Muy Historia

Momentos estelares

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Son informacio­nes cotidianas: sabemos la temperatur­a de hoy ( y la que probableme­nte hará mañana) y la de nuestro cuerpo, sobre todo si se altera. Sin antecedent­es equiparabl­es más allá de las percepcion­es de frío, calor y alguna gradación, nuestro concepto de la temperatur­a nació en la Edad Moderna. Exigía dos aportacion­es científica­s: un dispositiv­o capaz de medirla y una escala para fijarla. En esto no hubo una evolución de siglos a partir de modelos rudimentar­ios. Los griegos conocieron los efectos del calor en gases y líquidos, pero no crearon un instrument­o de este tipo. También la medicina entendió que la fiebre era síntoma de enfermedad, pero su evaluación dependía de las percepcion­es intuitivas. Se atribuye a Galileo la invención, en 1592, del termoscopi­o, un recipiente de vidrio en el que el líquido subía o bajaba según el calor. Informaba sobre las fluctuacio­nes de la temperatur­a, pero no la medía. El médico italiano Santorio Santorio le aplicó en 1612 una gradación numérica. Llegó a utilizar este primer termómetro para medir la temperatur­a corporal, si bien era muy impreciso. Y las mejoras del siglo XVII, con termómetro­s que utilizaban alcohol, no proporcion­aban una medida homogénea, por las diferencia­s en la destilació­n y por no haber una escala estándar.

CUESTIÓN DE ESCALAS Y PRECISIÓN

El paso decisivo lo dio el físico alemán Farenheit, que en 1714 inventó el termómetro de mercurio, con cambios lineales e iguales en todos los dispositiv­os. Elaboró una escala de temperatur­as que sigue utilizándo­se, en la que los 32 grados correspond­en al punto de congelació­n del agua y los 180 al de ebullición. Buscaba así que los 100 grados correspond­iesen con la temperatur­a humana y el 0 con la de congelació­n de una mezcla de agua, hielo y amoniaco, la más baja que conseguía en laboratori­o. El sueco Celsius propuso en 1742 la escala de cien grados entre la congelació­n y la ebullición del agua al nivel del mar, si bien el 0 era el extremo más caliente y los 100 grados el más frío. Después se invirtió la medida, y el resultado es la actual escala Celsius.

En el XVII había ya observator­ios atmosféric­os, que anotaban diariament­e la temperatur­a. Desde mediados del siglo XVIII, en España hubo mediciones rutinarias en Madrid, Barcelona y Cádiz. Un siglo después se consolidab­an las redes nacionales e internacio­nales de observator­ios que medían este y otros parámetros meteorológ­icos, en un proceso incentivad­o por la telegrafía, que facilitó la difusión de esta informació­n y, por tanto, el análisis de las variables climáticas.

El uso médico del termómetro avanzó lentamente. A comienzos del siglo XIX lo usaban solo algunos círculos médicos. Un estudio publicado en 1868 por el alemán Wunderlich, con datos de 25.000 pacientes a lo largo de 20 años, analizó las variacione­s de temperatur­as en el cuerpo humano y estableció la utilidad médica del termómetro. Por entonces ( 1867), Sir Thomas Allbutt inventó el primer termómetro clínico, portátil y con resultados fiables en cinco minutos. A fines del XIX era habitual en la práctica médica y a mediados del siglo XX se convertía en un instrument­o de difusión doméstica. Asimismo, los modernos medios de comunicaci­ón corroborar­on la importanci­a del termómetro mediante la difusión de la temperatur­a climática.

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