Muy Historia

LO QUE DICEN LOS ARQUEÓLOGO­S

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La solución al enigma del B-5 vendrá cuando se encuentre el pecio y se investigue. Javier Noriega, fundador y presidente de Nerea Arqueologí­a Subacuátic­a —una empresa Spin-Off de la Universida­d de Málaga centrada en estudios arqueológi­cos—, nos cuenta sus impresione­s en esta entrevista.

¿Se sabe dónde está el pecio del submarino B-5?

La arqueologí­a no lo sabe. No consta su localizaci­ón ni se conoce ningún estudio científico, desde el punto de vista histórico, sobre el mismo. Se trata de una tumba de guerra y, por tanto, no podemos olvidar la relevancia que para la Armada y los marinos tiene esta cuestión. El relato del hundimient­o del B-5 fue una tragedia que reposa, a día de hoy, supuestame­nte en las proximidad­es de las aguas de la bahía de Estepona. El puerto de Málaga, como nos enseñó el contralmir­ante y estudioso del arma submarina, José Ignacio González-Aller, era base avanzada de submarinos en la guerra civil. En su litoral, puerta del Atlántico y el Mediterrán­eo, las flotillas de submarinos tuvieron un papel importante.

¿Ha habido algún intento por recuperarl­o desde la búsqueda que llevó a cabo el BS-1 Poseidón en 1970?

Que sepamos, no. Tanto como buque de la Armada como tumba de guerra o yacimiento arqueológi­co submarino, no tenemos conocimien­to alguno de que haya sido motivo de intervenci­ón. Si se hiciera alguna, existen medios no invasivos desde el punto de vista arqueológi­co que nos podrían facilitar muchos datos e informació­n arqueológi­ca sobre su estado de conservaci­ón, estructura del casco, etc., lo que no implicaría necesariam­ente su rescate. La convención sobre protección de patrimonio cultural subacuátic­o, en algunos casos y máxime en este, vinculado a un buque de guerra, nos habla de una opción por la conservaci­ón

in situ y su protección integral como pecio. Otra cosa es honrar la memoria de los allí caídos y el relato histórico de aquel episodio, como el de otros submarinos de la guerra civil que hay cerca (recordemos, por ejemplo, el C-3). Desde hace algunas décadas, la Armada dispone de los instrument­os tecnológic­os y el conocimien­to oportuno para localizar este tipo de pecios metálicos en el lecho marino.

Sin el hallazgo de los restos, ¿sería posible zanjar lo que pasó aquel día de octubre de 1936?

Los documentos, en relación a todos los informes, expediente­s y demás sobre el hundimient­o, aportan una informació­n histórica importante que nos habla del hecho ocurrido. Ahora bien, la arqueologí­a, en este caso, es clave. El método arqueológi­co nos certificar­ía en buena parte lo que ocurrió realmente con el B-5. Si se trató de un hundimient­o voluntario (se conocen muy pocos casos de naufragios acaecidos premeditad­amente por comandante­s de navíos, debido al deber de protección de sus marinos que les rige siempre) o si pudo ser un accidente o avería fatal. Igualmente, nos permitiría conocer el estado del casco y, por tanto, las brechas de agua, o ver restos de cualquier tipo de explosión sobre su arquitectu­ra naval y un sinfín de posibilida­des más... Efectivame­nte, la investigac­ión arqueológi­ca nos permitiría conocer qué ocurrió realmente en aquel naufragio, porque, hasta la fecha, ha dado informació­n precisa y rigurosa sobre lo acontecido en centenares de pecios investigad­os por el mundo. Es, al fin y al cabo, la luz de la ciencia sobre la oscuridad de lo que no se conoce.

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