LA ESCUELA DEL BUEN GUERRILLERO
La profesionalización implica instrucción. A mediados de 1937, la República abrió tres grandes escuelas para la formación de guerrilleros en Benimàmet (Valencia), Valdoreix (Barcelona) y Alcalá de Henares (Madrid). La gran afluencia de milicianos hizo que, poco después, se ofreciera formación en otras regiones como Guadalajara o Extremadura, entre otras muchas. Aunque, de todas ellas, la más destacada fue la primera. Según desvela López en su ensayo histórico Saboteadores y
guerrilleros, este centro fue oficializado muy pronto, el 7 de junio, aunque ya funcionaba desde enero de la mano de varios asesores soviéticos.
La enseñanza de los guerrilleros se llevaba a cabo por rotación: siempre había en las escuelas de veinte a veinticinco soldados que, terminado el proceso, volvían a sus unidades de origen. El curso se extendía durante ocho semanas en las que todo estaba reglado. El grueso de la formación era la «enseñanza de los aparatos»; a saber, el funcionamiento de los explosivos. El partisano debía conocer «todas las partes de que se compone», saber cómo se plantaban en los puentes y las vías de ferrocarril sin que pudieran ser hallados por el enemigo y estar al tanto de cómo transportarlos con total seguridad. En total eran 44 horas.
Le seguían de cerca la topografía —26 horas—, el «armamento y su montaje» —20 horas— y la «preparación táctica» —20 horas—. La formación se extendía desde las siete de la mañana hasta las once de la noche, cuando los alumnos se retiraban a sus camas. Aunque el estadillo dejaba sesenta minutos para una costumbre tan castiza como la siesta. España es España… Con todo, las escuelas y los guerrilleros avanzaron con el conflicto. Un ejemplo: los partisanos pasaron de destruir las vías férreas a aprender a utilizar un explosivo retardante que se adhería a las ruedas del tren y que, por tanto, causaba el doble de daño.