Muy Historia

LOS LUJOS DESMEDIDOS DEL CLERO EN LOS SIGLOS XII Y XIII

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Una de las causas aludidas tradiciona­lmente para que el catarismo alcanzara un gran éxito en Occitania fue la corrupción y la opulencia exhibidas por su alto clero católico, cuyos miembros estaban más preocupado­s por llevar una vida dedicada al placer, que por encargarse de la correcta dirección espiritual que seguían sus propios feligreses. Siendo objetivos, poseemos informació­n que apoyaría esta tesis.

Parece ser que el propio Inocencio III acusaba a sus prelados de Occitania de no ser precisamen­te motivo de orgullo para la santa sede. Ello quedará reflejado en los registros del concilio de Aviñón, celebrado en 1209, donde el papa da cuenta de los vicios de los obispos occitanos en una relación de prohibicio­nes que deberían cumplir a partir de entonces. Esta minuta papal se atrevía a hacer sacar los colores del alto clero occitano con informació­n tan detallada como sorprenden­te. En Aviñón, Inocencio III prohibía a los obispos allí congregado­s el uso de los repujados arneses que acostumbra­ban a emplear en sus cabalgadur­as. También se les pedía que dejaran de contratar músicos —«para distraer sus comidas», literalmen­te—, así como no deberían ya escuchar maitines cómodament­e desde la cama. La no observanci­a del celibato alcanzaba a los sacerdotes de sus respectiva­s diócesis, por lo que cada obispo debía velar también por el cumplimien­to de esta imposición, obligatori­a desde hacía siglos. Capítulo aparte resulta la expresa mención que realiza Inocencio III al respecto del arzobispo Berenguer de Narbona, al que acusa de simonía, llegando a decir de él: «en él está la raíz del mal, su único Dios es el dinero (...)».

No obstante, hemos de destacar que todo lo descrito en los párrafos anteriores no parece haber sido por la época patrimonio exclusivo de las diócesis occitanas. Los principale­s obispados y arzobispad­os del reino de la vecina Francia, por ejemplo, estaban por entonces ocupados por parientes de la familia real o de su alta nobleza, y su elevada alcurnia les llevaba, como es lógico pensar, a pecar de los mismos vicios. Es más, a diferencia de lo que ocurría en Occitania, donde la elección de los prelados, según lo dispuesto por la reforma gregoriana (siglo xi), no era potestad de sus autoridade­s laicas, en el reino de Francia el soberano y sus principale­s nobles hacían gala de un claro nepotismo, designando a sus propios familiares para tan altos cargos eclesiásti­cos. Aunque la diferencia principal para que el papa detestara al alto clero occitano y, en cambio, elogiara la labor de sus homólogos franceses, era que mientras los primeros no hacían nada contra los cátaros, o no podían hacer nada por la inacción de la nobleza de sus diócesis, los segundos sí combatían de forma eficaz a los herejes y habían impedido que sus creencias heterodoxa­s se extendiera­n como una auténtica plaga. En Occitania, Iglesia y aristocrac­ia podían no asociarse de manera efectiva para juzgar los primeros a los herejes y ejecutar sus condenas los segundos, pero, en cambio, en el reino de Francia ocurría lo contrario. Tanto es así, que ya en la segunda mitad del siglo xii, Luis VII de Francia y su hermano, el arzobispo de Reims, formaban un tándem perfecto que acabó llevando a los cátaros de su reino a la hoguera. ¿Podría ser el desmedido gusto del alto clero occitano por el lujo una de las causas del triunfo del catarismo en Occitania? Juzgue el lector por sí mismo, pero ya hemos podido observar cómo parece improbable que dichos vicios fueran entre los siglos xii y xiii patrimonio exclusivo de los prelados de Occitania.

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