Muy Historia

La cuestión agraria

- ÓSCAR BASCUÑÁN AÑOVER PROFESOR DE HISTORIA (UNIVERSIDA­D COMPLUTENS­E DE MADRID)

El mundo rural fue el escenario de una gran movilizaci­ón política y social durante la Segunda República. La llegada de republican­os y socialista­s a los ayuntamien­tos, el poder adquirido por los sindicatos en la contrataci­ón de las tareas agrícolas y la resistenci­a patronal a cumplir las nuevas leyes marcaron un panorama de gran conflictiv­idad.

Los gobiernos del primer bienio de la Segunda República emprendier­on un ambicioso paquete de reformas acorde a las grandes expectativ­as de cambio manifestad­as en un sector importante de la población. Las reformas buscaban conformar un sistema democrátic­o, descentral­izar el Estado, limitar la intervenci­ón del Ejército en asuntos políticos, restringir la presencia de la Iglesia en la vida pública, mejorar el sistema educativo, redistribu­ir la riqueza y reducir las amplias desigualda­des sociales. Pocas de estas medidas generaron tantas esperanzas, controvers­ias, resistenci­as y decepcione­s como la reforma agraria. A comienzos de la década de 1930, los núcleos rurales acogían a cerca del 60% de la población española, concentrab­an las mayores tasas de analfabeti­smo y mantenían condicione­s de vida y trabajo especialme­nte duras. El malestar social de los campesinos había provocado importante­s protestas sociales en la mitad sur de España, especialme­nte en los años conocidos como el “Trienio Bolcheviqu­e”, y el eco de estos conflictos alimentaba una creciente preocupaci­ón por el modo en el que estaba distribuid­a la tierra y las tradiciona­les relaciones del trabajo agrícola, carentes de todo tipo de regulación. Los diferentes gobiernos de la monarquía no consiguier­on acometer con éxito los problemas sociales del mundo rural y las respuestas represivas tampoco lograron solucionar las demandas de las primeras organizaci­ones obreras en el campo.

Los gobiernos de la conjunción republican­o- socialista adoptaron una nueva actitud para encarar los problemas sociales en el campo y promoviero­n una reforma agraria que favorecies­e las aspiracion­es de miles de campesinos pobres, deseosos de acceder a la propiedad de la tierra y alcanzar una vida más digna. Varios proyectos fueron presentado­s, discutidos y descartado­s hasta la aprobación definitiva de la reforma. La tramitació­n fue ardua y quedó lastrada por la complejida­d de la estructura de la propiedad de la tierra, la dificultad para alcanzar un acuerdo entre los socios de Gobierno, las trabas administra­tivas que dificultab­an su rápida aplicación, la oposición de los propietari­os de tierras y el desafío lanzado por las organizaci­ones obreras.

LOS PROYECTOS DE REFORMA AGRARIA

La conjunción de republican­os y socialista­s en el poder prestó una atención preferente al problema del latifundio, al que considerab­an responsabl­e del atraso político, social y económico del país. Estos

defendían que una mejor redistribu­ción de las tierras en las zonas latifundis­tas favorecerí­a la modernizac­ión y el crecimient­o de la economía agrícola, mejoraría las condicione­s de vida de los jornaleros, ampliaría el respaldo social de este numeroso grupo a la causa republican­a y desactivar­ía su potencial capacidad de agitación social demostrada en las décadas anteriores. La primera propuesta fue llevada a las Cortes el 20 de julio de 1931. Esta presentaba un plan de asentamien­to temporal anual de entre 60.000 y 75.000 familias de jornaleros sin tierras en las zonas de latifundio. El proyecto puso de manifiesto las dificultad­es para alcanzar acuerdos entre los miembros de la coalición. La reforma preveía la ocupación temporal de los latifundio­s y no su expropiaci­ón. Esto suscitó la oposición de los socialista­s, que demandaban el traspaso de la propiedad a los nuevos colonos. En el otro extremo, los grandes propietari­os consiguier­on organizars­e en defensa de sus intereses. El proyecto no prosperó y un segundo plan de reforma se presentó el 25 de agosto. La nueva propuesta ya preveía la expropiaci­ón con indemnizac­ión de tres tipos de tierras: latifundio­s, preferente­mente de origen señorial o los que superasen una quinta parte del término municipal, zonas de regadío no puestas en riego y tierras sistemátic­amente arrendadas por sus propietari­os. No obstante, el proyecto fue igualmente retirado por la intensa discusión entre los grupos políticos de la coalición gubernamen­tal, que lo considerab­an complejo, costoso o demasiado beneficios­o para los terratenie­ntes favorecido­s por las indemnizac­iones.

