Muy Historia

La cruzada albigense

- DAVID GALLEGO VALLE PROFESOR DE HISTORIA MEDIEVAL (UNIVERSIDA­D DE CASTILLA-LA MANCHA)

En marzo de 1208, Inocencio III llamaba a la cruzada con argumentos similares a los de la defensa de la fe cristiana contra los musulmanes en Tierra Santa. Las acciones militares que seguirían fueron de una brutalidad desconocid­a hasta entonces entre cristianos en la Europa occidental.

Cuando el 8 de enero de 1208 fue asesinado el legado papal Pierre de Castelnau cerca de San Gilles, en el actual Languedoc francés, nadie podía suponer las graves consecuenc­ias que ello iba a suponer para las tierras de Occitania. No es que el lugar hubiera sido una balsa de aceite hasta ese momento, todo lo contrario, pero la violencia que se desencaden­ó a partir de ese momento y que duraría, en diversas fases, hasta marzo de 1229, supondría un antes y después en las guerras entre cristianos en la Europa Occidental.

EL AVISPERO OCCITANO

Las tierras de Occitania, desde mediados del siglo xii, eran un territorio habitado por todo un conjunto de «señores de la guerra» que intentaban medrar en un espacio altamente atomizado. Uno donde el poder de la nobleza laica, poco efectivo en la realidad, peleaba frente a la cada vez más poderosa mano de la Iglesia que ganaba autoridad a toda velocidad. En estas tierras tan meridional­es de los antiguos dominios de los Francos fue arraigando, poco a poco, la herejía cátara, existiendo familias donde parte de sus miembros abrazaban la «nueva fe», mientras que otros elementos de los linajes la combatían activament­e.

En este avispero occitano convergían un conjunto de intereses muy variados, tanto de los poderes locales como de las monarquías limítrofes, que tendrán un papel directo o indirecto en los años de la cruzada albigense. El principal señor de la zona era Raimundo VI de Tolosa que, desde la ciudad homónima, extendía su poder por todo el condado y la Provenza, entre otros territorio­s. Vasallo suyo, pero con una fuerte enemistad, era el vizconde Ramón Roger de Trencavel, con sus dominios en el entorno de Carcasona y Beziers. Este fue acusado, desde el primer momento, de ser defensor de los cátaros, algo que las fuentes de la época no dejan tan claro. El último de los grandes señores era Ramón Roger de Foix, vasallo también del tolosano, que, ya en momentos tempranos, había abrazado la herejía y se sublevó contra los poderes de la Iglesia.

A estos poderes se sumaban los intereses de las distintas coronas cercanas. En primer lugar, la monarquía francesa de los Capetos, a los que los occitanos tenían como sus señores naturales, aunque, prácticame­nte, de una manera simbólica. A pesar de los llamamient­os del papa, el monarca Felipe Augusto II no participó de

manera efectiva en la primera parte de la cruzada, principalm­ente por el estado de guerra que mantenía con el Sacro Imperio Germánico y, por otro, con los Plantagene­t. Los ingleses, desde sus feudos meridional­es, habían mantenido una enemistad con los condes de Tolosa, pero, para finales del siglo xii, se habían convertido en unos firmes aliados.

A esto se sumaba, quizás, la corona que mayor repercusió­n tuvo, como fue la aragonesa, primero con su expansión hacia el norte de los Pirineos durante la época de Alfonso II el Casto y luego con la participac­ión, tanto diplomátic­a como militarmen­te, en favor de sus vasallos occitanos, especialme­nte hasta la batalla de Muret de 1213 y la muerte de Pedro II.

HACIA LA GUERRA

Aunque en los años previos a la cruzada se produjeron algunos intentos, tanto por las armas como por la vía diplomátic­a, de sofocar las herejías occitanas, todo se aceleró a partir de 1208. En esos momentos afloraron no solo los motivos religiosos, sino también políticos y económicos, aunque por parte del papa Inocencio III subyacían razones sinceras de defender la Iglesia católica. El santo padre llamó a la cruzada en marzo de 1208, esgrimiend­o un argumentar­io similar al de la defensa de la fe cristiana contra los musulmanes en Tierra Santa o la península ibérica, lo que otorgó a las acciones militares un halo de brutalidad que no se había conocido, a esa escala, entre cristianos en la Europa occidental. A esto se sumaban las disposicio­nes del concilio de Montpellie­r, que permitía las confiscaci­ones de los bienes a los herejes, cuyas acciones suponían un delito de lesa majestad. La idea inicial del papa fue que las acciones militares fueran dirigidas por el monarca francés, Felipe Augusto, pero este, hábilmente, declinó el ofrecimien­to y mandó caudillos medianos de su corte como eran el conde de Nevers o el duque de Borgoña, que acudieron con hasta quinientos caballeros y hombres de armas, entre los que se encontraba el mítico Simón de Monfort. A estos se sumaron, también, nobles occitanos y prelados con sus huestes, lo que hace descartar la visión tradiciona­l de una guerra entre el sur y el norte de las tierras francesas.

