EL GRAN CISMA DE OCCIDENTE
Antes de la ruptura definitiva en el seno del cristianismo provocada por la Reforma protestante, el que es conocido como Gran Cisma de Occidente minó los pilares de la Iglesia católica entre el último cuarto del siglo xiv y las primeras décadas del xv.
Los conflictos entre la Corona francesa y el papado culminaron en el cónclave celebrado en la primavera de 1378, reunido en Roma para elegir a un nuevo pontífice tras la muerte de Gregorio XI. La peligrosa inestabilidad que se vivía en la ciudad, con turbas dispuestas a usar la fuerza si los cardenales no elegían a un candidato de su agrado, hizo que las votaciones se celebrasen en un ambiente de crispación sin las medidas adecuadas para garantizar una elección sin presiones externas.
El populacho romano, controlado por diferentes facciones, acosó con insultos y agresiones físicas a los cardenales de origen francés, que formaban una mayoría dentro del cónclave. Finalmente, se adoptó como solución de compromiso la elección de Bartolomeo Prignano, obispo italiano que había sido colaborador directo de Gregorio XI y candidato que no entraba en los planes de nadie. El 8 de abril de 1378 se convirtió en nuevo papa con el nombre de Urbano VI, noticia que fue recibida con entusiasmo por los romanos que habían seguido de cerca el cónclave. De esta forma, con la que se cerró en falso una conflictiva situación, se puso fin a siete décadas de influencia francesa en el papado.
Al terminar el cónclave, y con la mayoría de los cardenales franceses huyendo precipitadamente de Roma, la personalidad de Urbano VI, que algunos de sus contemporáneos calificaron de ególatra y arrogante, dio muestras de no estar dispuesta a dejarse presionar ni manejar. El nuevo y polémico pontífice, decidido a aplicar reformas, censuró desde un primer momento el lujoso tren de vida del que hacían gala obispos y cardenales, mientras condenaba sus privilegios y contactos con el poder terrenal.
Sus críticas no tardaron en granjearle poderosos enemigos. Los cardenales franceses, heridos en su orgullo, se dedicaron a conspirar contra Urbano VI, al que presentaban como un advenedizo con una ambición desmesurada por el poder. En medio de una tensión creciente, la mayoría de los cardenales, sintiéndose a salvo en Anagni, una localidad situada a cincuenta kilómetros de Roma y vinculada tradicionalmente con varios pontífices originarios de allí, declararon inválida la elección del cónclave.
Urbano VI no se mostró dispuesto a ceder y sus rivales buscaron apoyos políticos que consolidasen su posición. El papa nombró a un nuevo colegio cardenalicio formado por afines que le fueran fieles. Inmediatamente, los cardenales que se oponían a él, reunidos en cónclave en la ciudad italiana de Fondi, eligieron a Roberto de Ginebra, que con el nombre de Clemente VII se convirtió en antipapa. El Cisma de Occidente estaba servido y se recrudecería en años posteriores.