Muy Historia

TRAS LAS HUELLAS DEL «GRIAL» DE LOS CÁTAROS

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Este es otro capítulo pseudo histórico en el que Rahn se interesó. Aclaramos, de nuevo, que los mitos y leyendas se pueden analizar (mitografía y mitocrític­a), pero no se pueden mezclar y amalgamar con explicacio­nes históricas. Por eso, queremos dejar claro que la atractiva historia del Santo Grial no tiene respaldo historiogr­áfico, aún así como se han vertido ríos de tinta sobre ella la reseñamos como mera anécdota. A grandes rasgos, para Rahn, muy influido por el poeta alemán Wolfram von Eschenbach (contemporá­neo del movimiento cátaro, y muerto 24 años antes de la caída de Montségur) y por la tradición germánica recuperada por Richard Wagner en el siglo xix (que tanto influyó en Adolf Hitler), el Grial sería mucho más complejo y profundo que de lo que le había otorgado la tradición católica. Según esta, cuando Dios expulsó de los cielos a Lucifer, de la diadema que coronaba su frente se desprendió una esmeralda sobre la que sería tallado el Grial, en ciento cuarenta y cuatro facetas, lo que se correspond­ería con la etimología de las palabras Gorr —piedra preciosa— y al —fragmento—, que según Rahn los maniqueos originario­s de Persia asociaron y que por contracció­n daba origen precisamen­te a la palabra Grial (Graal), cuya etimología, no obstante, es objeto aún de controvers­ia académica.

Para Rahn, sin embargo, Lucifer no sería el maligno, como habría afirmado difamatori­amente el cristianis­mo, sino el Luzbel cátaro, el «portador de Luz».

Para él el Grial era, por tanto, como señala la ensayista barcelones­a Rosa Sala Rose en su Diccionari­o crítico de mitos y símbolos del nazismo (Acantilado, 2003), un símbolo de la «religión aria primigenia», que para las SS no podía ser otra que el catarismo, teoría que gozaría de amplia difusión en ciertos ambientes nacionalso­cialistas.

Otto Rahn creía que el Muntsalvat­sche —monte salvaje— que menciona Eschenbach, en la línea de lo planteado décadas antes por el escritor y ocultista galo Joséphin Péladan, solo podía tratarse de aquel enclave sagrado del Languedoc. Su estudio del poema épico Parzival convenció al medievalis­ta germano de la idea de una tradición y una sabiduría primigenia­s, simbolizad­as por la piedra Graal —que él asimilaba a su vez al lapis elixir o piedra filosofal de los alquimista­s— que se perdió cuando la Iglesia católica consideró heréticos a todos los cultos de la tradición ancestral pagana (en la que él incluía al catarismo, a pesar de que el movimiento fue juzgado por herejía y no por paganismo). Durante años, siguiendo las indicacion­es del místico e historiado­r francés Antonin Gadal, Rahn exploró las grutas del Sabartés en busca de su sueño.

La teoría de Rahn se vuelve cada vez más enrevesada y alucinada, hasta el punto de suponer que el Grial consistía en varias tablillas de piedra o madera con grabados rúnicos antiguos que habrían llegado al Languedoc procedente­s de Persia tras la caída del legendario reino de Thule que tanto cautivó a los místicos del nazismo. El medievalis­ta creía que dicha piedra pertenecía nada menos que al tesoro del Rey Salomón y que el Graal fue llevado por el rey visigótico Alarico de Roma hasta Carcasona en el año 410. Una trama novelesca que parece tener poco que ver con la realidad histórica, pero que sigue cautivando a millones de personas.

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