UNA FANTASÍA PSEUDO HISTÓRICA
Lo narrado es lo que cuenta la historia oficial, la académica y, por tanto, la válida en términos historiográficos, pero hay una “fantasía pseudo histórica” que impulsaría el alemán Otto Rähn en los convulsos tiempos del Tercer Reich (bebiendo de fuentes románticas) y que todavía tiene vigencia en círculos esotéricos y heterodoxos. Rahn no era historiador (ni serio ni de formación) sino un escritor aficionado al esoterismo y al ocultismo, y para remate nazi. Su teoría —que afirma que los cátaros guardaban un gran secreto y esa fue la verdadera razón por la que los acorralaron y aniquilaron— no tiene nada de Historia mínimamente seria, pero la anotamos aquí como curiosidad.
Montségur, como señalé, sería sitiado el 16 de marzo de 1244, pero un enigma traería de cabeza a ciertos investigadores tantos siglos después del asedio: la razón por la que los sitiados cátaros pidieron a los hombres del rey quedarse quince días en la ciudadela antes de abandonarla. Cuentan los interrogatorios inquisitoriales (muchos de los cuales aún se conservan, y son la principal fuente de la que beben los investigadores para recomponer aquella historia) que en la última noche del sitio, Domingo de Ramos, cuatro hombres –otras versiones hablan de tres–, casi con seguridad perfectos cátaros, descendieron de la escarpada fortaleza por una puerta secreta, bajando las escarpadas pendientes utilizando sogas. Sus nombres eran: el perfecto Amiel Aicart, el perfecto Peire Sabater —Rahn habla de un tal Alfaro—, Peitaví Laurent (Poitevin) y el diácono de Vielmur, Arnau Huc o Hugon —Rahn lo llama Hogues—. Supuestamente llevaban consigo el «tesoro cátaro», pero ¿de qué se componía para necesitar ponerlo a buen recaudo, lejos de los invasores?
Podría tratarse de oro, plata o dinero que sufragara la manutención de los defensores del castillo —pues los cátaros renunciaban a todo bien material—, quizá de los documentos de su doctrina, textos sagrados del rito cátaro en occitano u objetos de culto; hay quienes apuntan, puestos a especular, que podrían ser textos inéditos de Manes o de Platón, e incluso documentos políticos que comprometían a Blanca de Castilla en la cruzada albigense. Las razones parecían ser, por tanto, políticas o religiosas, pero Otto Rahn estaba convencido de que la razón última de aquella salvaje persecución estaba relacionada con la protección del Santo Grial, su auténtica obsesión, siguiendo la hipótesis impulsada en el siglo xix por el escritor Joséphin Péladan. En todo caso, un Grial que poco tendría que ver con el vaso usado por Jesús durante la Última Cena, pues los cátaros no admitían la Eucaristía.