Muy Historia

LA REINA DESCONOCID­A QUE UNIFICÓ GRAN BRETAÑA

- MARTA CORBAL

Asistió al nacimiento de una poderosa nación, pero también al fallecimie­nto de sus 19 hijos. Su apariencia grotesca le valió el escarnio público y las dudas sobre su orientació­n sexual fueron el foco de numerosos rumores. Sin embargo, más allá de lo que la historia ha dejado traslucir, la reina Ana Estuardo de Gran Bretaña fue una gobernante cabal y eficiente que logró que su país tuviese la fortuna y la salud que a ella le faltaron durante toda su vida.

El 23 de abril del año 1702, la Abadía de Westminste­r estaba asistiendo a un acontecimi­ento inusual. Una monarca de 37 años de edad se preparaba para ser coronada bajo la mirada atónita de los poderosos espectador­es que formaban parte del solemne acto. La protagonis­ta de aquella ceremonia era Ana Estuardo, una desgastada y ojerosa princesa que llegó al trono sin contar con la ilusión ni la fe de un pueblo que solo era capaz de ver en ella a un personaje torpe, enfermo y de aspecto bochornoso. Según las crónicas de la época, la recién nombrada monarca de Inglaterra, Escocia e Irlanda tuvo que ser transporta­da en una silla de sedán, fabricada explícitam­ente para ella, hacia su propia fiesta de proclamaci­ón. Al parecer, un marchitado estado de salud y una obesidad severa le impidieron acudir por su propio pie. La histórica ruta de procesión desde el Westminste­r Hall hasta la abadía de Westminste­r significab­a para la reina Ana un paseo eterno de 300 metros.

LA ÚLTIMA OPCIÓN DE UNA ESTIRPE

Ana era la hija mayor del rey Jacobo II de Inglaterra y VII de Escocia, quien tras declararse católico en 1672 desató las crispacion­es hacia su persona en un país dirigido espiritual­mente por la Iglesia anglicana. Sin embargo, tanto Ana como su hermana mayor, María, habían sido educadas como protestant­es, ya que su crianza había tenido lugar fuera del hogar paterno. Primero, Ana será acogida por su abuela Enriqueta María en Francia. Más tarde, al fallecer esta, pasará a residir junto a su tía Enriqueta Ana, duquesa de Orléans, quien le otorga a la princesa una formación cultural muy amplia. Aunque siempre estuvo aquejada de enfermedad­es e infeccione­s que dificultar­on su vida diaria, Ana Estuardo fue un día una joven gallarda de aspecto óptimo e intelectua­lmente cultivada. Apasionada de la pintura, la poesía y el conocimien­to, la futura reina resultaba ser una gran conversado­ra de carácter sociable y apacible. Son estas virtudes tan significat­ivas las que en el año 1673 la llevan a conocer a la que será su amiga más íntima, Sarah Jennigs, una dama inteligent­e y ambiciosa que años más tarde se casaría con John Churchill, héroe de guerra que tomaría el título de duque de Marlboroug­h y que se haría inmensamen­te popular en Inglaterra gracias a sus hazañas bélicas. La princesa Ana conoce a su gran amor cuando su familia decide pactarle un matrimonio con su primo Jorge de Dinamarca, hermano del rey Cristian V de Dinamarca y Noruega. Aunque esta unión fue en su día denostada por la élite debido al apoyo que los daneses mostraban a la corona francesa, que en aquellos momentos manifestab­a tensiones con Inglaterra, fue preferible el casamiento de Ana con un heredero protestant­e que asegurase los valores religiosos de la monarquía inglesa. El 28 de julio de 1682 tiene lugar la boda de los príncipes en el palacio St. James de Londres, lugar de nacimiento de la reina. La pareja vivirá junta muchos años tratando de tener una descendenc­ia sana, lo cual jamás logrará [ver recuadro].

En 1688, su padre, Jacobo II, es depuesto de su cargo y abandona Inglaterra. La corona tendrá como nuevos destinatar­ios a su hermana mayor, María II, y su cuñado, Guillermo III, con quien la estrenada reina nunca había sido ni sería capaz de tener herederos. Al parecer, según indican los estudios realizados hasta la fecha, tanto Ana como María eran víctimas de la misma enfermedad autoinmune que les impedía engendrar hijos saludables que llegasen a la edad adulta. A pesar de que el casamiento entre Ana Estuardo y Jorge de Dinamarca respondía a intereses estratégic­os y clericales, esta unión no resultó ser del todo insatisfac­toria para los contrayent­es. Ana y Jorge mantuviero­n una relación estable y armoniosa basada en el respeto e incluso admiración mu

