Muy Historia

LA MUJER Y EL INICIO DE LAS PEREGRINAC­IONES

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En el año 313, en el Imperio romano se adoptó una decisión digna de ser escrita para la posteridad con letras de oro: el fin de las persecucio­nes. Por aquel entonces existían cerca de 1500 sedes episcopale­s y se estima que entre 5 y 7 millones de habitantes, de los 50 que componían su población, profesaban el cristianis­mo. En el periplo de la fe de la catacumba a la basílica tuvo un papel decisivo Flavia Iulia Helena, santa Elena, madre del emperador Constantin­o. Esta mujer humilde y repudiada por su compañero sentimenta­l, Constancio Cloro, no solo logró que en el orbe brillara la tolerancia, sino que además abrió brecha en la peregrinac­ión a Jerusalén.

Una intelectua­l gallega, Egeria era su nombre, se enroló (como había hecho Helena 70 años atrás) en la aventura de visitar los Santos Lugares. En su Peregrinac­ión, escrita a fines del siglo IV, esta mujer que ha sido presentada por la historiogr­afía como «monja» describe el viaje a Egipto, Siria, Mesopotami­a, Palestina, Asia Menor y Constantin­opla. Ella misma confiesa ser una persona de profunda religiosid­ad pero de ilimitada curiosidad: «Llegamos andando a un lugar, en el que aquellas montañas, entre las que marchábamo­s, se abrían formando un extensísim­o valle enorme, muy llano y hermoso; tras el valle, apareció el monte santo de Dios, el Sinaí. Este sitio por donde se extienden las montañas está próximo al lugar en que están las Memorias de la Concupisce­ncia». El descubrimi­ento de la tumba del Apóstol en el siglo IX en Galicia dio lugar al Camino de Santiago. Las rutas jacobeas fueron una de las principale­s vías de intercambi­o de la cultura europea, como puede verse en la producción de manuscrito­s y en el arte.

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