UNA MUERTE SOLITARIA Y HUMILLANTE
La llegada de un hombre experimentado en la guerra como César Borgia fue muy bien recibida por Juan d’Albret, rey de Navarra, inmerso en una guerra civil contra los beaumonteses —partidarios del condestable del reino, el conde de Lerín—. Nombrado capitán de los ejércitos de Navarra y estando entretenido en el asedio a la villa de Viana, César vio cómo un grupo de jinetes traspasaba el cerco para abastecer a los defensores. Encolerizado, se lanzó a una persecución que terminó en una extraña y fatídica emboscada. Borgia se separó de su guardia, momento que fue aprovechado por varios caballeros para darle caza. Obligado a combatir en solitario contra la retaguardia de los hombres de Lerín, y tras matar incluso a varios, fue finalmente derribado mortalmente con una lanza de caballería. Creyéndole muerto, le dejaron desnudo bajo un peñasco y huyeron con su armadura y su caballo mientras se desangraba. Varios historiadores opinan que se trató de una emboscada en la que pudo haber tenido participación Juan d’Albret tras un pacto con Luis XII. Sea como fuere, el final del otrora gran César Borgia consistió en agonizar durante horas desnudo en el barro. Su cadáver fue encontrado al pie de la Barranca Salada. Tenía 31 años.
Fue enterrado en la iglesia de Santa María, en Viana, con el epitafio: «Aquí yace en poca tierra / el que toda le temía, / el que la paz y la guerra / en su mano la tenía». A mediados del siglo XVI, un obispo de Calahorra consideró un sacrilegio la permanencia de los restos de un personaje así en lugar sagrado y mandó enterrarlos frente a la iglesia en plena Rúa Mayor, «para que en pago de sus culpas le pisotearan los hombres y las bestias». En 1945 fueron depositados a los pies de la portada de la iglesia. Desaparecido el sepulcro original, los restos yacen bajo una losa de mármol que reza: «César Borgia. Generalísimo de los Ejércitos de Navarra y Pontificios. Muerto en campos de Viana el XI de marzo de MDVII».