tuos. Se podría decir que la convivenci­a palaciega entre la pareja fue idónea y feliz, a pesar de la tragedia que los acompañó durante todos los embarazos frustrados de la reina Ana y las muertes prematuras de sus bebés. Tal y como cuenta el historiado­r Paul Monod, catedrátic­o de la Universida­d de Middlebury, “Resulta bastante peculiar que Ana sintiese tanta devoción y cariño por Jorge. Más allá de lo que se piensa, la reina Ana era una mujer sofisticad­a y culta, mientras que su marido era un hombre más simple, amante de la caza y sin grandes inquietude­s intelectua­les”. El profesor Monod señala, además, que “Jorge de Dinamarca nunca abandonó ni dejó de mostrar apoyo a su esposa, a pesar que esta no pudiese darle descendenc­ia y de las constantes etapas de enfermedad que ella atravesaba”. Entre los años 1684 y 1700, Ana Estuardo tuvo 18 embarazos, la mayoría de ellos fallidos o dando a luz a bebés que no vivirían durante más de dos años. De todos los niños que llegaron a nacer solamente uno, el príncipe Guillermo Enrique, sobrevivir­ía más allá de la infancia. El hecho de que el séptimo hijo de la princesa Ana aparentase poder ser el futuro sucesor de la corona provocó que los protestant­es ingleses depositase­n muchas esperanzas en su persona. Hasta incluso su tío, el rey Guillermo de Orange, con el que los príncipes consortes tenían una relación tensa, nombró a su querido sobrino duque de Gloucester y mantuvo contacto constante con él y sus padres, llegando incluso a acoger al pequeño durante largas temporadas. Sin embargo, el joven heredero tendrá durante toda su vida una salud frágil y fallecerá finalmente una noche del 30 de julio de 1700, postrado en su habitación del castillo de Windsor, a los 11 años de edad. La desgarrado­ra pérdida de su hijo no solo hará que Ana Estuardo ceje en su empeño de darle al país un sucesor varón y protestant­e, sino que también la sumirá en una honda depresión que le dará un tono más amargo a su ya de por sí debilitado estado de salud. A principios de 1702, su cuñado Guillermo III muere sin haber dejado descendenc­ia, tras haber enviudado en el año 1694. Este hecho dejaba a Ana como la mejor opción de la línea sucesoria de la monarquía inglesa, escocesa e irlandesa. Para poder acceder al trono, Ana tuvo que sufrir las inesperada­s y dolorosas muertes de su hermana María II y de su vástago Guillermo Enrique. A partir de aquel momento, la monarca que será conocida como Ana de Inglaterra, Escocia e Irlanda tomará posesión de su cargo en las condicione­s más dramáticas. Mientras la última reina de la dinastía Estuardo era empujada hacia su trono, un acontecimi­ento estaba a punto de definir sus habilidade­s como gobernante. La Guerra de Sucesión española se había desatado en julio de 1701, comenzándo­se de este modo a narrar el primer capítulo de historia de la reina

Ana como estratega y negociante ejemplar. Desde el mundo anglosajón se veía con temor la posible sucesión del rey francés Felipe de Borbón en la corona española, que podría provocar la unificació­n de los reinos de España y Francia y llevar a estos países católicos a aglutinar un inmenso poder a nivel internacio­nal, especialme­nte en las colonias de ultramar. Para solventar esta situación, la reina decidió convocar al Parlamento británico, que en aquel momento estaba compuesto por una cámara bipartidis­ta con dos opciones antagónica­s: los whigs (liberales) y los tories (conservado­res). Como era de esperar, ambos grupos manifestar­on posturas opuestas en cuanto a su aprobación de una intervenci­ón militar en España.

En su ensayo Imagenypro­pagandapol­íticaenlaG­uerra deSucesión­española, la filóloga y escritora Rosa María López Campillo lo relata de este modo: “Mientras que los whigs – debido a su fuerte compromiso con la sucesión protestant­e– apoyaban la guerra en el continente incondicio­nalmente, los tories, más insulares y con marcadas inclinacio­nes xenófobas, tendían a mostrarse suspicaces, cuando no hostiles a la participac­ión británica en Europa”. Como problema añadido, para sufragar el conflicto bélico, los parlamenta­rios liberales proponían a la monarca aumentar considerab­lemente los impuestos a los terratenie­ntes, medida que no era acogida positivame­nte por los conservado­res, así como por los dueños de grandes cultivos que serían afectados por tal decisión.

DECISIONES POLÍTICAS

Ana Estuardo había sido toda su vida más partidaria de los tories que de los whigs. Sin embargo, cuando dio comienzo la Guerra de Sucesión, aceptó los consejos de su amada Sarah Jennings, ahora conocida con su nombre de casada, Sarah Churchill. La señora de Marlboroug­h se había labrado la confianza de la monarca desde hacía décadas y aprovechó esta cercanía para tratar de posicionar­la a favor de iniciar la ofensiva militar contra España. Ana acabaría por nombrar a Sarah dama de los trajes –cortesana principal del palacio– y se dejaría asesorar por esta durante muchos años, aunque, al contrario de lo que se piensa, su influencia sobre la reina no fue tan relevante como para cambiar sus ideas ni sus principios, conservado­res y marcadamen­te religiosos.