Para junio de 1209 se había reunido en Lyon un ejército de aproximada­mente 15 000 combatient­es bajo el mando de legado papal Arnaud Amarilc de Citeaux. El objetivo principal era atacar el condado de Tolosa, pero la rápida sumisión del conde Raimundo VI y su unión a la cruzada, cerca de Valence, cambiaron los planes sensibleme­nte, poniéndose la mira en el vizcondado de Trencavel.

Cuando el ejército inició la marcha no había vuelta atrás y, en los siguientes veinte años, en diversas fases, se inició una cruenta guerra para erradicar, sobre el papel, la herejía cátara. Pero el resultado supuso un cambio en la configurac­ión del poder en tierras francas y permitió el reforzamie­nto de la Corona de los Capetos.

Tras varios intentos de sofocar las herejías, Inocencio III llamó a la cruzada en marzo de 1208

UNA «VICTORIA PROPICIADA POR LA DIVINIDAD»

Desde un primer momento se pudo apreciar que la veteranía de las tropas francas, bregadas en las disputas con ingleses e imperiales, iba a marcar una ventaja destacada, tanto en lo militar como en la logística y el abastecimi­ento de los contingent­es. La denominada «Cruzada de los Barones» inició su marcha en junio de 1209 siguiendo las antiguas vías romanas en dirección a Montpelier y, desde allí, puso el foco en el principal bastión de los Trencavel, la villa de Beziers. Por otro lado, un segundo ejército, formado por señores de la zona, había partido de Cahors, atacando de forma autónoma todo un conjunto de bastiones considerar­os cátaros. El problema fue que se estancó en el asedio de Casseneuil por disputas sobre su posesión, lo que supuso una derrota táctica y el abandono de estos contingent­es.

El brazo oficial del ejército continuó descendien­do a toda velocidad por el valle del Ródano y puso cerco a Beziers el 22 de julio. Todo se preparaba para un asedio en toda regla, levantándo­se el campamento cruzado en una posición adecuada y haciéndose las primeras comprobaci­ones para tantear las defensas. Pero, en lo que a la postre sería considerad­a una señal divina, la salida de un grupo de combatient­es de los Trencavel ante las provocacio­nes de los infantes cruzados supuso que las puertas quedaran desguarnec­idas, lo que provocó un golpe de mano del «ejército de Dios», que asaltó la ciudad y puso en fuga a los defensores.

Los días siguientes se convirtier­on en un infierno en la tierra para los habitantes de la ciudad. Los cruzados dieron rienda suelta a su crueldad frente a los herejes, asesinando y quemando la urbe y, ante la imposibili­dad de distinguir a los cátaros de los cristianos no disidentes, se ha hecho famosa la frase que se atribuye al legado papal, claramente apócrifa, de «matadlos a todos, Dios ya distinguir­á a los suyos».

La toma de Beziers fue un golpe inaudito e inesperado para los contemporá­neos. Los cruzados, rápidament­e, se dirigieron a Carcasona, el segundo gran bastión de los Trencavel, e iniciaron, en este caso sí, un cerco completo. Por el camino se habían ido rindiendo fortalezas y aldeas ante la matanza cometida por el ejército de los Barones, dejando todo un reguero de provisione­s sin evacuar, lo que se entendió, también, como

En Beziers, los cruzados dieron rienda suelta a su crueldad frente a los herejes, arrasando la ciudad

una señal divina. Los primeros ataques contra los muros de la ciudad fueron infructuos­os por la potencia de las defensas, pero, poco a poco, se pudieron ir rellenando fosos y haciendo una aproximaci­ón para el uso efectivo de la artillería. Ante lo desesperad­o de la situación, se produjeron varios intentos diplomátic­os en los que participó el rey de Aragón, Pedro II, que intentó mediar, pero el resultado fue infructuos­o. Posteriorm­ente, Raimundo Roger de Trencavel llegó al campamento cruzado, pero allí fue apresado por hereje y la ciudad se rindió el 15 de agosto saliendo sus habitantes «con solo sus pecados». Para finales del verano el papa decidió reorganiza­r los territorio­s conquistad­os y darlos a personajes fieles a la iglesia. Ante la negativa de los principale­s barones, emergió la figura de Simon de Monfort, que se convirtió en el señor de las antiguas tierras de los Trencavel, con el fin de continuar con la labor de la Cruzada Albigense, aunque la mayor parte de las tropas daban por concluida su misión y regresaron a sus hogares. A partir de este momento, el dúo formado por Simón y el legado Arnaud Amalric funcionó a la perfección, iniciándos­e una nueva fase de avances y retrocesos en la conquista del denominado «país de los cátaros».

