EL AMARGO FINAL DE ESCIPIÓN
Publio Cornelio Escipión pacificó el Mediterráneo, aplastó al gran enemigo de la Ciudad Eterna y cambió el paradigma de los ejércitos de la antigüedad. Ese cóctel le convirtió en un héroe para la sociedad; un poder que las más altas cúpulas políticas no iban a tolerar. Por ello, el Africano fue acusado durante la última parte de su vida de malversación de fondos por el joven senador Marco Porcio Catón. Tito Livio narra que la sospecha se cernía sobre 500 talentos que, presuntamente, el rey Antíoco le había entregado de forma secreta para garantizar la integridad del Imperio seléucida después de ser derrotado en el 189 a. C. Por recoger, Livio recoge hasta los términos concretos de la acusación: «Su reino —decían— le ha sido dejado intacto y tras su derrota ha quedado en posesión de todo lo que le pertenecía antes de la guerra. Pese a que había poseído gran cantidad de oro y plata, nada de ello había sido entregado al tesoro, sino que pasó todo a manos privadas». Catón instó al Africano y a su hermano, que había luchado también en la campaña contra Antíoco, a presentar las cuentas en la cámara. Sin embargo, Publio, temperamental como era, las hizo pedazos frente a los senadores cuando estaba a punto de entregarlas.
A pesar del revuelo, tanto sus discursos posteriores como los de sus defensores le valieron el aplazamiento del proceso. Pero para entonces ya era tarde. Harto de la política y cansado de los desagradecidos, el general romano optó por abandonar la vida pública y retirarse a su villa de Literno. Murió en el 183 a. C., a los 52 años, arrinconado por la persecución de sus detractores y una patria ingrata. «Fue un hombre extraordinario, más distinguido, sin embargo, en las artes de la guerra que en las de la paz. La primera parte de su vida fue más brillante que la posterior; como hombre joven, estuvo constantemente ocupado en la guerra; al pasar los años, la gloria de sus logros se disipó y no se ofreció terreno a su genio», añade Tito Livio.