ELEFANTES DE GUERRA
Una de las primeras referencias históricas que encontramos del empleo de elefantes como arma de guerra es la batalla de Gaugamela, donde el ejército persa los empleó contra las filas macedonias como fortalezas andantes desde las que los soldados combatían contra el enemigo.
Los cartagineses conocieron esta nueva arma cuando se enfrentaron al rey Pirro de Epiro en Sicilia y decidieron integrar a estos animales en su fuerza de combate. Aníbal cruzó los Alpes con 37 elefantes, pero solo siete de ellos sobrevivieron a la batalla de Trebia. De este reducido número tan solo uno consiguió superar las duras condiciones del invierno que padeció el ejército cartaginés. Este único animal llamado Suru, nombre puesto por los romanos, era distinguible por un tener un colmillo y alcanzó fama por su resistencia. Historiadores militares y zoólogos han discutido sobre la procedencia de los elefantes de Aníbal, sin ponerse de acuerdo sobre su origen africano o asiático. Algunas teorías apuntan a una raza africana, más pequeña de la que hoy conocemos y procedente de las montañas del Atlas, que los romanos cazaron sistemáticamente hasta extinguirla. Otras afirman que habrían llegado desde la India, gracias al intercambio comercial con los reyes de la dinastía ptolemaica egipcia. A favor de esta hipótesis estarían algunas representaciones artísticas de la época, que muestran los rasgos que distinguen al elefante asiático. Suru habría sido uno de ellos, ejemplar que se habría adaptado a los rigores invernales.
En el 215 a. C. Aníbal recibió más elefantes para su empleo en las campañas italianas y se sabe que utilizó ochenta en Zama. Sin embargo, su efecto sobre el campo de batalla ya no era el mismo: las tropas romanas, acostumbradas a su presencia, habían dejado de temerlos y aprendido a enfrentarse a ellos mediante ataques coordinados. Aterrorizados y con el cuerpo erizado de lanzas, huían despavoridos volviéndose contra sus propias filas. Para evitar estas situaciones, los cornacas llevaban un martillo y un punzón que clavaban en el cerebro del animal si este enloquecía.
En la batalla murieron once elefantes y el resto fueron capturados para ser exhibidos en el desfile triunfal que el pueblo de Roma tributó a Escipión un año después. En Cartago, los grandes establos reservados para estos animales hacía tiempo que estaban vacíos.