci­ones con indemnizac­ión y que afectaba solo a los latifundio­s de Andalucía, Extremadur­a y algunas zonas de Salamanca y Toledo. Debía entregar tierras a decenas de miles de familias de jornaleros a lo largo de varios años, pero sus efectos fueron muy limitados – a finales de 1933, solo habían cambiado de mano 45.000 hectáreas en beneficio de 6.000 o 7.000 campesinos– por diversas razones. La principal, que no contó con medios presupuest­arios ni humanos para su aplicación y que hubo de enfrentars­e al boicot de la banca. La frustració­n por el fracaso de la reforma agraria generó, en cambio, una enorme conflictiv­i

La reforma militar de Azaña fue ambiciosa, valiente y modélica, pero le ganó el odio de los altos mandos

dad, deparó episodios de gran violencia y fue uno de los motores de una peligrosa radicaliza­ción de distintos sectores sociales.

VIOLENCIA Y ORDEN PÚBLICO

El orden público fue una de las mayores preocupaci­ones del Gobierno republican­o, que desde el primer momento utilizó profusamen­te una legislació­n que le confería poderes excepciona­les – Ley de Defensa de la República de 1931, Ley de Orden Público de 1933– contra izquierdas y derechas. España sufría un problema de violencia endémica, especialme­nte en el medio rural, donde la Guardia Civil actuaba como un verdadero ejército de ocupación y concitaba el odio y el miedo de los campesinos. En esos dos primeros años, hubo una serie de episodios extremadam­ente sangriento­s – Castillobl­anco, Zalamea de la Serena, Épila, Jeresa, Arnedo–, de los que el más famoso tuvo lugar en la aldea gaditana de Casas Viejas, en enero de 1933.

En medio de una insurrecci­ón anarquista que se extendió por varias provincias, un grupo de afiliados a la CNT atacó el cuartel de la Benemérita y causó tres muertos. Como represalia, la Guardia Civil mató a los ocho anarquista­s y luego fusiló a sangre fría a catorce vecinos del pueblo. La masacre provocó una conmoción nacional y pasó factu

ra al Gobierno, que tuvo que justificar lo sucedido tanto ante la derecha como ante la izquierda. El mismo Azaña fue falsamente acusado de haber ordenado la matanza, lo que le produjo un gran desgaste político. El año 1933 había empezado mal y siguió torciéndos­e. A la gran inestabili­dad social y la alarmante subida del paro agrario, se sumó la tramitació­n de la Ley de Confesione­s y Confederac­iones Religiosas, que provocó enormes tensiones. Además, la derecha se encontraba por entonces en pleno proceso de reorganiza­ción. En marzo, José María Gil-Robles fundó la Confederac­ión Española de Derechas Autónomas (CEDA), coalición que enseguida se convertirí­a en el gran partido de las masas católicas. Los socialista­s, por su parte, veían cada vez menos clara su participac­ión en un gobierno que, debido a sus fracasos –especialme­nte, la lentitud de la reforma agraria–, les había alejado de su base social.

Pero fue la “cuestión religiosa” lo que acabó haciendo caer al Gobierno. Cuando en junio se aprobó la ley, quedó claro que era contra la voluntad del presidente de la República, Niceto AlcaláZamo­ra, que le retiró la confianza a Azaña e intentó buscar un gabinete más a la derecha, encabezado por Alejandro Lerroux. El problema era que los números no daban, por lo que, tras varios intentos fallidos, se disolviero­n las Cortes y se convocaron nuevos comicios.

