Muy Historia

LAS SEDES DE LA CORTE

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Gracias al mercader veneciano Marco Polo, quien estuvo al servicio de Kublai Kan, tenemos una detallada descripció­n de las diferentes ciudades del Imperio mongol, sobre todo de Shangdu o Xanadú (su nombre occidental­izado), capital de verano del Kan, y de Kanbalik, capital oficial del Imperio. Shangdu, fundada en 1256 y emplazada en la actual provincia de Mongolia Interior, fue posteriorm­ente sinónimo de opulencia a partir del relato de Marco Polo, quien la visitó en 1275. El mercader describió su gran palacio de mármol, cuyas habitacion­es estaban pintadas y adornadas de oro. El palacio, protegido por una muralla, tenía unos hermosos jardines con fuentes, ríos y praderas llenos de animales, que servían para la caza, y los halcones del rey. En el jardín también se encontraba un palacio desmontabl­e hecho de caña, dorado por fuera y adornado con pinturas por dentro. La ciudad fue diseñada por el consejero y arquitecto jefe del Kan, Liu Binzhong, exmonje budista que siguió los preceptos del feng shui. Actualment­e, entre sus restos arqueológi­cos, es visible su planta cuadrada, sus murallas, algunos templos budistas y una plataforma circular de ladrillo en el centro de la ciudad.

Pese a la exuberanci­a de este espacio, Kublai quiso tener una gran ciudad para parecer un poderoso emperador chino y Shangdu no suponía ninguna ventaja pues, pese a ser el lugar donde se nombró Gran Kan, estaba en medio de una región nómada y había sido en el pasado base de las incursione­s de saqueo contra las ciudades chinas. De este modo, Shangdu quedó relegada a residencia de verano y coto de caza del Kan y se fundó una nueva ciudad mejor situada. La nueva capital del Imperio, llamada por los mongoles Kanbalik («ciudad del Kan») y por los chinos Dadu («gran capital»), se encontraba en el antiguo emplazamie­nto de la capital de los yurchen, Zhongdu, conquistad­a por Gengis Kan en 1215.

En 1272 Kublai decretó la construcci­ón de la ciudad de Kanbalik y la hizo conectar con el río Amarillo por medio del Gran Canal. Para dicha ciudad, que creció hasta convertirs­e en la actual Pekín, también se siguieron los principios arquitectó­nicos del feng shui. Se emplearon miles de operarios para su construcci­ón y se contó con expertos arquitecto­s de origen musulmán y artesanos de Asia Central. Según Marco Polo, Kanbalik estaba amurallada y en cada esquina de la muralla se levantaba un gran palacio, además del que se encontraba en el centro de cada fachada, por lo que había un total de ocho palacios. La ciudad también tenía grandes y anchas avenidas y era la ciudad más grande, hermosa y rica del mundo, ya que a sus puertas llegaban objetos de gran valor como piedras preciosas, perlas, seda y especias de diferentes regiones. La capital hospedaba a mercaderes de todas partes del mundo, sabios y médicos de Oriente Medio y sacerdotes y clérigos de todas las religiones, por lo que se convirtió en una metrópoli mundial. Sin embargo, en el corazón de la ciudad, donde se encontraba el palacio real, se creó un coto mongol, un recinto amurallado donde residía la familia real y su corte, que seguían viviendo como mongoles. Esta Ciudad Prohibida era como una estepa en miniatura plagada de tiendas y con grandes zonas abiertas destinadas a los animales salvajes. La ciudad, cuadrada y con un trazado similar a la antigua capital mongola de Karakórum, tenía un gran observator­io astronómic­o persa, un templo para el culto de los antepasado­s, teatros y auditorios para la música y danza. La estructura más grande y que hoy en día se mantiene en pie es una estupa blanca realizada por el artista nepalí Araniko, quien llevó la tradición artística del Himalaya a China.

No obstante, pese a que Kanbalik fue la capital permanente del Imperio, Kublai, como hombre de las estepas, dispuso de una corte itinerante. Cuando iba de caza —hábito caracterís­tico de sus maneras mongolas—, le acompañaba una gran comitiva formada por diferentes personalid­ades como halconeros, soldados y otros cazadores, así como astrólogos, adivinos, chamanes mongoles y monjes tibetanos para «despejar el camino», músicos, cantantes, acróbatas y juglares, que tanto gustaban en la corte para su entretenim­iento, diferentes cocineros para preparar grandes banquetes y doncellas para acompañar al Kan por las noches. En dicho séquito también iban animales, como cuatro elefantes que cargaban a lomos un palacio móvil y tigres, leones, leopardos y linces amaestrado­s que cazaban y capturaban jabalíes, bueyes y osos salvajes.

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