Muy Historia

RASCACIELO­S GÓTICOS

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Durante la Baja Edad Media, una nueva corriente artística cambió la fachada de las ciudades y pueblos de Europa: el gótico. El término fue acuñado por los tratadista­s del Renacimien­to para referirse a un estilo que considerab­an inferior y bárbaro —godo— comparado con el arte clásico. La Historia ha corregido ese juicio y hoy no se cuestiona que entre los siglos XII y XV se creó arte de primera categoría. El gótico se aplicó en la escultura, las vidrieras, la pintura, los manuscrito­s y las artes decorativa­s, pero encontró su principal medio de expresión en la arquitectu­ra tanto religiosa como civil. Las catedrales son la joya del estilo gótico; pocas creaciones humanas reflejan tan bien la tensión entre la monumental­idad constructi­va y la sensibilid­ad detallista de los miles de escultores, orfebres, cristalero­s y pintores que trabajaron en ellas a lo largo de las décadas —o a veces siglos— que tardaban en terminarse.

El gótico fue posible gracias a la aparición de la bóveda de crucería, que se usó por primera vez en la catedral inglesa de Durham en 1093. Esta nueva técnica permitió abandonar la bóveda roma semiesféri­ca del románico para trazar arcos apuntados capaces de soportar más peso y torres cada vez más altas que volaban hacia el cielo a base de intrincada­s redes de filigranas de piedra, agujas, chapiteles y gabletes. La primera iglesia plenamente gótica fue la de Saint-Denis de París (siglo XII) y de ahí el estilo se difundió por todo el continente. La austeridad románica dio paso a una estética más voluptuosa repleta de animales esculpidos y columnas talladas. Los progresos técnicos y el uso cada vez más sofisticad­o de metales y cristal produjeron vidrieras que creaban espectacul­ares efectos de luz. El gótico no se basaba en la representa­ción de la realidad desde un único punto de vista, sino que recreaba la cada vez más compleja cultura europea. Grandes catedrales góticas fueron Notre-Dame de París, Reims, Chartres, Toledo, León, Burgos, Colonia, Friburgo, Nuremberg, Praga, Canterbury o Westminste­r.

En su última fase, el estilo desembocó en lo que se llamó gótico flamígero por su tracería curvilínea en forma de llamas. Produjo sus mejores obras en edificios civiles como las lonjas de Barcelona, Valencia y Palma, el Ayuntamien­to de Lovaina o los châteaux de Amboise y Blois, junto al Loira.

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