LA SEMPITERNA IDEA DE CRUZADA
Mucho antes de que tuviera lugar el asesinato del legado papal, Pierre de Castelnau, Inocencio III probablemente contemplara como una opción más el uso de la fuerza para solucionar el problema cátaro, aunque, como bien conocemos, el sumo pontífice no cejó en su empeño por alcanzar una solución no violenta a lo largo de diez años.
Se conservan diversos documentos que demuestran que Inocencio III nunca renunció a las armas para combatir la herejía. Tres cartas dirigidas al rey de Francia, Felipe II, que fueron escritas por el papa, así parecen corroborarlo. Fechadas en 1204, 1205 y 1207, respectivamente, en estas misivas Inocencio hacía hincapié en la posibilidad de anexión de Occitania por parte del líder del brazo armado que combatiera el catarismo en nombre de la Santa Sede, dada la ambigüedad que Pedro II de Aragón, otro de los grandes soberanos de Occidente en el que el pontífice había depositado su confianza, podía mostrar en su comportamiento.
Pero para disgusto de Inocencio III, por entonces otros asuntos más importantes ocupaban a Felipe II, enfrentado a Inglaterra para tratar de restarle fuerza en territorio continental, cuyos dominios amenazaban seriamente las posiciones francesas en la costa atlántica. Del mismo modo, Pedro II tenía en su punto de mira el sur peninsular, donde o bien existía la posibilidad de expandir sus dominios, o bien, si se despistaba, la amenaza almohade podía acabar poniendo en peligro la integridad de estos. Con estos movimientos diplomáticos efectuados por Inocencio III, queda bastante claro que anhelaba el liderazgo militar de una hipotética guerra en Occitania para un poderoso rey, de la talla de Felipe II de Francia o Pedro II de Aragón. Muy pacífico podía mostrarse en público el pontífice hasta 1208 en relación al affaire cátaro, pero el caso es que siempre parece que estuvo preparado para poner en práctica su «plan B», en una época en la que el ideal de cruzada estaba muy presente. Por las fechas en las que Inocencio III enviaba la primera de sus cartas a Felipe II para convencer al soberano de tomar la espada contra Occitania, la cristiandad occidental se hallaba inmersa en la Cuarta Cruzada, expedición militar que, si bien en un principio tenía como objetivo liberar Tierra Santa del yugo musulmán, finalizaría en cambio con la conquista de Constantinopla, arrebatada así a los también cristianos bizantinos.