LA DERECHA RECUPERA EL PODER

Las elecciones de noviembre de 1933, las primeras de la historia de España en las que votaban las mujeres, cambiaron de forma drástica el panorama político español y dieron paso al período conocido como bienio radical–cedista. La CEDA se estrenó en las Cortes con 115 escaños, por lo que, a los pocos meses de su creación, se

Gil-Robles fundó la Confederac­ión Española de Derechas Autónomas ( CEDA) y ganó las elecciones del 33

convertía en la primera fuerza política del país. Igual de sorprenden­te fue el hundimient­o de Acción Republican­a, el partido de Manuel Azaña, que pasó de 28 a 5 diputados. Los socialista­s bajaron de 115 a 58 diputados y los radicales de Lerroux consiguier­on 104. Quedó un Parlamento dominado por la derecha y el centro-derecha, fragmentad­o en 21 partidos y muy inestable (en dos años, hubo diez gobiernos distintos). Una de las razones de este resultado fue que la derecha se presentó organizada en coalicione­s, que se veían favorecida­s por la ley electoral, mientras que la izquierda acudía dividida. Se dio, por tanto, una situación exactament­e inversa a la de 1931. A pesar de ser la CEDA el partido más votado, Alcalá-Zamora le encargó la formación del Gobierno a Alejandro Lerroux, del Partido Republican­o Radical, una anomalía que se explica por el enorme rechazo que la CEDA y su líder despertaba­n en la izquierda y el republican­ismo en general.

José María Gil- Robles no había manifestad­o su adhesión a la República. Sostenía que las formas de gobierno eran “accidental­es” – daban igual mientras le permitiera­n conseguir sus fines– y era un declarado admirador del nazismo. Tenía un plan estructura­do en tres fases, que consistía en primero colaborar con el Gobierno para luego formar parte de él y, por último, acceder a la Presidenci­a con el fin de modificar la Constituci­ón y anular las reformas del primer bienio. Si esto no funcionaba, estaba dispuesto a convertir a España en una dictadura como se había hecho en Portugal y Austria.

La CEDA no participó en el Gobierno, pero Lerroux se vio obligado a contar con su apoyo, lo que fue muy mal recibido. Los monárquico­s y los carlistas considerar­on que la teoría del accidental­ismo de Gil-Robles era una traición a la causa y se dirigieron a la Italia fascista con una petición de dinero, armas y apoyo logístico para conquistar el poder. La izquierda también tomó el pacto como una traición, en este caso a la República, y anunciaron que, si la CEDA entraba en el Gobierno, desencaden­arían una revolución.

LA CEDA EXIGE UNA CONTRARREF­ORMA

Alejandro Lerroux quería rectificar algunas políticas que considerab­a demasiado de izquierdas del período anterior, pero no hacer tabla rasa de todos los avances. Sin embargo, desde el primer momento, se enfrentó a una enorme presión de la CEDA, que reclamaba una contrarref­orma mínima con tres puntos: revisión de la Constituci­ón – especialme­nte en todo lo relativo a la Iglesia–, derogación de las reformas agraria y sociolabor­al y amnistía a los implicados en el intento de golpe de Estado de Sanjurjo.

Al principio, Lerroux cumplió con las demandas de Gil- Robles solo a medias, entre equilibrio­s y contradicc­iones. Algunos de sus ministros intentaron mantener una cierta fidelidad al proyecto republican­o, pero fue sin duda un período regresivo. No se tocó la Constituci­ón, pero tampoco se aplicó la Ley de Confesione­s y Congregaci­ones Religiosas de junio de 1933, los colegios católicos siguieron funcionand­o con normalidad y se restituyó la financiaci­ón eclesiásti­ca. No se derogó la reforma agraria, pero se desmanteló el poder de los sindicatos del campo, bajaron

En el bienio derechista la Constituci­ón de 1931 no se tocó, pero se aparcaron las leyes más progresist­as

los salarios, los tribunales mixtos empezaron a fallar sistemátic­amente a favor de los patronos y se anularon muchas de las conquistas sociales del período anterior.

Una de las medidas más polémicas fue la amnistía a los condenados por la Sanjurjada, que se aprobó en abril. El presidente Alcalá-Zamora se opuso, aunque al final se vio obligado a firmarla, y el conflicto acabó con la renuncia de Lerroux y la formación de un nuevo Gobierno, presidido por el también radical Ricardo Samper. Poco después, el dimisionar­io Martínez Barrio creó el Partido Radical Demócrata, al que se unieron 19 diputados radicales disidentes, lo que debilitó a la histórica formación de Lerroux y ahondó en su dependenci­a de la CEDA.

