ARMAMENTO ÍBERO: LA FAMOSA FALCATA
El guerrero íbero al que se enfrentó Aníbal, al tiempo que fue alistado también en un número nada despreciable entre las tropas mercenarias y aliadas de este general cartaginés, poseía en su panoplia el soliferrum como arma principal y la falcata como arma secundaria. El soliferrum era una especie de jabalina, mientras que la falcata era una llamativa espada curva de un solo filo, por definición moderna, un sable, en resumidas cuentas. Normalmente estos soldados de infantería en formación atacaban al enemigo a distancia o permanecían en actitud defensiva, tratando de mantenerlo alejado, arrojando en ambos casos salvas de soliferrum, hasta que el combate viraba a una situación favorable para emplear la falcata, es decir, cuando aparecían huecos en el frente contrario o el rival se volvía para huir. Sea como fuere, siempre era necesario reducir la distancia entre ambas líneas de combate, de forma que dicha separación con el oponente permitiera ya alcanzarlo con la falcata. La mayor efectividad de uso de la falcata se alcanzaba cuando su portador asestaba al enemigo golpes de arriba hacia abajo, orientados a causar importantes heridas sobre la cabeza y el tren superior —cuello y hombros, principalmente—. La dificultad de esta utilización viene dada por la necesidad de mucho espacio a la hora de asestar el golpe de espada efectivo, lo que imposibilitaba su manejo en formaciones de combate cerradas. En las formaciones íberas, algo más abiertas, poseía un valor nada despreciable la acción individual del guerrero, mientras que la actuación del conjunto de las tropas constituía la base de los modelos de lucha escudo contra escudo de la falange griega, la falange macedónica o las alineaciones de combate de las tropas de élite cartaginesas y de la legión romana, todas ellas formaciones de infantería muy cerradas, características de sociedades con un alto nivel de organización que los territorios independientes íberos todavía no habían alcanzado.
La falcata se adaptaba a la perfección al tipo de combate que los íberos habían desarrollado para sus enfrentamientos a otras tribus de su misma etnia o a los invasores cartagineses y romanos, y mostraba su máxima eficacia en pequeñas y sorpresivas escaramuzas de corta duración, más parecidas a una suerte de «guerra de guerrillas» que a las batallas campales convencionales.