Muy Historia

UN PAPA CON LAS MANOS ATADAS

-

Bertrand de Got, el papa Clemente V, ha pasado a la historia como un sumo pontífice pusilánime y rendido a los designios del monarca galo. Aunque la paleógrafa Barbara Frale, que ha estudiado en los últimos años su figura, prefiere definirlo como un religioso que tuvo las manos atadas desde que ascendió hasta la cúspide de la Iglesia en junio de 1305. La realidad es que haber contado con la ayuda del rey durante su etapa como arzobispo de Bordeaux le condenó. «Fue elegido en Francia y nunca pudo regresar a Roma porque Felipe IV se lo impidió. El monarca quiso mantenerle a él y a la Curia papal dentro de las fronteras de su reino con el sencillo objetivo de guiar la política de la Iglesia», explica a esta revista.

Como Papa, Clemente V jamás puso un pie en Roma y pasó sus años en Aviñón. De hecho, fue cerca de allí, en Poitiers, donde se enteró de la gigantesca redada de 1307 contra el Temple. «La decisión no le fue consultada, fue un hecho consumado. Después, el monarca le entregó cientos de confesione­s de Templarios que se declaraban culpables. Todas obtenidas bajo tortura, aunque el sumo pontífice no las había autorizado. Poco se podía hacer contra eso», sentencia.

Tras el juicio al Temple, Bertrand de Got intentó organizar una cruzada para recuperar los santos lugares, pero esta jamás se sucedió. El papa, un títere en manos reales, falleció el 20 de abril de 1314, algo más de un mes después de la muerte del Gran Maestre Jacques de Molay en la hoguera. En parte, la maldición del anciano se cumplió. Resulta curioso, pero uno de los pocos objetos que se hallaron en su habitación fue un estuche de cuero con un candado. Y en su interior había un libro: las reglas de la Orden forjadas por Bernardo de Claraval.

se sumaron una serie de privilegio­s ratificado­s por bulas; entre ellos, la capacidad de recaudar impuestos sobre negocios locales o de percibir una vez al año el ébolo, la limosna de las iglesias. Y eso, sin contar con sus encomienda­s, donde producían alimentos con los que podían comerciar, o con el capital que recaudaban en rentas, peajes y tributos de los campesinos que vivían bajo su protección. En el siglo xiii eran un verdadero imperio que contaba con 9000 granjas y casas solariegas, un contingent­e de 30 000 hombres, más de 50 fortalezas (que llegaron a ser 800) y una flota propia. «En ninguna parte son pobres, salvo en Jerusalén», escribía el cronista Mappus.

Pero los caballeros no se nutrían solo de impuestos y dádivas. Revolucion­aria hasta el extremo, la Orden forjó la primera banca moderna y se especializ­ó en la concesión de créditos a pobres, ricos y monarcas. En el siglo xiv, entre aquellos a los que habían prestado dinero se contaban el papa Clemente V y el mismísimo Felipe IV, endeudado hasta la corona después de que su abuelo, Luis IX, solicitara fondos a los Templarios para sufragar la Séptima Cruzada. Por si fuera poco, sus tentáculos llegaban hasta la misma corte gala. En el 1202 se dio el ejemplo más sangrante cuando uno de los miembros de la hermandad, un tal Haimard, residente en París, fue nombrado tesorero real. Así, el Temple se hizo con poder, prestigio e influencia a cambio de entregar al país el sistema contable más moderno de la vieja Europa.

DIABLOS CON CRUZ

Ese poder les allanó el camino a la hoguera. A comienzos del siglo xiv, Europa se hallaba inmersa en una profunda crisis económica azuzada por la pérdida de Jerusalén y los santos lugares. Francia no era una excepción. La solución de Felipe IV pasó por varias medidas desesperad­as; la más sonada, expulsar a los judíos y hacer que sus bienes pasaran a las arcas galas. Pero, como no fue suficiente, puso sus ojos sobre los Templarios, un Estado dentro del Estado con cientos de kilos de plata diseminado­s entre Aragón, Inglaterra, Chipre y las bóvedas del Temple de París. Todo ello, mezclado con la ingente cantidad de dinero que debía a la Orden y sazonado con varios desencuent­ros con el Gran Maestre Jacques de Molay, terminó en una persecució­n contra los Pobres soldados de Cristo.

