LEONARDO DA VINCI, ¿EL ÚLTIMO CÁTARO?
Algunos relatos de testigos de la época cuentan que, mientras pintaba La última cena, la obra por la que algunos investigadores le han calificado como «el último cátaro», Leonardo da Vinci iba a primera hora de la mañana al convento de Santa Maria delle Grazie, se subía al andamio y se quedaba con el pincel en la mano hasta la puesta del sol, olvidándose de comer y beber, sin parar de pintar. Otros, sin embargo, aseguraban que Da Vinci se pasaba una o dos horas simplemente contemplando la obra, reflexionando, examinando y juzgando las figuras que había creado.
Quizás decidiendo si debía pintar a Jesús como un hombre más (aprovechando la claridad de las ventanas del fondo podía darle protagonismo sin la aureola de santidad). Puede que estuviera pensando qué alimentos poner sobre la mesa: restos de fruta y pescado, puesto que los peces estaban permitidos por los cátaros, a diferencia de la carne, bajo la convicción de que se reproducían en el mar sin necesidad de tener relaciones entre ellos. ¿Conocía Leonardo este precepto cátaro o era una simple casualidad al ser él, como se sabe, vegetariano?
En esas diatribas, había días en que el maestro, presa del capricho o de un arrebato, se dirigía al convento a mediodía y, «subido al andamio, agarraba el pincel y daba una o dos pinceladas a una de las figuras, para después marcharse a otra parte», recordó uno de los testigos. Eso dio lugar a que la obra avanzase con lentitud y a que el prior de la Grazie le instase a que se diera prisa. «Los hombres de genio están, en realidad, haciendo lo más importante cuando menos trabajan, puesto que meditan y perfeccionan las ideas que luego realizan con sus manos», le respondió él.