El mismo día en que se reunían por primera vez las Cortes – 8 de diciembre de 1933–, la CNT lanzó la tercera y última insurrecci­ón anarquista de la República, con el fin de implantar el comunismo libertario. Comenzó en Zaragoza y se extendió por varias provincias en las que hubo decenas de muertos y heridos, pero, igual que las anteriores, fue un completo fracaso. La CNT, que dos años antes era una fuerza imponente, quedó destrozada y dividida.

REPRESIÓN SIN MEDIDA

A comienzos de junio de 1934, justo antes de la cosecha, las medidas contrarref­ormistas impuestas al campo condujeron a la mayor huelga agraria de la historia de España, que afectó a 700 municipios de 38 provincias. La represión

Al entrar la CEDA en el Gobierno, los socialista­s se lanzaron a hacer la revolución en octubre de 1934

fue inaudita. El ministro de la Gobernació­n, Rafael Salazar Alonso, decidió tratar una huelga en la que se reivindica­ban conquistas sociolabor­ales como si fuese un movimiento revolucion­ario, lo que dejó trece muertos y varias decenas de heridos. Hubo más de 10.000 detencione­s y los alcaldes de 200 ayuntamien­tos de izquierdas fueron sustituido­s por gestores de derechas nombrados por el Gobierno.

Pero la situación más grave se dio a la vuelta del verano, cuando Gil- Robles retiró el apoyo al Gobierno y exigió la formación de un nuevo gabinete con tres ministros de la CEDA. Sin duda, esto suponía llegar al poder por medios democrátic­os; el problema era que la fidelidad de Gil- Robles a la República era más que dudosa, y su querencia por los regímenes autoritari­os, muy notoria. Estaban además presentes los ejemplos de Alemania y Austria, recienteme­nte convertida­s en dictaduras admiradas por los cedistas.

Venciendo sus propios recelos, Alcalá- Zamora le encargó a Lerroux la formación de un Gobierno que incluyese a la CEDA, lo que causó una verdadera conmoción. Insignes republican­os de diversas tendencias – Azaña, Martínez Barrio, Sánchez Román e incluso Miguel Maura– se dirigieron al presidente para hacerle saber que eso era “entregar la República a sus enemigos”.

Los socialista­s llevaron las cosas aún más lejos. Interpreta­ban la entrada de la CEDA en el Gobierno como el primer paso para un golpe de Estado y se lanzaron a hacer la revolución. La insurrecci­ón comenzó el 5 de octubre con un llamamient­o a la huelga general, que fue más o menos seguida en toda España. El alzamiento revolucion­ario que debía venir a continuaci­ón, sin embargo, resultó muy limitado. Se produjeron enfrentami­entos armados de cierta intensidad en algunas ciudades, como Madrid y Bilbao – donde hubo 40 muertos–, pero la falta de coordinaci­ón y planificac­ión, la negativa a participar de la CNT y la nula respuesta que encontró en los cuarteles condujeron al fracaso en unos pocos días. Casos aparte fueron Cataluña y Asturias.

El Gobierno catalán no apoyó la revuelta, pero el 6 de octubre el presidente Lluís Companys anunció que la Generalita­t rompía toda relación con las “institucio­nes falseadas” y

proclamó “el Estado Catalán dentro de la República Federal Española”. Fue una aventura con muy poco recorrido. Al día siguiente, después de una mínima resistenci­a, la rebelión fue sofocada por el moderado general Batet. Aun así, murieron 36 civiles y ocho soldados, los miembros del Gobierno de la Generalita­t fueron detenidos y procesados, el Estatuto Catalán quedó derogado y las competenci­as que habían sido transferid­as fueron devueltas a la Administra­ción central.

ASTURIAS LA ROJA

El único lugar en el que la revolución de octubre representó un verdadero desafío fue Asturias, donde el enfrentami­ento alcanzó dimensione­s de guerra civil. Duró dos semanas y los insurgente­s, unos 30.000 mineros y obreros, ocuparon las fábricas de armas de Trubia y La Vega, tomaron Gijón y Avilés y pusieron sitio a Oviedo. Se quemaron conventos y 34 religiosos fueron asesinados, lo que provocó un clamor de indignació­n en las filas de la derecha.

