EL SANTO NIÑO DE LA GUARDIA Y LA FEMINISTA FILONAZI
La escritora y periodista hispanocubana Carmen Velacoracho de Lara (1860-1960), en colaboración con Nuño de Velayos, dio rienda suelta a sus delirios antisemitas con un libelo ilustrado dedicado al niño toledano Cristobalito, que supuestamente habría sido asesinado por Juan y Alonso Franco, judíos conversos que lo secuestraron junto a la catedral de Toledo y lo trasladaron a La Guardia para, el Viernes Santo, someterlo a un juicio sacrílego. Cristobalito, que en otras versiones se llama Juanín y del que se dice que era hijo de Alonso de Pasamonte y de Juana la Guindera, fue azotado, coronado de espinas y crucificado como Jesús. También le arrancaron el corazón, para un conjuro posterior. En el momento de su muerte, la madre del niño, que era ciega, recobró milagrosamente la vista. La portada del libelo, publicado en 1947, muestra a un judío de nariz ganchuda y uñas puntiagudas a punto de abalanzarse sobre el pequeño. La autora, feminista de ultraderecha y furibunda propagandista antisemita durante la Segunda República, publicaría también en el primer franquismo diatribas judeófobas y antiestadounidenses, llegando a afirmar que los judíos controlaban Estados Unidos; su peculiar línea conspirativa, simultáneamente antijudía y antinorteamericana, no tuvo mucho predicamento en las filas falangistas, pero durante la Segunda Guerra Mundial su acendrado antisemitismo la hizo acercarse al nacionalsocialismo hitleriano; publicó varias biografías de Adolf Hitler, en las que lo calificaba de paladín del cristianismo.
Todavía hoy, en escuelas católicas integristas de Hispanoamérica se publican versiones de otra leyenda antisemita, la del niño zaragozano Santo Domingo de Val, que habría aparecido mutilado a orillas del Ebro el 31 de agosto de 1250. En la web del Colegio guatemalteco de San José de los Infantes, en Mixco, fundado en 1781, puede leerse hoy: «Dicen las crónicas que Dominguito del Val pasaba con su sotana de acólito y de pequeño cantor por enfrente de una de aquellas casas de judíos, cuando de pronto, sin tener tiempo ni siquiera de lanzar un grito, unas manotas grandes lo agarran por el cuello y le cubren el rostro con un manto, tapándole la boca con una tela para que no pueda pronunciar palabra. (...) Temblando de pavor por lo que le pueda suceder, siente que lo llevan ante un corrillo de judíos que simulan repetir el tribunal que condenó a Jesús. Uno hace de Pilatos, otro de Caifás, y otro de Anás. Le preguntan si persiste en querer seguir siendo seguidor de Cristo, y él exclama que sí, que prefiere la muerte antes que ser traidor a la religión de Nuestro Señor Jesús. Entonces le declaran sentencia a muerte, y así, con sus vestidos de acólito y cantor, lo crucificaron».