DARDANELOS: LA PEOR PESADILLA DE CHURCHILL
Hasta los milenarios zares necesitan un respiro. Tras la debacle de Nicolás II en Tannenberg, los integrantes de la Entente se propusieron golpear al Imperio otomano, recién entrado en lid del lado de Alemania, para abrir una ruta de suministros que nutriera de armas al maltrecho ejército ruso. El artífice del plan fue Winston Churchill, por entonces primer lord del Almirantazgo, y lo cierto es que derrochaba complejidad. El inglés pretendía que una flota se abriera paso a través de las posiciones defensivas que protegían el estrecho de los Dardanelos; una vez allí, los buques avanzarían hasta Constantinopla para obligar al enemigo a rendirse. Casi nada.
La ‘Royal Navy’ recogió el guante y neutralizó parte de las baterías turcas en marzo de 1915, pero le resultó imposible atravesar los estrechos por culpa de unos campos de minas que costaron la destrucción de seis acorazados. A partir de entonces, la operación se reconvirtió en un desembarco anfibio en la península de Gallípoli, una extensión de tierra de apenas 18 kilómetros al norte de los Dardanelos.
Churchill, terco hasta la obsesión, estaba convencido de su plan: «No hacen falta más operaciones militares. No cabe duda de que habrá que pagar un alto precio para tomar Gallípoli, pero así se acabaría la guerra con Turquía». La operación, iniciada el 25 de abril, fue un desastre desde sus inicios. El general en jefe sir Ian Hamilton no contaba con que los alemanes habían ayudado a los turcos a preparar las defensas. Además, las fuerzas aliadas desembarcaron en puntos erróneos de la playa y se toparon con una resistencia feroz. Los mayores avances durante la primera jornada los protagonizaron los hombres del ANZAC, el Cuerpo de Ejército Australiano y Neozelandés, pero se vieron abrumados por los contragolpes casi suicidas del enemigo. «No espero que ataquéis; os he ordenado morir, otros pueden ocupar vuestro lugar», afirmaba a sus hombres el líder local, Mustafá Kemal.
En los meses siguientes, los aliados apenas lograron alcanzar sus objetivos. Como ya había sucedido en occidente, el frente se estancó en una cruenta guerra de trincheras que se cobró miles de vidas. Al final, a los aliados no les quedó más remedio que volver a embarcar a sus hombres entre diciembre de 1915 y enero de 1916. Para entonces, sin embargo, la batalla se había cobrado 300 000 bajas de la Entente y unas 250 000 turcas. El descalabro fue tal que le costó el puesto de Winston Churchill, al que aquella humillación le acompañó durante toda la vida.