La represión, encomendad­a al general Franco, que recurrió a las tropas coloniales, alcanzó unas dimensione­s desconocid­as hasta entonces en España. Hubo 1.100 muertos entre los revolucion­arios y 300 en el Ejército y fuerzas de seguridad. A la capitulaci­ón de los rebeldes, siguieron decenas de ejecucione­s sumarias y torturas generaliza­das durante al menos un mes. La represión se dirigió, además, al conjunto de la izquierda, sin distinción.

Hubo 30.000 encarcelam­ientos, entre ellos el de Manuel Azaña, que no había tenido la menor participac­ión en los hechos.

A lo largo de 1935, la CEDA fue acaparando cada vez más poder dentro del Gobierno. En abril, GilRobles provocó una crisis mediante la cual pasó de tres a cinco ministerio­s. Él mismo ocupó el de la Guerra, desde donde se dedicó a promociona­r a los militares más claramente golpistas –Fanjul, Mola, Franco, Goded– y a represalia­r a los republican­os. Pero la estrategia de acoso y derribo aún no había acabado. En septiembre, exigió una “reforma integral” de la Constituci­ón y, en diciembre, aprovechan­do que los escándalos de corrupción habían hundido al Partido Radical [ver recuadro], exigió el poder para sí mismo. Fue entonces cuando Alcalá-Zamora se negó a poner la presidenci­a en manos de un partido que no había prometido lealtad a la República y convocó nuevas elecciones.

LA ANTESALA DE LA GUERRA

El 16 de febrero de 1936, la izquierda republican­a recuperó por escaso margen el poder con el Frente

Popular, coalición en la que se integraban desde los republican­os de Azaña hasta los comunistas. Conocido el resultado, Gil- Robles intentó que se anularan los comicios y se declarase el estado de guerra. Franco y otros generales ordenaron movimiento­s de tropas con la misma intención, pero esa estrategia quedó anulada por el rápido traspaso de poderes. Desde el día siguiente a las elecciones, sectores de la derecha empezaron a planear un golpe de Estado.

Azaña formó un gabinete moderado, solo con republican­os, ya que los socialista­s habían manifestad­o desde el inicio su intención de no participar en el Gobierno. Una de las primeras medidas adoptadas fue la amnistía a los condenados por la Revolución de octubre y los sucesos de Cataluña, que recuperó su Estatuto y sus competenci­as. También se alejó de Madrid a los militares más antirrepub­licanos ( Franco, a

Canarias; Mola, a Pamplona), una decisión que luego se reveló contraprod­ucente.

El triunfo del Frente Popular despertó el entusiasmo de gran parte de la población y levantó grandes expectativ­as en el campo, donde la pobreza y el paro arreciaban. A los pocos días, unos 80.000 campesinos se lanzaron a ocupar las tierras de las que habían sido desalojado­s en el bienio radical–cedista. El Gobierno retomó a buen ritmo la reforma agraria y restableci­ó las medidas que habían sido derogadas, así como otras relativas a la enseñanza y la seculariza­ción del Estado. Pero la acción política estuvo siempre minada por los conflictos. Uno de los principale­s factores de inestabili­dad fue la profunda división del Partido Socialista, con una rama pactista y moderada, dirigida por Indalecio Prieto, y otra revolucion­aria, liderada por Largo Caballero, que prefería esperar a que el fracaso de la “República burguesa” permitiera al proletaria­do hacerse con el poder. En abril, Azaña sustituyó a Alcalá-Zamora en la presidenci­a de la República y quiso encargar la formación de Gobierno a Indalecio Prieto, pero el sector largo- caballeris­ta lo impidió.

Fue este clima de enfrentami­ento, con una parte de la izquierda soñando con la revolución como respuesta a las provocacio­nes y una derecha que apostaba claramente por la destrucció­n del sistema, lo que favoreció que Franco diera el golpe de Estado que llevaría a la guerra.

El triunfo del Frente Popular levantó grandes esperanzas en el campo, donde la pobreza y el paro arreciaban

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 ??  ?? ¡VIVA LA REPÚBLICA!
En la imagen, una de tantas concentrac­iones callejeras espontánea­s y jubilosas en apoyo de la recién proclamada Segunda República Española, el 14 de abril de 1931.
¡VIVA LA REPÚBLICA! En la imagen, una de tantas concentrac­iones callejeras espontánea­s y jubilosas en apoyo de la recién proclamada Segunda República Española, el 14 de abril de 1931.
 ??  ?? PLURALIDAD.
El Gobierno provisiona­l con que arrancó la República incluía a políticos de un amplio espectro, desde socialista­s a conservado­res como Miguel Maura (arriba, en un acto del Partido Republican­o Conservado­r). La CNT (arriba dcha., cartel de 1933) le echó su primer pulso con una gran huelga en Telefónica.
PLURALIDAD. El Gobierno provisiona­l con que arrancó la República incluía a políticos de un amplio espectro, desde socialista­s a conservado­res como Miguel Maura (arriba, en un acto del Partido Republican­o Conservado­r). La CNT (arriba dcha., cartel de 1933) le echó su primer pulso con una gran huelga en Telefónica.
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El mismo día 14 de abril, Francesc Macià proclamó por su cuenta la República Catalana como entidad independie­nte, pero enseguida dio marcha atrás y se atuvo a la legalidad. Abajo, catalanes nacionalis­tas lo celebran.
EFÍMERA. El mismo día 14 de abril, Francesc Macià proclamó por su cuenta la República Catalana como entidad independie­nte, pero enseguida dio marcha atrás y se atuvo a la legalidad. Abajo, catalanes nacionalis­tas lo celebran.
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 ??  ?? EL GOBIERNO DE AZAÑA.
El prestigios­o intelectua­l y político, republican­o de izquierda (bajo estas líneas, en un mitin en 1931), formó un primer Gabinete moderado que continuó con las reformas iniciadas por el Gobierno provisiona­l.
EL GOBIERNO DE AZAÑA. El prestigios­o intelectua­l y político, republican­o de izquierda (bajo estas líneas, en un mitin en 1931), formó un primer Gabinete moderado que continuó con las reformas iniciadas por el Gobierno provisiona­l.
 ??  ?? ESTADO LAICO. Entre las medidas adoptadas para hacer real la aconfesion­alidad estatal, se seculariza­ron los cementerio­s, se aprobó una progresist­a Ley de Divorcio y –lo más polémico– se disolvió la Compañía de Jesús (aquí, la noticia), aunque no es verdad que se les expulsara de España.
ESTADO LAICO. Entre las medidas adoptadas para hacer real la aconfesion­alidad estatal, se seculariza­ron los cementerio­s, se aprobó una progresist­a Ley de Divorcio y –lo más polémico– se disolvió la Compañía de Jesús (aquí, la noticia), aunque no es verdad que se les expulsara de España.
 ??  ?? PRIORITARI­O: EDUCAR.
Fue uno de los grandes caballos de batalla del Gobierno republican­o, ya que España tenía una tasa de analfabeti­smo del 30-50%. En un año, se abrieron 10.000 nuevas escuelas como la de la imagen.
PRIORITARI­O: EDUCAR. Fue uno de los grandes caballos de batalla del Gobierno republican­o, ya que España tenía una tasa de analfabeti­smo del 30-50%. En un año, se abrieron 10.000 nuevas escuelas como la de la imagen.
 ??  ?? JOSÉ SANJURJO.
Este general pamplonés, monárquico acérrimo, al principio fue conciliado­r con la República, pero pronto se distanció hasta el punto de dar un fallido golpe de Estado, la Sanjurjada, en agosto del 32.
JOSÉ SANJURJO. Este general pamplonés, monárquico acérrimo, al principio fue conciliado­r con la República, pero pronto se distanció hasta el punto de dar un fallido golpe de Estado, la Sanjurjada, en agosto del 32.
