¿Y si Hitler hubiera muerto en las trincheras de Flandes en 1916?
¿Qué habría pasado si la granada que hirió al joven Adolf en Francia durante la Primera Guerra Mundial le hubiera matado; o si el gas venenoso británico de Ypres le hubiese dejado ciego en 1918? La historia de Europa habría sido muy diferente.
Verano de 1914. Apenas una semana después de estallar la Primera Guerra Mundial, el joven Adolf, 25 años recién cumplidos, embriagado de entusiasmo patriótico, se alista como voluntario en el Ejército Imperial Alemán. Tras diez semanas de entrenamiento, es destinado al Frente Occidental como mensajero de la I Compañía de la VI División Bávara. En octubre de 1916, en el norte de Francia, el ardoroso novato resulta herido en una pierna y es evacuado de las trincheras. A los seis meses regresa del hospital, condecorado y ascendido a cabo. En agosto de 1918 gana su segunda Cruz de Hierro, por haber capturado sin ayuda a quince soldados enemigos. El 13 de octubre, cerca de Ypres, cuatro semanas antes del fin de la guerra, su compañía sufre un ataque británico con gas mostaza y el cabo Hitler queda temporalmente ciego a causa de las quemaduras en los ojos producidas por la iperita. El 10 de noviembre, ya parcialmente recuperado en el hospital militar, se entera de la abdicación del Káiser Guillermo, de la proclamación de la República de Weimar y del armisticio. Años más tarde, el cabo pintor escribirá: «Al enterarme de que la guerra se había perdido, todo se volvió negro otra vez ante mis ojos».
La derrota alemana de noviembre de 1918 le impactó enormemente, igual que a muchos de sus compatriotas nacionalistas. Gracias a una eficaz propaganda de guerra, la mayoría de los alemanes creía que, tras cuatro años de guerra, su ejército permanecía invicto y el territorio del Reich no había sido hollado por el enemigo (lo cual era cierto). Como muchos otros nacionalistas, Hitler culpó a los socialdemócratas («los criminales de noviembre», los llamó en Mein Kampf) por el armisticio e hizo suya la explicación más extendida entre la ultraderecha y los conservadores alemanes sobre la verdadera causa de la derrota: «la puñalada por la espalda» (Dolchstoßlegende). Según esa leyenda, a espaldas del Ejército Imperial, los políticos socialistas y marxistas habían traicionado y apuñalado por detrás a Alemania y a sus sacrificados soldados.
LA HISTORIA SIN HITLER
Lo que sucedió después es sabido. En apenas 20 años, 1939, Europa volvió a arder de un modo más violento y con una cosecha de sangre todavía mayor: 60 millones de víctimas mortales en la Segunda Guerra Mundial, frente a los 20 millones de la Gran Guerra. A partir de ese hecho, hay disensión entre los historiadores: según la escuela marxista, Hitler solo fue un hijo de su tiempo, el instrumento que canalizó el descontento de las clases medias alemanas y de sus élites plutocráticas y las hizo converger en su revanchismo contra los aliados y en su reacción antirrevolucionaria; por tanto, si no hubiera sido él, habría sido otro el que habría desencadenado otra guerra mundial. Pero la historiografía moderna es unánime en la opinión contraria, desde Sebastian Haffner hasta Michael Burleigh o Ian Kershaw y su reciente libro, Personalidad y Poder. Las personas hacen la historia: sin Hitler no se habría producido el Holocausto (a pesar del antisemitismo imperante en toda Europa); sin Hitler, Alemania no se habría anexionado Checoslovaquia ni habría invadido Francia; sin Hitler, quizá Stalin habría sido el primero en golpear en Polonia, a pesar de que los problemas internos de la URSS, el Gran Terror y las purgas antitrotskistas requerían toda su atención y
su energía. Sin Hitler, Mussolini no habría sido más que un paréntesis grotesco en Italia. En definitiva, si el cabo Adolf hubiera muerto a causa de sus heridas, en 1916 o en 1918, la Segunda Guerra Mundial no habría tenido lugar. Claro que la tensión entre Japón y Estados Unidos habría estallado en el Pacífico en 1941 y se habría convertido en una guerra cruel y localizada, pero Dunquerque, Stalingrado, Auschwitz, Katyn, Kursk, las Ardenas... serían solo nombres de lugares en un mapa de Europa. ¿Cómo se habrían desarrollado entonces los acontecimientos en el continente europeo durante el siglo xx? Sin la figura del joven resentido y derrotado de 1918 en el papel protagonista de esta historia, solo podemos imaginar una historia alternativa hecha con los acontecimientos y los actores que hoy conocemos. En el recuadro «Ucronología» proponemos algunos hechos contrafácticos para una cronología ucrónica: podrían haber sido pero nunca llegaron a ser.