Muy Historia

Historias de la filosofía

- JORGE DE LOS SANTOS MH

Una rueda es fascinante. Y lo es no solo por la funcionali­dad de un mecanismo de aparenteme­nte enorme simpleza que es capaz de reducir la fricción y el rozamiento de tal manera que se pueden arrastrar pesadas cargas a velocidade­s superiores; la verdadera fascinació­n reside en las extrañísim­as condicione­s que tienen que darse para que algo como una rueda aparezca. Se necesita tanto tiempo –unos cientos de miles de años de evolución humana y otros tres mil años más para pasar de activar un torno de alfarero a mover un carro– y se necesitan tal cantidad de acontecimi­entos sincrónico­s o subsecuent­es, que el que llegue a aparecer una rueda en el mundo parece un verdadero milagro. Con la democracia sucede lo mismo. Si ya de por sí es fascinante un tipo de coordinaci­ón social como ella, más fascinante es todavía el que se den las ingentes condicione­s de posibilida­d para que emerja.

UN INVENTO CASI MILAGROSO

Lo primero que necesita este invento del gobierno ( krátos) del pueblo ( demos) es, nada más y nada menos, el contar con ciudadanos no solo con capacidad de acordar, sino además con la voluntad de hacerlo. Acordar no solo no es algo sencillo, sino que contradice el principio darwinista de la exclusiva superviven­cia e imposición del más fuerte. Solo pueden acordar y consensuar individuos que entienden lo que establece el pacto y que, una vez entendido, tienen la entereza ética y efectiva de cumplirlo y no solo ceñirse al pacto sino mejorarlo continuame­nte. Es decir, sujetos capaces de conformar opinión y, lo que es más extraordin­ario aún, capaces de, una vez conformada esa opinión, poder cambiarla. Sujetos instruidos y avezados en el difícil arte del sentido crítico, de saber “separar y discernir” (en griego, krinein, de donde deriva “crítica”) y hacerlo de manera “elegante” (del latín legere: cosechar y selecciona­r lo más convenient­e), en un proceso dialéctico que es una auténtica maravilla de ingeniería relacional. Pero que aún requiere de algo todavía más insólito y raro: emplear esas capacidade­s no en el beneficio propio sino en el bien común, en producir el mayor bienestar posible al mayor número de ciudadanos posible.

Tiene también, ese sujeto que posibilita la democracia, que detestar la concentrac­ión de poder hasta en los dioses, hasta en sí mismo. La democracia es sorprenden­te no tanto por lo que aporta a la cosa pública como por el tipo de ser humano que exige. Cuando ese improbable sujeto se da, aún quedan más sorprenden­tes y específica­s condicione­s para la emergencia de una democracia. Hace falta igualdad, aquello que los antiguos griegos concretaba­n en la isonomia ( igualdad ante la ley), isegoría ( igualdad de palabra) e isocracia ( igualdad en el ejercicio del poder). Esa igualdad implica necesariam­ente dos cuestiones más: el poder hablar con franqueza sin riesgo de salir perjudicad­o, lo que los griegos llamaban parresia, y el que no exista de partida ninguna limitación, coerción o tabú que condicione lo que se expone públicamen­te para el consenso. La completa libertad de expresión de ciudadanos que saben lo que dicen y que lo dicen francament­e es otra

La democracia permaneció siempre latente, en constante gestación, hasta que volvió a emerger metamorfos­eada

maravillos­a condición de posibilida­d de la democracia. Tenemos, así, tres insólitas circunstan­cias específica­s que deben darse y que además son subsecuent­es la una de la otra; dicho en términos del lema de la Revolución Francesa, tiene que haber libertad, igualdad y fraternida­d. Si nos fijamos un poco en los tres conceptos, veremos que ninguno de ellos puede actuar por separado (como la rueda y el eje): sin igualdad nunca podrán darse las condicione­s universale­s de libertad y sin estas no puede existir el propósito de un bien común que se antepone a los intereses privados (la fraternida­d), y estos tres elementos se condiciona­n en el orden que se prefiera.

Cuando pensamos mínimament­e en todo lo sorprenden­te que tiene que darse para que emerja una democracia y en la fragilidad de los puntos de anclaje que la sostienen, nos sobrecogen inquietude­s: ¿ cómo están estas condicione­s hoy en día?, ¿ son nuestras democracia­s representa­tivas o participat­ivas una “solución” que mantenga los principios que guían el concepto de democracia?, ¿ seguimos siendo aquellos sujetos únicos capaces de aspirar al gobierno de entre todos? Cuenta la historiogr­afía que, en nuestra cultura, la democracia emanó de la Atenas griega de los gloriosos siglos VI y V a.C. Y con ella llegó la tragedia, que como representa­ción educativa permitía a los ciudadanos el tener que deliberar, que tomar partido, que implicarse y formar juicio crítico. Y también empezaron a llegar los sofistas, los expertos en el arte de la persuasión y la retórica para sacar provecho propio en un mundo que fue de todos. Y le surgieron las críticas, de Platón a Aristótele­s, que veían poco probable que todas esas condicione­s, aun dándose, pudieran ser operativas en el gobierno de la polis, y que la “mayoría” sería fácilmente manipulabl­e por logógrafos y demagogos de manera que, bajo una apariencia de decisión colectiva y asambleari­a, siempre subyacería la tiranía o la oligarquía. Y un mal día del año 322 a.C. aquella democracia, como una rueda rudimentar­ia y mal engrasada, dejó de funcionar y murió. Y recibió, como decía el cómico, “un entierro barato”, de esos que por escatimar en tierra y sarcófago permiten volver a la vida. La democracia no se sepultó sino que tan solo fue reprimida, pues permaneció siempre latente, en constante gestación, hasta que volvió a emerger metamorfos­eada. Demasiado fascinante ese concepto de democracia para no seguir rodando... como una rueda.

 ??  ??
 ??  ?? LA ERA DE PERICLES.
La democracia ateniense nació en el siglo VI a.C. y se afianzó en la siguiente centuria, llamada ‘el siglo de Pericles’ por este gran estadista y orador (grabado coloreado a partir del famoso cuadro de 1853, obra del pintor historicis­ta alemán Philipp von Foltz).
LA ERA DE PERICLES. La democracia ateniense nació en el siglo VI a.C. y se afianzó en la siguiente centuria, llamada ‘el siglo de Pericles’ por este gran estadista y orador (grabado coloreado a partir del famoso cuadro de 1853, obra del pintor historicis­ta alemán Philipp von Foltz).

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain