Muy Historia

EL VERDADERO RITO

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Felipe IV exageró hasta lo indecible el proceso para formar parte del Temple. La realidad era muy diferente, como explica el investigad­or Malcom Barber en El juicio de los Templarios. Antes de ser nombrado caballero, el aspirante debía superar un periodo de prueba que la regla creada por Claraval dejaba al «buen juicio y providenci­a del maestre». Después comenzaba el rito, que solía sucederse al amanecer, cuando los candidatos hubieran velado. Dos caballeros, que hacían las veces de padrinos, escoltaban al aspirante hasta alguna estancia íntima e iniciaban un extenso interrogat­orio cuyo objetivo era conocer sus verdaderas intencione­s. De sus respuestas dependía acceder o no a la hermandad.

Gérard de Caux, un caballero que entró en el grupo en el siglo xiv, afirmó que su interrogat­orio, y el de otros tantos que había con él, comenzó con una sencilla frase: «¿Buscáis la compañía de la Orden del Temple y la participac­ión en los bienes espiritual­es y temporales que hay en ella?». Después de que todos respondier­an de forma afirmativa, los padrinos se acercaban hasta ellos y les explicaban a qué se atenían. «Lo que buscáis es una gran empresa y no sabéis los rígidos preceptos que rigen en la Orden; pues vosotros nos observáis desde el exterior. ¿Podrías soportar todo ello para mayor honra de Dios y la salvación del alma?».

Los padrinos les volvían a apabullar entonces con una batería de preguntas. Si las respuestas eran satisfacto­rias, los aspirantes debían dar las gracias a Dios y a la Virgen María. Después, tenían que quitarse los gorros que portaban, juntar las manos y, frente al Gran Maestre, o a su representa­nte provincial, repetir un salmo: «Señor, venimos ante ti y ante los hermanos que están contigo y pedimos la compañía de la Orden y la participac­ión de los bienes espiritual­es y temporales que hay en ella; asimismo, queremos ser por siempre los esclavos y servidores de la citada Orden y renunciar a nuestra voluntad por la de otra persona».

Al final, las autoridade­s se retiraban a deliberar si aceptaban o no a los presentes como nuevos caballeros. Todo terminaba con un ritual que, a la postre, avivó las mentiras de Felipe IV de Francia: cada uno de los aspirantes se levantaba y, como símbolo de amistad, le daba un beso en la boca al nuevo miembro; algo que, por otro lado, era habitual en la Edad Media.

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