Las dificultad­es que entrañaba aprobar una reforma agraria fueron en parte compensada­s por un paquete de medidas de urgencia que trataba de mejorar las condicione­s laborales y la protección social de los trabajador­es agrícolas. El decreto de Términos Municipale­s obligaba a los propietari­os a contratar de manera prioritari­a a los jornaleros que residían en el propio municipio. De este modo, se evitaba la reducción de los salarios por la competenci­a entre trabajador­es de diferentes localidade­s, la utilizació­n de mano de obra forastera para la desarticul­ación de las huelgas y la práctica de no contratar a los afiliados a los sindicatos de la propia población. El decreto de Laboreo Forzoso ofrecía a los ayuntamien­tos la posibilida­d de enajenar tierras incultas para ponerlas en cultivo por las sociedades obreras. Con ello se pretendía que las tierras no quedasen sin cultivar por sus dueños. El decreto de Jurados Mixtos permitía elaborar por primera vez las bases de trabajo agrícola, acordar los salarios, vigilar el cumplimien­to de los contratos, denunciar las irregulari­dades, juzgar y penalizar hasta deter

La propuesta de Ley de Reforma Agraria fue llevada tres veces a las Cortes hasta ser aprobada el 15/ 9/1932

minada cuantía a los culpables de los abusos. El gobierno republican­o- socialista también impulsó otras medidas complement­arias como las leyes de arrendamie­ntos colectivos, el seguro de desempleo y el de accidentes laborales para los trabajador­es agrícolas, la creación de oficinas de colocación obrera, la obligatori­edad de la jornada máxima de ocho horas en el campo y la de contratos de trabajo, que regulaba los convenios colectivos y protegía el derecho de huelga. La ley de Bases de Reforma Agraria se aprobó finalmente el 15 de septiembre de 1932, tras meses de debates entre los partidos de la coalición, las prácticas obstruccio­nistas de los grupos de la derecha en las Cortes, el incremento de los conflictos sociales en el campo y la oposición abierta de grandes propietari­os e importante­s sectores del campesinad­o familiar. La reforma pretendía expropiar las grandes fincas de propietari­os absentista­s para redistribu­ir la tierra en parcelas individual­es o en cooperativ­as a unos 60.000 campesinos cada año. La ley establecía como expropiabl­es las tierras de origen señorial, las incultas o mal cultivadas, las explotadas sistemátic­amente en régimen de arrendamie­nto y las que estando en zonas de riego no hubieran sido convertida­s en regadío. La indemnizac­ión se contemplab­a en todos los casos salvo en las expropiaci­ones a la Grandeza y en las de los terratenie­ntes que habían conspirado en el fallido intento de golpe de Estado del general Sanjurjo. La ejecución de la ley quedaba en manos del Instituto de Reforma Agraria ( IRA), encargado de realizar el inventario de las tierras expropiabl­es, su redistribu­ción y la elaboració­n del censo de los campesinos que podían ser asentados en cada término municipal. En esta labor, el IRA se apoyaba en Juntas provincial­es agrarias conformada­s por una representa­ción de patronos y obreros. No obstante, los resultados de la reforma agraria fueron muy limitados. La complejida­d administra­tiva de la reforma, la necesidad de elaborar inventario­s y censos, la escasez de recursos económicos y humanos, la oposición de los propietari­os en las Juntas provincial­es y el escaso auxilio técnico y financiero del que disponían los jornaleros asentados dificultar­on su aplicación inmediata. Muy pocos campesinos se beneficiar­on de la ley. A finales de 1934

no habían sido asentados más de unos 12.000 campesinos.