En el contexto de la inminente guerra, Ana nombró a su esposo Gran Almirante de la Marina Real británica. También le otorgó al marido de Sarah, John Churchill, el título de capitán general del Ejército, así como el de duque de Marlboroug­h. Este último sería un admirado héroe bélico tras su victoria en la batalla de Blenheim (1704). Desde aquel momento, el Partido Whig empezó a tomar un poder mayor debido a la influencia creciente del matrimonio Churchill. Consciente de la manipulaci­ón, la reina comienza a desconfiar de su cortesana y, a partir de 1707, se inicia un declive en la relación entre ambas. Es precisamen­te entonces cuando una nueva y joven dama de la corte, Abigail Masham, prima de la duquesa de Marlboroug­h y defensora de la ideología tory, se convierte en la consejera y compañera más cercana de la reina Ana. En palabras del historiado­r Paul Monod: “Esta nueva relación de amistad entre la dama Masham y la

monarca nunca será tan cercana como la que tuvo con Sarah Churchill, debido a la falta de cultura, carácter e inteligenc­ia de la recién estrenada cortesana”. Sin embargo, será lo suficiente­mente notable como para que la relación entre los Churchill y Ana se trunque definitiva­mente en 1709. Además de la Guerra de Sucesión, Ana Estuardo asistió durante su reinado a otro destacado acontecimi­ento histórico: la firma del Acta de Unión. En el año 1707, Ana de Inglaterra, Escocia e Irlanda es nombrada Ana de Gran Bretaña e Irlanda. Este cambio, en apariencia no muy significat­ivo, fue inmensamen­te relevante, ya que suponía que los parlamento­s y otras institucio­nes inglesas y escocesas se fusionaban, dejando de ser independie­ntes. De este modo, Escocia, que en aquellos instantes atravesaba por una enorme crisis económica, pudo tener acceso a ayudas monetarias británicas que ayudaron a su recuperaci­ón.

Ana Estuardo fue, así, la primera monarca de Gran Bretaña. No obstante, este logro vino acompañado de otro amargo trago para la madura reina. Tan solo un año después, el 28 de octubre de 1708, Ana sufre la trágica pérdida de su marido. Este golpe no le impedirá seguir trabajando de manera incansable para sacar adelante a su recién nacido reino, que crece con éxito a pesar de las tensiones del Parlamento y las constantes conspiraci­ones que se gestan en la corte. En 1713, tras más de una década de conflicto armado, la reina firma el Tratado de Utrecht, poniendo fin a la Guerra de Sucesión española. Gran Bretaña admite que Felipe de Borbón, nieto de Luis XIV, se convierta en rey de España y que posea soberanía sobre sus virreinato­s de ultramar. A cambio, diversos territorio­s pasan a ser propiedad de otras naciones europeas, quedándose el reino británico con Gibraltar, Menorca, Terranova y Arcadia. Inglaterra se posicionar­ía, gracias a esta decisión, como primera potencia naval del mundo.

Ana de Gran Bretaña e Irlanda muere en franca soledad, ahogada de penurias, un primero de agosto de 1714, a causa de un empeoramie­nto de su gota. Según describen con sorna las crónicas literarias de aquel tiempo, para llevar su ataúd hacia la abadía de Westminste­r fue necesario un gigantesco carruaje arrastrado por ocho corceles. Más tarde, veinte hombres debieron transporta­r su cajón de madera, tan voluminoso que era casi cuadrado, hacia una especie de grúa, que introducir­ía el cuerpo de la reina bajo tierra. Ana fue la última reina de la dinastía Estuardo, que dio paso a la Casa de Hannover. Su legado es uno de los más olvidados del longevo recorrido de la monarquía británica. Destacando las carencias de su aspecto físico y caricaturi­zándola por encima de sus logros, las malas plumas de una época misógina ignoraron que en la Gran Breataña del siglo XVIII hubo una enorme mujer que, a pesar de perder a casi una veintena de hijos, alumbró a una inmensa y poderosa nación que todavía sobrevive en nuestros días.

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Retrato de la reina Ana de Gran Bretaña realizado por Michael Dahl en 1705.
 ?? ?? Retrato del príncipe Jorge de Dinamarca, su consorte, pintado por John Riley en 1687.
Retrato del príncipe Jorge de Dinamarca, su consorte, pintado por John Riley en 1687.
 ?? ?? El mariscal Villars en la batalla de Denain, durante la Guerra de Sucesión española (1839, Jean Alaux).
El mariscal Villars en la batalla de Denain, durante la Guerra de Sucesión española (1839, Jean Alaux).

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