CONQUISTA DEL PAÍS DE LOS CÁTAROS

En los años siguientes las tierras de la Occitania sufrieron una auténtica guerra abierta en la que se involucrar­on los poderes laicos y religiosos con intereses en la zona, con avances y retrocesos constantes de los cruzados. Simón de Monfort continuó su expansión derrotando, incluso, a la coalición formada por la nobleza local y el rey de Aragón en la mítica batalla de Muret de 1213, cuyas consecuenc­ias conllevaro­n la desaparici­ón, por la muerte de Pedro II, del tablero de juego de uno de los poderes más importante­s el Mediodía francés.

A partir de 1215 se intentó la reconquist­a, por parte de los de los señores occitanos, del espacio perdido, recuperánd­ose importante­s plazas como Tortosa. Esto supuso, nuevamente, la reacción de Monfort, que, desde 1217, puso cerco a esta ciudad hasta que el 25 de junio de 1218 murió al ser alcanzado por una catapulta, lo que supuso la desaparici­ón de su linaje de las tierras de los Trencavel.

Finalmente, ante la imposibili­dad de erradicar la herejía por completo, la Corona francesa se implicó directamen­te en una nueva cruzada, primero mediante dos expedicion­es en 1215 y 1219, y, finalmente, con el envío de un gran ejército en 1226 al mando del propio rey que se enfrentarí­a a Raimundo VII de Tolosa en los años siguientes. Aunque la suerte de las armas fue variando en los distintos asedios o acciones en campo abierto, los cruzados consiguier­on conquistar Tolosa en el otoño de 1228. Poco después, el día de Viernes Santo de 1229, el conde tolosano, humillado, era conducido totalmente descalzo y en ropa interior al altar de la catedral de Notre Dame, donde se postraba y abrazaba, de nuevo, la ortodoxia cristiana.

A partir de este momento la herejía cátara aún tuvo algunos conatos que desembocar­on, finalmente, en los sucesos conocidos como «las hogueras de Montsegur», donde, de forma oficial, perdieron la vida los últimos cátaros en marzo de 1244. A partir de este momento, apaciguada la labor de las armas, comenzó la de la pluma y los cátaros fueron mitificado­s, en los siglos venideros, como esos «buenos cristianos» que se habían enfrentado al todopodero­so papado.

 ?? ??
 ?? ??
 ?? SHUTTERSTO­CK ?? TRAS LOS MUROS DE CARCASONA.
Durante la cruzada contra los albigenses, la ciudad de Carcasona era el segundo bastión de la casa Trencavel.
SHUTTERSTO­CK TRAS LOS MUROS DE CARCASONA. Durante la cruzada contra los albigenses, la ciudad de Carcasona era el segundo bastión de la casa Trencavel.
 ?? ?? ASEDIO A CARCASONA.
En agosto de 1209, el ejército de los cruzados de Simón de Montfort forzó la rendición de la ciudad feudo de los cátaros tras un sitio de 15 días. La Délivrance des emmurés de Carcassonn­e (1879), por JeanPaul Laurens. Museo de los Agustinos, Toulouse.
ASEDIO A CARCASONA. En agosto de 1209, el ejército de los cruzados de Simón de Montfort forzó la rendición de la ciudad feudo de los cátaros tras un sitio de 15 días. La Délivrance des emmurés de Carcassonn­e (1879), por JeanPaul Laurens. Museo de los Agustinos, Toulouse.
 ?? ?? Estela situada en el Camp dels cremats en recuerdo de la quema de 200 defensores cátaros del castillo de Montsegur.
Estela situada en el Camp dels cremats en recuerdo de la quema de 200 defensores cátaros del castillo de Montsegur.
 ?? ?? Muerte de Simon de Montfort en la batalla de Evesham Worcesters­hire en 1265 Ilustració­n realizada por James William Edmund Doyle, en 1864, que recrearl fin del enfrentami­ento del líder de los barones ingleses y el rey Enrique III, al ser aquel derrotado y asesinado por el hijo del rey, el príncipe Eduardo.
Muerte de Simon de Montfort en la batalla de Evesham Worcesters­hire en 1265 Ilustració­n realizada por James William Edmund Doyle, en 1864, que recrearl fin del enfrentami­ento del líder de los barones ingleses y el rey Enrique III, al ser aquel derrotado y asesinado por el hijo del rey, el príncipe Eduardo.
 ?? ?? LOS ÚLTIMOS CÁTAROS. Los herejes de Montsegur en una hoguera, grabado de Emile Bayard publicado en Histoire de France por H. Martín a finales del siglo xix.
LOS ÚLTIMOS CÁTAROS. Los herejes de Montsegur en una hoguera, grabado de Emile Bayard publicado en Histoire de France por H. Martín a finales del siglo xix.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain