DULCINO EN LA MEMORIA DEL SIGLO XX
En 1907, en ocasión del sexto centenario de la derrota de Dulcino, se celebraron dos eventos en los escenarios que habían visto sus andanzas: por una parte, en una pared del claustro de San Graciano de Vercelli, fue colocada una lápida, aún existente, que conmemora sus esfuerzos de paz y fraternidad y condena la «tiranía sacerdotal», que le llevó a la hoguera. Por otra parte, un enorme obelisco de doce metros de altura fue construido en el monte de Biella que vio su derrota. Emanuele Stella, cercano a círculos del socialismo italiano, que veían en Dulcino una especie de precursor de una lucha de clases imposible y anacrónica, fue el impulsor del singular monumento con el que se quiso recordar la personalidad ‘revolucionaria’ de Dulcino. El obelisco también fue víctima de la violencia y fue abatido por militantes fascistas en 1927, cuando Italia vivía una nueva tiranía. Hoy es posible encontrar en la cima del monte Rubello una pequeña estela que recuerda a los ‘apostólicos’, erigida en 1974.
Sin embargo, la memoria de Dulcino fue difundida en mayor medida a través de la literatura. Cuando todavía vivía, fue citado por Dante en el XXVIII canto del infierno de la Divina Comedia. Ya durante la segunda mitad del siglo xx, Dario Fo y Franca Rame le dedicaron su atención en la obra teatral Mistero Buffo, escrita por el primero en 1969. Poco después, en 1980, la novela de Umberto Eco, El nombre de la rosa, llevaría a Dulcino a la cultura pop: ambientada en una abadía piamontesa en noviembre de 1327, en plena polémica pauperista entre los franciscanos y el papa, dos de los monjes, Remigio da Varagine y Salvatore, confiesan haber sido secuaces de Dulcino, siendo condenados a la hoguera en una de las escenas más espectaculares de la versión cinematográfica de la novela.