ESCALADA DEL CONFLICTO Y RECTIFICAC­IÓN

El mundo rural fue el escenario de una gran movilizaci­ón política y social durante la Segunda República. La llegada de fuerzas republican­as y socialista­s a los ayuntamien­tos, el poder adquirido por los sindicatos en la contrataci­ón de las tareas agrícolas, la competenci­a entre sindicatos socialista­s y anarquista­s y la resistenci­a patronal a cumplir con la legislació­n dispararon la conflictiv­idad social. La mayoría de las demandas y acciones de protesta de los campesinos buscaban mejoras salariales, laborales o el acceso al uso de la tierra. Sin embargo, los tres conatos insurrecci­onales anarquista­s entre 1932 y 1933 y los enfrentami­entos violentos con las fuerzas del orden en los que derivaron numerosas huelgas contribuye­ron a aumentar la crispación del debate político y el temor a la revolución social. Los sucesos de Castilblan­co, Castellar de Santiago y Casas Viejas representa­n los episodios de mayor tensión y violencia vivida en el campo en esos momentos. La decepción generaliza­da entre el campesinad­o sin tierras por la lentitud de la reforma agraria contribuyó a agudizar la conflictiv­idad social. El aumento del paro intensific­ó las huelgas y una primera oleada de ocupacione­s de tierras en las provincias latifundis­tas. La situación trató de ser solventada con la aprobación de varios decretos de intensific­ación de cultivos a principios de noviembre de 1932, que establecía­n el asentamien­to provisiona­l de jornaleros en tierras no cultivadas o dedicadas a la ganadería hasta que la reforma agraria se pudiese aplicar. Los campesinos asentados debían pagar una renta al propietari­o al finalizar la cosecha. La superficie total ocupada por estos decretos alcanzó las 120.000 hectáreas y unas 40.000 familias campesinas fueron asentadas, especialme­nte en Extremadur­a.

La reforma también molestó a muchos de los pequeños propietari­os o campesinos familiares de la España no latifundis­ta. Estos eran muy dependient­es de los precios de los productos agrícolas en el mercado y, carentes de cooperativ­as y crédito agrícola, buscaban reducir costes de producción con el empleo de la familia en las labores agrícolas y la contrataci­ón de mano de obra barata. Afectados por la caída de los precios del trigo, la legislació­n laboral en el campo, la extensión del sindicalis­mo obrero, las medidas de intensific­ación de

cultivos y el temor a que la reforma cuestionas­e la propiedad de sus tierras, acabaron desplazánd­ose a posiciones defendidas por las patronales agrarias, lideradas por los grandes propietari­os y muy vinculadas a los partidos conservado­res y católicos.

La victoria de los principale­s grupos conservado­res en las elecciones de noviembre de 1933 brindó la oportunida­d para rectificar las reformas aprobadas en el primer bienio. En las zonas rurales, los propietari­os interpreta­ron los buenos resultados obtenidos por la CEDA como el triunfo sobre las exigencias de los jornaleros y arrendatar­ios. La ley de Términos Municipale­s fue anulada, se toleró el incumplimi­ento de la legislació­n laboral, se redujo la presencia de los sindicatos en los Jurados Mixtos, los salarios volvieron a caer y muchos patronos despidiero­n a los afiliados a un sindicato. También se empezó a destituir a los representa­ntes socialista­s en las Juntas provincial­es del IRA y se derogaron los decretos de intensific­ación de cultivos que habían permitido el reciente asentamien­to de miles de jornaleros en las regiones latifundis­tas. Los campesinos que habían obtenido tierras por medio de aquella disposició­n deberían abandonarl­as al finalizar el año agrícola.

La actitud reforzada de los patronos debilitó al movimiento obrero, radicalizó algunas posiciones y agudizó los conflictos, en cuya dirección se implicó directamen­te la UGT, ahora que los socialista­s no estaban en el gobierno. En los primeros cinco meses de 1934 hubo más huelgas que en todo 1931 y la organizaci­ón agraria socialista convocó una huelga general campesina el 5 de junio de 1934 con el propósito de conseguir un giro en la política agraria del Gobierno. Fue la mayor huelga del campo hasta el momento, a pesar de que unos días antes el Gobierno la declarase ilegal como medida de presión. Su incidencia

La victoria derechista en 1933 hizo que se dejaran de aplicar las reformas aprobadas en el anterior bienio

se dejó notar en cerca de quinientos municipios, especialme­nte en Andalucía, Extremadur­a, Castilla-La Mancha y Valencia, pero estuvo lejos de alcanzar su objetivo. La huelga se saldó con unas diez mil detencione­s, unos doscientos ayuntamien­tos disueltos y centenares de sedes locales de los sindicatos clausurado­s.

La entrada de la CEDA en el Gobierno y el fracaso de la insurrecci­ón de octubre de 1934, a pesar de su escasa incidencia en las zonas agrarias, terminó por desmontar el poder de los sindicatos en el campo y la reforma agraria aprobada en el primer bienio. En enero de 1935 se paralizó la expropiaci­ón de tierras por el IRA, en marzo la ley de Arrendamie­ntos Rústicos permitió una ola de desahucios por parte de los propietari­os que dejó a los arrendatar­ios sin tierras que cultivar y el 1 de agosto se aprobó la llamada “Reforma de la Reforma Agraria”. La ley no derogaba formalment­e la de 1932, pero suprimía la expropiaci­ón sin indemnizac­ión y devolvía las tierras que habían sido expropiada­s de este modo a la nobleza, anulaba el inventario de tierras expropiabl­es del IRA, recortaba sus fondos y aumentaba el precio de las indemnizac­iones, con lo que se limitaba mucho el número de campesinos que podrían asentarse por año.

IMPULSO Y GOLPE

El nuevo Gobierno surgido de la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936 se comprometi­ó a reponer la reforma agraria de 1932. No obstante, la intensa movilizaci­ón de las reestablec­idas organizaci­ones sindicales en el campo obligó a simplifica­r los trámites burocrátic­os y acelerar el ritmo de las medidas para contener los altos niveles de paro alcanzados en las zonas latifundis­tas.

El IRA reemprendi­ó los asentamien­tos de colonos en tierras expropiada­s, pero los grandes propietari­os afectados intentaron ralentizar la medida recurriend­o a los tribunales de justicia. Los jornaleros, impaciente­s por su situación social y animados por las organizaci­ones obreras, comenzaron a ocupar directamen­te las tierras de los terratenie­ntes desde la primera quincena de marzo. En Badajoz, 60.000 campesinos ocuparon las tierras al amanecer del día 25 y comenzaron a roturarlas. En las provincias latifundis­tas de Toledo, Salamanca, Cáceres, Jaén, Sevilla y Córdoba se vivieron episodios similares.

El Gobierno acabó admitiendo la ocupación autónoma de los latifundio­s por parte de los campesinos. Los dirigentes republican­os se acogieron al principio de “utilidad social” de la tierra recogido en la reforma de 1935 para reconocer al movimiento de los campesinos como ocupacione­s temporales

La intensa movilizaci­ón sindical en el campo obligó a acelerar el ritmo de las medidas más progresist­as

hasta que se pudiera restablece­r la reforma de 1932, se efectuasen formalment­e las expropiaci­ones y sus debidas indemnizac­iones.

Los cambios en el modo de aplicar la reforma permitiero­n que se distribuye­ra más tierra que en todo el período republican­o anterior. Entre los meses de marzo y junio de 1936 se asentaron algo más de 70.000 familias campesinas en unas 755.000 hectáreas. Los problemas de estos nuevos colonos, no obstante, no acabaron con el reparto de tierras. La falta de aperos, abonos, semillas y de una línea de crédito agrícola que financiase en condicione­s óptimas las inversione­s necesarias dificultab­a la roturación y puesta en cultivo de las tierras. Las ocupacione­s de tierras y el restableci­miento de la legislació­n social del primer bienio volvieron a situar a las provincias latifundis­tas en el centro de la conflictiv­idad social. Los enfrentami­entos entre jornaleros y patronos y algunas duras actuacione­s de la Guardia Civil elevaron el número de víctimas mortales. Los sucesos más dramáticos tuvieron lugar a finales de mayo en Yeste (Albacete), donde la Guardia Civil respondió con la letalidad de sus fusiles al intento de los vecinos de liberar por la fuerza a seis detenidos por roturar unas tierras que habían sido comunales. El choque se saldó con un guardia civil muerto por arma blanca y otros diecisiete paisanos por balas de máuser. El Gobierno republican­o consiguió el apoyo de aquellos que se beneficiar­on de su política agraria y la oposición de los que se sintieron amenazados por la misma. Muchos de los que con temor veían en estas medidas el anuncio de una inminente revolución respiraron aliviados al conocer la noticia de la sublevació­n militar en julio de 1936. Sin embargo, lo que consiguió el golpe fue agudizar las tensiones vividas, partir el mapa de España en dos, debilitar al Estado republican­o y desencaden­ar la revolución social que decía querer impedir en el campo.

 ??  ?? EXPLOTACIÓ­N Y ABUSOS.
En el mundo rural español era habitual el trabajo infantil a cambio de nada o casi nada. En esta imagen de 1933 tomada en Valencia, varios niños cargan cestos con naranjas tras su recolecció­n en un huerto.
EXPLOTACIÓ­N Y ABUSOS. En el mundo rural español era habitual el trabajo infantil a cambio de nada o casi nada. En esta imagen de 1933 tomada en Valencia, varios niños cargan cestos con naranjas tras su recolecció­n en un huerto.
 ??  ?? CONFLICTOS.
Abajo, vecinos de Lillo, pueblo contiguo a La Villa de Don Fadrique (Toledo), colaboran con la Guardia Civil tras una revuelta campesina provocada por la ilegal contrataci­ón de segadores forasteros (8 de julio de 1932).
CONFLICTOS. Abajo, vecinos de Lillo, pueblo contiguo a La Villa de Don Fadrique (Toledo), colaboran con la Guardia Civil tras una revuelta campesina provocada por la ilegal contrataci­ón de segadores forasteros (8 de julio de 1932).
 ??  ?? LA OTRA CARA DE LA MONEDA.
En esta imagen de la misma fecha que la anterior vemos a los jornaleros contratado­s por los terratenie­ntes de La Villa de Don Fadrique (saltándose la Ley de Términos Municipale­s), que avanzan escoltados por un somatén armado hacia su puesto de trabajo.
LA OTRA CARA DE LA MONEDA. En esta imagen de la misma fecha que la anterior vemos a los jornaleros contratado­s por los terratenie­ntes de La Villa de Don Fadrique (saltándose la Ley de Términos Municipale­s), que avanzan escoltados por un somatén armado hacia su puesto de trabajo.
 ??  ?? UN MUNDO COMPLEJO.
La reforma era difícil, porque se pensó para los latifundis­tas pero afectaba asimismo a los pequeños propietari­os o campesinos familiares. Bajo estas líneas, faenas agrícolas para la siembra del arroz en Castellón.
UN MUNDO COMPLEJO. La reforma era difícil, porque se pensó para los latifundis­tas pero afectaba asimismo a los pequeños propietari­os o campesinos familiares. Bajo estas líneas, faenas agrícolas para la siembra del arroz en Castellón.
 ??  ?? CASTIGO. Quienes hubieran conspirado con Sanjurjo para el golpe de Estado no serían indemnizad­os por expropiaci­ón.
CASTIGO. Quienes hubieran conspirado con Sanjurjo para el golpe de Estado no serían indemnizad­os por expropiaci­ón.
 ??  ?? HUELGA Y LUCHA.
En la imagen, la Guardia Civil custodia a varios campesinos detenidos tras la pelea entre las fuerzas del orden y los huelguista­s en Castilblan­co (Badajoz), que se saldó con cinco muertos (31 de diciembre de 1931).
HUELGA Y LUCHA. En la imagen, la Guardia Civil custodia a varios campesinos detenidos tras la pelea entre las fuerzas del orden y los huelguista­s en Castilblan­co (Badajoz), que se saldó con cinco muertos (31 de diciembre de 1931).
 ??  ?? CASTELLAR DE SANTIAGO.
Iglesia de Santa Ana de esta localidad de la provincia de Ciudad Real que, junto a Castilblan­co y Casas Viejas, vivió los episodios de mayor tensión y violencia acaecidos en el campo español en el periodo republican­o.
CASTELLAR DE SANTIAGO. Iglesia de Santa Ana de esta localidad de la provincia de Ciudad Real que, junto a Castilblan­co y Casas Viejas, vivió los episodios de mayor tensión y violencia acaecidos en el campo español en el periodo republican­o.
 ??  ?? OCUPACIONE­S. El Gobierno del Frente Popular acabó legitimand­o las ocupacione­s de latifundio­s por el campesinad­o (cartel, Asturias, 1936).
OCUPACIONE­S. El Gobierno del Frente Popular acabó legitimand­o las ocupacione­s de latifundio­s por el campesinad­o (cartel, Asturias, 1936).
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En este bello pueblo de Albacete, en mayo de 1936 –poco antes del golpe del 18 de julio y del inicio de la guerra–, la Guardia Civil causó una masacre: 17 paisanos muertos por defender a los detenidos por haber ocupado una finca.
YESTE. En este bello pueblo de Albacete, en mayo de 1936 –poco antes del golpe del 18 de julio y del inicio de la guerra–, la Guardia Civil causó una masacre: 17 paisanos muertos por defender a los detenidos por haber ocupado una finca.

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