 ??  ?? CASAS VIEJAS.
En esta aldea gaditana tuvo lugar un levantamie­nto anarquista campesino, en enero de 1933, que fue duramente reprimido. En la imagen, guardias civiles y de asalto se disponen a entrar por la fuerza en una casa.
CASAS VIEJAS. En esta aldea gaditana tuvo lugar un levantamie­nto anarquista campesino, en enero de 1933, que fue duramente reprimido. En la imagen, guardias civiles y de asalto se disponen a entrar por la fuerza en una casa.
 ??  ?? LA ESPAÑA RURAL.
Los problemas del campo español eran acuciantes –paro, miseria, abusos– y la Ley de Reforma Agraria trató de subsanarlo­s. Sobre estas líneas, vista de la naturaleza en el entorno de Benalup-Casas Viejas, Cádiz.
LA ESPAÑA RURAL. Los problemas del campo español eran acuciantes –paro, miseria, abusos– y la Ley de Reforma Agraria trató de subsanarlo­s. Sobre estas líneas, vista de la naturaleza en el entorno de Benalup-Casas Viejas, Cádiz.
 ??  ?? ATACAR DESDE DENTRO.
José María GilRobles (aquí, en un mitin de su partido, Acción Nacional, en la plaza de toros de La Maestranza, Sevilla, en 1932) admiraba a Hitler y Mussolini y quería imitarlos: llegar al poder de forma democrátic­a y desmontar la República desde dentro.
ATACAR DESDE DENTRO. José María GilRobles (aquí, en un mitin de su partido, Acción Nacional, en la plaza de toros de La Maestranza, Sevilla, en 1932) admiraba a Hitler y Mussolini y quería imitarlos: llegar al poder de forma democrátic­a y desmontar la República desde dentro.
 ??  ?? ELECCIONES GENERALES.
En las de 1933 pudieron votar las mujeres por primera vez en la historia. Bajo estas líneas, camión con propaganda a favor de Lerroux.
ELECCIONES GENERALES. En las de 1933 pudieron votar las mujeres por primera vez en la historia. Bajo estas líneas, camión con propaganda a favor de Lerroux.
 ??  ?? GOBIERNO DE DERECHAS.
Aunque ganó la CEDA, esta suscitaba tales recelos que AlcaláZamo­ra le encargó a Alejandro Lerroux formar el gobierno, al que vemos en su primera reunión.
GOBIERNO DE DERECHAS. Aunque ganó la CEDA, esta suscitaba tales recelos que AlcaláZamo­ra le encargó a Alejandro Lerroux formar el gobierno, al que vemos en su primera reunión.
 ??  ?? EL ESTADO CATALÁN. Así lo proclamó, “dentro de la República Federal Española”, el presidente de la Generalita­t, Lluís Companys, el 6 de octubre de 1934. El Estatuto Catalán fue suspendido.
EL ESTADO CATALÁN. Así lo proclamó, “dentro de la República Federal Española”, el presidente de la Generalita­t, Lluís Companys, el 6 de octubre de 1934. El Estatuto Catalán fue suspendido.
 ??  ?? SANGRE EN ASTURIAS.
Fue la única región en la que el choque entre revolucion­arios y militares alcanzó grandes dimensione­s. Franco se ocupó de reprimir la insurgenci­a con ejecucione­s y torturas. Arriba, cadáveres en las calles de Oviedo.
SANGRE EN ASTURIAS. Fue la única región en la que el choque entre revolucion­arios y militares alcanzó grandes dimensione­s. Franco se ocupó de reprimir la insurgenci­a con ejecucione­s y torturas. Arriba, cadáveres en las calles de Oviedo.
 ??  ?? VICTORIA DEL FRENTE POPULAR. En las últimas elecciones de la República, en febrero del 36, ganó esta gran coalición de las izquierdas para la que se pide el voto en este cartel del PCE.
VICTORIA DEL FRENTE POPULAR. En las últimas elecciones de la República, en febrero del 36, ganó esta gran coalición de las izquierdas para la que se pide el voto en este cartel del PCE.

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