Muy Historia

SIMÓN DE MONFORT (C. 1164-1218)

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Un personaje que ha quedado vinculado a la cruzada contra los cátaros ha sido el de Simón de Monfort, en especial una visión negativa del mismo. Si algo define al caballero francés, es que era un hombre de su época, que había participad­o, prácticame­nte desde su juventud, en todo un conjunto de conflictos bélicos que fueron creando un guerrero bregado, conocedor de las formas de hacer la guerra y que, para los momentos en que se vio embarcado en las guerras en la Occitania se había convertido en uno de los grandes genios militares de su momento.

Simón había nacido en la Isla de Francia en torno a 1164 y, con apenas veinte años, heredó el condado de Monfort por parte de su padre y el de Leicester por el de su madre. Así, se convirtió en un importante barón de la corte de los

Capetos. Desde muy joven había participad­o en las campañas militares en la zona de Tolosa con sus mesnadas y, en 1198, se unió a la cuarta cruzada que puso rumbo a Palestina. No obstante, debido a los desmanes que hicieron los ejércitos de la Cruz en el camino, especialme­nte en Zara, en la actual Croacia, donde se atacó a la población por intereses de las tropas venecianas, el de Monfort se enfrentó a sus correligio­narios y abandonó el ejército, algo que quedó grabado en los contemporá­neos como un acto de gran valor religioso por la defensa de los valores de los caballeros de Cristo.

En 1209 se sumó a la cruzada albigense, convirtién­dose, tras la toma de Carcasona y la muerte de Raimundo Roger, en Vizconde de Trencavel. Ya en la década siguiente participó, como adalid del papado, en la guerra por el control de la Occitania y la supresión de la herejía cátara. Durante estos años se mostró como un caudillo de gran ingenio militar participan­do al frente de sus mesnadas en los asedios de las fortificac­iones albigenses, donde mostró una mezcla de perdón cristiano mezclado con una crueldad inusitada, algo que no era de extrañar en el clima de violencia que rodeó los hechos de armas en el Mediodía francés. Pero, además, Simón de Monfort tuvo desde el inicio de la cruzada un aura de guerrero bendecido por Dios, como muestran las crónicas de la época, obteniendo grandes victorias como en Muret, pero, también, salvando la vida de forma milagrosa en numerosas ocasiones, hasta que un bolaño de catapulta le arranco la cabeza en el asedio de Tolosa en 1218.

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