LA CARTA DEL JUDAS
Con fecha del 23 de junio de 1936, Franco remite una larga carta a Santiago Casares Quiroga, jefe del Gobierno y ministro de la Guerra, ofreciéndose para ocupar esta última cartera y así poder remediar «el estado de inquietud moral y material que se percibe, sin palmaria exteriorización, en los cuerpos de oficiales y suboficiales del Ejército». Es decir, está dispuesto a informar al Gobierno de lo que sabe y desbaratar el golpe de Estado que se está preparando, con tal de que lo hagan ministro. Pero la carta es un prodigio de ambigüedad y, al tiempo que sugiere la hostilidad de esos mandos a la República, afirma: «faltan a la verdad quienes le presentan al Ejército como desafecto a la República; le engañan quienes simulan complots a la medida de sus turbias pasiones… No le oculto a V. E. el peligro que encierra este estado de conciencia colectiva en los momentos presentes, en que se unen las inquietudes profesionales con aquellas otras de todo buen español ante los graves problemas de la Patria… Considero un deber hacer llegar a su conocimiento lo que creo de una gravedad grande para la disciplina militar, que V. E. puede fácilmente comprobar si personalmente se informa de aquellos generales y jefes de cuerpo que, exentos de pasiones políticas, viven en contacto y se preocupan de los problemas íntimos y del sentir de sus subordinados». De haberse tomado esta «carta del Judas» en serio, Casares Quiroga habría hecho fracasar el golpe de Estado. Bien nombrando ministro a Franco, o mandándolo arrestar y haciéndole confesar lo que sabía. Por desgracia, no hizo ni lo uno ni lo otro y, confiando en la palabra de Mola y demás militares implicados, no supo cortar las cabezas necesarias. Con la callada por respuesta, a primeros de julio Franco recibió al enviado de Juan March, garantizándole el financiero y enemigo número uno de la República una sustanciosa pensión para él y su familia en caso de fracasar el golpe.