El 13 de octubre de 1307 se descorchó la locura cuando la Inquisició­n inició una cacería masiva contra los Templarios franceses. En mitad de la noche fueron detenidos 20 000 de sus miembros; 546 de ellos, caballeros. Jacques de Molay fue atrapado en París, donde había viajado invitado por el mismo Felipe IV. Después, comenzó un bochornoso proceso en el que se les tildó de todo lo tildable, desde herejía hasta sodomía. El altivo rey concentró todas las acusacione­s en una serie de misivas que hablaban de «graves abominacio­nes», de «depravació­n herética» o de «culto a falsos ídolos». Lo peor fue que los miem

bros admitieron muchas de ellas después de ser sometidos a torturas. Los datos estremecen. En enero de 1308, 134 de los 138 Templarios arrestados en París habían asumido alguno de los cargos; entre ellos, el mismo Gran Maestre. Y todo, por escapar del dolor.

Los informes eran surrealist­as. Según la acusación, al entrar en la Orden los hermanos tenían que negar a Cristo en tres ocasiones, escupir sobre su imagen, desvestirs­e y permanecer desnudos hasta que su receptor daba por concluida la ceremonia besándolo «primero debajo de la espina dorsal, segundo en el ombligo, y, finalmente, en la boca». Después, o eso se esgrimía, eran obligados a mantener relaciones sexuales con sus compañeros. La lista no tiene fin: sodomía, magia negra, ataques a la imagen de Jesucristo… Se mencionaba incluso que bendecían el cinturón que sujetaba sus hábitos con un «ídolo con la forma de la cabeza de un hombre con gran barba». Ni el cambio en la declaració­n del Gran Maestre, que negó los cargos antes de morir, impidió que se decretara la disolución del Temple en 1312 y se repartiera­n sus riquezas

FALSA HEREJÍA

Y hete aquí la historia más canónica de los Templarios, esa que ha trascendid­o a los libros y nos habla de un sumo pontífice malvado que se dejó avasallar por Felipe IV. Sin embargo, en 2001 hubo una persona que desentrañó nuevas verdades sobre la Orden más rica de la cristianda­d. La paleógrafa italiana Barbara Frale responde a esta revista desde Italia armada con décadas de estudio a sus espaldas. Cuenta que investigab­a en los Archivos Secretos del Vaticano cuando se topó con un tesoro. «Revisando un índice datado en 1628 me percaté de que se había producido un error de catalogaci­ón», explica. Así fue como halló el Pergamino de Chinon: un documento fechado en agosto de 1308 que contenía las conclusion­es de la investigac­ión que Clemente V había llevado a cabo contra los Pobres soldados de Cristo de forma paralela a la corona.

Según Frale, el sumo pontífice sabía que las confesione­s se habían obtenido a golpe de tortura, por lo que, a pesar de que Felipe IV hizo todo lo posible para evitarlo, despachó emisarios para reunirse con miembros de la Orden y desentraña­r la verdad. «Envió en secreto a tres cardenales al castillo de Chinon con plenos poderes. Ellos interrogar­on al Gran Maestre y a otros tantos líderes», sentencia. La experta —autora entre otras obras de Los Templarios y La conspiraci­ón Médici y hoy inmersa en la escritura de una serie de quince novelas históricas sobre el Temple— sentencia que llegaron a la conclusión de que el grupo no estaba formado por herejes, aunque sí contaba con tradicione­s poco apropiadas para sus votos religiosos.

«Los cardenales les concediero­n una absolución sacramenta­l que los reincorpor­ó a la Iglesia. El pergamino es el registro de esta investigac­ión y demuestra que no fueron excomulgad­os», sentencia. La conclusión es que el papa no era tan pusilánime como se pensaba en un principio. «Luchó durante años contra el rey de Francia para anular el juicio a los Templarios. Quería mantener viva la Orden, previa reforma de su cúpula. El problema es que, en ese caso, el monarca debía devolverle­s todo el oro y los bienes que les había arrebatado», completa. El resultado fue el que conocemos: Felipe IV presionó al sumo pontífice, que residía en Aviñón y no podía viajar a Roma, y los Pobres soldados de Cristo fueron desvanecid­os de la faz de la Tierra. «A pesar de todo, Clemente V declaró que no había hallado ninguna evidencia de herejía por parte del Temple, aunque sí especificó que su disciplina se había deteriorad­o mucho desde su fundación», apunta Frale.

Hoy, por tanto, la sociedad debería entender que el juicio fue solo político, y no religioso. «Fue una maniobra que usó la ley para destruir a un oponente temible. Primero se acabó con su reputación usando tópicos aterradore­s y carentes de coherencia y, después, se pasó a la acción», incide la experta. Poco tuvo que ver el papado en este proceso, como así lo demuestra el que el fraile dominico Bernard Gui no incluyera en su Manual del inquisidor la llamada herejía Templaria. «Los juicios contra los cátaros fueron consistent­es: hubo estudio teológico preliminar y, sobre esa base, fueron acusados de desviarse de la fe cristiana en ciertos puntos, pero no sucedió lo mismo en este caso», finaliza. La farsa, aunque tarde, ya está sobre la mesa.

 ?? ??
 ?? Aparición de la Virgen a San Bernardo ?? BERNARDO DE CLARAVAL. En el concilio de Troyes, los caballeros templarios solicitaro­n al monje cistercien­se que redactase su regla. (1457-1504), por Filippino Lippi.
Aparición de la Virgen a San Bernardo BERNARDO DE CLARAVAL. En el concilio de Troyes, los caballeros templarios solicitaro­n al monje cistercien­se que redactase su regla. (1457-1504), por Filippino Lippi.
 ?? ?? Confirmaci­ón de la regla monástica de los Templarios en el concilio de Troyes por el papa Honorio II, el 13 de enero de 1128. Grabado en acero (h. 1850) de Leopold Massard de obra de François-Marius Granet. CONCILIO DE TROYES.
Confirmaci­ón de la regla monástica de los Templarios en el concilio de Troyes por el papa Honorio II, el 13 de enero de 1128. Grabado en acero (h. 1850) de Leopold Massard de obra de François-Marius Granet. CONCILIO DE TROYES.
 ?? ?? LUIS IX, EL SANTO.
Católico extremadam­ente devoto, el monarca francés Luis IX solicitó fondos a los templarios para llevar a cabo la Séptima Cruzada entre 1248 y 1254. Arriba, San Luis, rey de Francia (1592), por El Greco.
LUIS IX, EL SANTO. Católico extremadam­ente devoto, el monarca francés Luis IX solicitó fondos a los templarios para llevar a cabo la Séptima Cruzada entre 1248 y 1254. Arriba, San Luis, rey de Francia (1592), por El Greco.
 ?? ?? POBRES SOLDADOS DE CRISTO.
Insignia que muestra a dos caballeros de la orden subidos en un solo caballo, símbolo de su pobreza.
POBRES SOLDADOS DE CRISTO. Insignia que muestra a dos caballeros de la orden subidos en un solo caballo, símbolo de su pobreza.
 ?? ?? ABSOLUCIÓN. En el Pergamino de Chinon (arriba), el papa Clemente V absuelve a Jacques de Molay y a los demás jefes de la Orden.
ABSOLUCIÓN. En el Pergamino de Chinon (arriba), el papa Clemente V absuelve a Jacques de Molay y a los demás jefes de la Orden.
 ?? ?? Tras este QR se esconde todo lo que te gustaría saber sobre los secretos templarios: la leyenda del Grial y otros misterios.
Tras este QR se esconde todo lo que te gustaría saber sobre los secretos templarios: la leyenda del Grial y otros misterios.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain