UNA LOCURA DE LARGO CABALLERO
La desorganización inicial de la guerrilla no impidió que los ataques por sorpresa fueran una pesadilla para los sublevados. Antes incluso de que se fundara sobre el papel el XIV Cuerpo de Ejército, las noticias que hablaban de sabotajes ferroviarios y voladuras de puentes a lo largo y ancho del territorio sublevado enardecieron a las altas esferas republicanas. No solo eso, sino que también convencieron al Gobierno de que la población, asfixiada hasta el extremo por Franco, se levantaría en armas si veía que los golpes de mano partisanos se generalizaban. Hasta tal punto se extendió esta idea que, en enero de 1937, Francisco Largo Caballero ideó el ‘Plan para información, destrucciones y levantamiento en masa de la región de Extremadura’. El presidente del Consejo de Ministros estaba convencido de que un millar de guerrilleros conseguirían, a golpe de acciones de insurgencia, que la ingente masa de izquierdas que vivía en esta región se alzara contra Franco: «Existen numerosísimos partidarios de nuestra causa y se dan condiciones, como el malestar económico y el terror fascista, cuya explotación puede beneficiarnos extraordinariamente por crearnos el ambiente propicio».
La misión, dirigida por el Servicio de Información, tuvo al frente a dos coroneles rusos: ‘Santi’ y ‘Daivis’. Para ellos, las guerrillas fueron una unidad más del Ejército de la República. Con el paso de los días, Largo Caballero empezó a estar tan convencido de que los guerrilleros lograrían su objetivo que extendió sus planes a otras tantas zonas como Andalucía o Aragón. Como sucedió a la postre con el XIV Cuerpo de Ejército, las expectativas eran máximas. Y lo cierto es que no fue mal del todo; durante dos meses, entre enero y marzo, le confirmaron que las acciones partisanas habían sido eficientes en Extremadura, Jaén y Málaga. El problema fue que no consiguieron su objetivo último: levantar a la población. Al final, Largo Caballero dio por terminada esta curiosa misión, pero aumentó su fe en las compañías de partisanos y barruntó que, con un poco más de entrenamiento y efectividad, serían la salvación de la Segunda República: «Se convertirán en verdaderas compañías de choque que, con el conocimiento del terreno y su manera de actuar, serán de un valor inapreciable para el mando». No andaba desencaminado.